Extraña complicidad [1]

Epílogo

Los días pasan después de lo ocurrido en la cabaña, no encontraron evidencia de nada, solo cenizas. Regian viajo hasta Francia, al gulag escondido entre las montañas de Mont-Blanc. Las voces son como oídos en las paredes y para un hombre sádico como su padre los rumores se le hicieron llegar antes de que el mismo Regian pisara tierras conocida. Era época de año nuevo, justo hoy se celebraba, pero la organización estaba de luto, el sucesor del padre y ejecutor estaban muertos, además de un gran aliado como lo era el tío de este. Los murmullos se hicieron esperar cuando Regian ingreso a la fortaleza, con el pecho aun doliendo la perdida de Ele y por las posibles consecuencias que de nuevo lo iba a ser partícipe del dolor.

Su padre lo esperaba con el cejo fruncido, de brazos cruzados y rodeado de una mujer distinta. Irónico, sabiendo que en las reglas de la organización tener a una esposa es lo más sagrado que hay y se respeta. Su padre había olvidado hace muchos años lo que significaba eso. Dejó la mujer que se fuera y se acercó al muchacho. Regian se inmutó, desde pequeño lo entrenaron para que sus sentimientos no lo agobiaran frente a él. Su padre lo miraba con el ceño fruncido, casi enojado se diría, pero de improvisto, tomó el cuello de Regian y apoyó su frente con la de él.

—Te felicito, supiste utilizar bien tus habilidades —Sonrió el padre con el mismo semblante característico—. Lo mataste, eso mismo lo hice yo, por eso no te castigare. Aquí el más fuerte sobrevive, por eso no lo haré nada en contra ti.

—Agradezco tu amabilidad, padre —Fingir lo tenía hecho una mierda, pero es paciente con los años.

—Pero igual pagaras —Regian frunció el ceño y de repente una mujer salió de la sala encadenada, con un traje de color blanco—. Tus actos saben que llevan consecuencias.

Regian estaba inmutable viendo como hacían que su madre se arrodillara frente a los ojos de padre y él. Hubiera sido más doloroso no saber que esto ocurría, pero ya lo sabía. Su madre y él lo platicaron muchas veces, e incluso su mamá insistió que ella tenía que sacrificarse y fue así. A Regian le dolía en lo profundo del alma, ver a su mama encadena hasta la medula viéndolo con los mismos ojos verde destellantes. Hizo un leve gesto y en esos labios que se separaron él lo supo, que el amor conlleva sacrificios.

—Le dirás algo —Su padre se giró a ver a su hijo mientras desenfundaba el arma.

Leti vysoko, madre —Nadie más entendió que ella y él, ni siquiera su padre quien solo entendía el inglés, francés e italiano.

Leti vysoko, hijo —Y el disparo la derrumbo de una mientras un charco de sangre, cubría toda la sala.

—Ahora era mi sucesor —El padre habló y él se dio media vuelta para volver por donde regresó con el pensamiento intacto diciendo entre sí que esto apenas inicia.

Las horas en el hospital mental eran todo lo recurrente mientras las secciones se dividían varias, por una parte, los chicos que estaba perdidos y no existía algún remedio. Y por otro lado están los otro en platica se sanaron y en están en la última etapa antes de regresar al mundo real. El psiquiatra comenzó la sección bien temprano con la chica número 18, Elena Wagner, diagnósticos, trastorno de personalidad evasiva, un caso bastante grave que con una fortaleza realmente grande logró que pasara de secciones hasta esta última que era un paso para la inserción. El psicólogo tomó su expediente y leyó con detalle, abusada a los 8 años, goleada a los 8 años y otro ataque de personalidad en 3 años. La chica de por sí era peligrosa, pero instinto de supervivencia, mató al agresor y sus padres la golpearon para callar. El psiquiatra era nuevo, había llegado hace solo semanas a trabajar e intuía que esa muchacha estaba bien, pero no lo suficiente como para salir

—Siguiente en la lista, pase —La chica que abrió la puerta lo dejó sorprendido, nada de lo que ese expediente pintaba era la verdad. La chica que entró fue una totalmente sana, su tez relucía en blanco mientras sus dos lagunas eran diferentes, brillaban. No existían ojeras en sus ojos, al contrario, su belleza natural resaltaba. Sus mejillas estaban sonrosadas, era una chica nueva, porque lo que leía que era y todo el pasado estaba enterrado tanto como los recuerdos y las personas que conoció. Sabía solo que habían abusado de ella, pero lo demás lo borró por el bien—. Siéntate.

Ella se sentó calmada, estudiando al hombre y le sonrió.

—Lista para salir —Asintió feliz. Sus calificaciones en el hospital estaba más que perfecta, era una mente realmente lista—. ¿cómo te llamas?

—Helen, tengo 17 años y voy a la St Cambridge Collage —Esa sonrisa hermosa no se perdía, ahora que estaba sana, el cabello lo tenía más largo en comparación a la foto de hace tres años y llevaba un abundante fleco. Daban a entender que esa chica era una diferente a la que entro, sería difícil de olvidar—. Volveré a mi colegio y voy a ser la mejor estudiante.

—¿Y odias? —Preguntó el psiquiatra, algo extraño para un hombre que jamás le diría eso a un paciente como ella.

Helen lo miró extrañada, casi sin aliento. Nunca un médico le había dicho que había que odia a alguien.

—¿Odiar?

—Sí, ¿odiar? —insistió el medico

—¿eh? —Pensó por unos minutos y negó.

—Odias a Regian Marchant —Y eso ella le dejó volando como una imaginación perdida, intentado averiguar porque odiaría a una persona que no conocía.

—¿Por qué lo odio?

—Porque el té destruyó Helen y por eso estas aquí, fingiendo ser una loca cuando no lo eres —Y ella se quedó pensando en un gran lio que acaba de formase en el cabeza, el hombre le entregó una foto del chico ahora cambiado, su cabello era castaño y sus ojos eran verdes, pero con inmensas ojeras debajo de sus ojos—. Estas en un hospital psiquiátrico por él.

—No haré nada malo —Susurró ella.

—No lo harás, Helen. Simplemente lo odiarás y jamás te acercarás a él —Asintió decidía y una chipa de enojo se acrecentó en su interior como si algo de una llama indescifrable estaba creciendo—. Jamás.




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