Extraña complicidad [1]

CAPÍTULO XXIX

LEYNA:

Días antes del secuestro.

Pocas veces me siento a ver la playa y descubrir lo tranquilo que puede llegar estar el mar. Hace frio como cualquier invierno, pero no interesa. No hay nieve, no todo está de blanco y eso me tranquiliza.

Salí del trabajo hace poco, no pretendía llegar a casa tan temprano. Lidiar con los gritos de mi padre hacia mi madre, no era la ocasión perfecta. A veces pienso en lo mucho que se odian y desearía que eso terminara. Me he acostumbrado a sus gritos, pero no significa que no odie escuchar cómo se insultan, pelean o papá golpea a mamá mientras ella le lanza cosas.

Miro mis zapatillas y mi pantalón. Me alegra volver a tenerlos. Recuerdo haber abierto mi casillero y ahí, sin que supiera quien fue, vi un pantalón de mi talla completamente nuevo. Agradecí por primera vez al universo que las cosas hubieran salido bien, alguien habló de las faldas y ya no era obligación tenerlas, estaba feliz conmigo misma y también el resto. Por fin las cosas se daban cuando pensé que siempre sería lo mismo de siempre. Como si las injusticias en mi cayeran como pan de cada día.

Tomé aire y decidí volver a casa. Cuando iba por el autobús, los mensajes se hicieron venir. Era Herian, me negué a contestarlo. Luego otros llegaron y uno en particular me llamó más la atención. Miré su mensaje y dude en contestar, pero el dolor de volver a perderlo, late y aunque no lo demuestre, está ahí.

Llegué a casa donde la parada me dejó, pero me desvié más allá del camino. Dando algunas zancadas y cuando estuve en su casa, hablé con la sirvienta. Su madre me recibió, aunque no muy contenta, me miró de forma despectiva y me hizo pasar. Subí hasta su habitación, abrí la puerta y lo noté sentado en la cama, esperándome.

—No pensé venir, tuve que pensarlo varías veces —Asintió y se levantó con el arrepentimiento en su semblante—. No me agradas ahora, pero cuando digas algo que de verdad me haga cambiar de parecer, cambiaré mi forma de pensar.

—Si te dijera que lo siento mucho, ¿eso ayudaría? —Preguntó Ryan y yo asentí mordiéndome la mejilla por dentro.

Odio que saque el lado sensible de mi parte, pero ha sido un amigo que adoro tener.

—Lo lamento, nunca fue mi intención dañarte y lamento ser un idiota. Sé que fui una mierda contigo y no hablamos hace mucho, pero te extraño y eso nunca cambiará —Sus ojos denotan tristeza.

Nos miramos con una complicidad que nos llevó desde pequeños cuando su madre nos presentó, ahora todo había cambiado, somos más adultos, somos personas diferentes en este mundo, él con su popularidad y yo escondida de todos, queremos cosas diferentes, pero lo extraño, anhelo seguir compartiendo esas cosas estúpidas que hacíamos. Anhelo a que los días regresen cuando él me hacía feliz junto a Carter.

—Te perdono.

Dibujé una sonrisa, él igual y me senté a su lado a charlar cosas que saliera del colegio, de todo en general. Estaba desecha con todo lo que esconde Herian, de las amenazas de Carter y las inconclusas respuestas de Candy.

—Estas peor que antes —Bromeó.

—¿Quién habla? —Golpeé su hombro y este hizo una mueca—. Estoy bien, trato de estarlo.

—¿Sabes que puedes confiar en mí?

—Si lo sé.

—Por eso mismo… —Alargó la palabra y cruzamos miradas—. También puedes confiar en Carter.

Mi silencio no asimilaba la verdad.

—Tú no sabes que ha hecho conmigo o los demás.

—Recuerda que tus recuerdos siempre lo distorsionan todo.

—Pero él lo hizo…

—Carter puede ser muchas cosas, Leyna, pero siempre que quiso hacer algo fue por protegerte, no olvides como llegaste aquí y los miedos que llegaron contigo —Bajé la mirada comenzado a tiritar y mi garganta se consumió en un ácido—. Él te defendió siempre.

—Si lo recuerdo y así como recuerdo que él hizo muchas cosas malas a los chicos.

—Por eso odio tu mente —Sonrió para sí mismo y luego me miró—. Tu mente mata todo lo bueno, solo deja lo malo, lo incorregible.

—Él… —Traté de defenderme, pero no existen palabras.

—Él puede ser malos con todos, pero con la chica que quiere no —Sonreí y deposité la cabeza en su hombro—. ¿Sabes quién es?

—Tengo la sospecha, pero no quiero aceptarla —Miré mis cicatrices y esa noche me llevó a recordar cómo lo hice, como ese día mis manos tocaron su cabeza inconsciente mientras el tacto de su piel con el líquido rojizo me dejó caer en el suelo y descubrir que era peor monstruo que él—. Yo tuve la culpa ese día, no él.

—No puede decir eso.

—Yo fui, Ryan —No miramos y mis ojos chispearon—. Él y yo estábamos besándonos y luego se volvió todo tan inconfundible. Lo último que me regresa a la cabeza es que lo tenía inconsciente en el piso, derramando sangre por mis manos. Mamá dijo que él me había tocado, yo le creí a ella que lo hizo. Si me negaba ella me golpeaba o me amenazaba con decirle papá para que él lo hiciera. Recuerdo que cuando niña, sufrí una golpiza, pero no recuerdo quien fue, todo era borroso, pero dejó marca en mí que no han sido borradas. Pasar de nuevo por eso… Por eso quiero creerle a mamá y que todo está bien, y no descubrir la verdad y encontrar que todo está mal.

Mi sensación de inestabilidad me atemorizó y la garganta se me atoró.

—¿Qué hay de él? Tú crees que eres la única en sufrir. Las cosas pasaron de una forma muy distinta, Leyna. La versión que quieres callar, no solo te duele a ti, sino que a él también. —Negué mirando hacia otro lado—. Tu versión es la única a quien le creo y solo tú puedes cambiar el rumbo de las cosas, solo tú sabes la verdad en ti misma.

—Lo sé.

Hay recuerdos que no se borran, golpizas que no se olvidan, pero algunas memorias son tan sufribles que el mismo cuerpo mediante su supervivencia las borras de algún modo. Esta no fue la excepción, si recuerdo como una ambulancia se estacionó en mi casa, si recuerdo cuando su madre me gritaba el odio profundo que me tiene. Cuando tuve que dejarlo para siempre, porque entender que si estaba conmigo jamás hubiera sido feliz, no con un monstruo que vive en mi interior.




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