11/01/2019
Al día siguiente, Tom se despertó temprano. Tatiana ya estaba despierta, sentada a la mesa con su portátil abierto y una libreta a medio llenar.
—Buenos días —dijo sin apartar la vista de la pantalla—. ¿Dormiste bien?
—Sorprendentemente, sí —respondió Tom, aún adormilado—. ¿Qué haces tan temprano?
—Estoy buscando información sobre el lago y la casa de Laura. Dijiste que algo no cuadraba, ¿no? Bueno, estoy tratando de ver si alguien más ha notado lo mismo antes.
Tom se sentó a su lado, intrigado. Tatiana pasó las páginas de la libreta, mostrándole recortes impresos, foros antiguos, y una lista de nombres: antiguos dueños del terreno, noticias sobre el lago.
—Aquí —dijo Tatiana, señalando una entrada—. En los años ochenta, la familia Delacroix vivía en esa casa. El hijo menor murió ahogado en el lago. Lo llamaron accidente, pero hubo rumores de que no fue así.
—¿Y qué pasó con la familia? —preguntó Tom.
—Se mudaron al poco tiempo. Luego la familia Lápida vivió allí, hasta qué la hija menor también murió en el lago.
Luego de eso, los Bons la compraron hace unos 6 años.
—Mi profesora vivió allí, ¿Crees que Laura sepa todo esto?
Tatiana se encogió de hombros.
—No lo sé. Pero si lo sabe, no nos lo está diciendo todo.
Pasaron la mañana revisando archivos antiguos y bases de datos públicas. Cuanto más leían, más extraño parecía todo. Había informes sobre vecinos que evitaban el lago. Varios casos de desapariciones no resueltas en los alrededores, siempre cerca del agua.
—Aquí hay algo más —dijo Tom—. Mira esto: una mujer mayor asegura que ve figuras junto al lago por las noches. Dijo que una vez creyó ver a su hijo fallecido reflejado en el agua.
Tatiana frunció el ceño.
—Y tú dijiste que Laura te contó algo parecido. Sobre ver cosas en el reflejo…
Tom asintió. Un escalofrío le recorrió la espalda.
—Entonces no está sola. Hay más gente que ha visto cosas.
Tatiana cerró el portátil y suspiró.
—Vamos a necesitar más que búsquedas en línea para entender esto. ¿Qué te parece si vamos a la biblioteca local esta tarde? Tal vez encontremos registros más detallados. Quién sabe, hasta podríamos hablar con alguien del pueblo que recuerde a los Delacroix.
Tom asintió, sintiendo una mezcla de ansiedad y determinación. Por primera vez, sentía que no estaba simplemente siguiendo un misterio, sino que podía enfrentarlo.
—Vamos —dijo finalmente—. Quiero saber qué es lo que Laura no me está diciendo.
Por la tarde, Tom y Tatiana caminaron hasta la biblioteca municipal. El edificio era antiguo, con techos altos, ventanas grandes y olor a papel viejo impregnado en las paredes. Una mujer de cabello blanco recogido en un moño, con gafas colgando del cuello, los recibió en el mostrador con una sonrisa paciente.
—Buenas tardes —dijo Tatiana—. Estamos investigando sobre el lago y las familias que vivieron en la casa junto a él.
—¿La casa de los Bons? —preguntó la bibliotecaria—. Hace tiempo que nadie pregunta por eso.
La mujer los guio a una sección polvorienta del archivo histórico. Allí, sacó un par de cajas etiquetadas con los apellidos Delacroix y Lápida.
Mientras hojeaban los papeles, Tom se detuvo en una noticia de un periódico local de 1983: "Niño hallado sin vida en el lago: familia Delacroix afectada por tragedia". El artículo hablaba de un evento familiar, una fiesta de cumpleaños que terminó en tragedia. Lo extraño era que, según testigos, el niño había desaparecido sin dejar rastros, y su cuerpo fue hallado días después, aunque nadie lo había visto entrar al agua.
Tatiana encontró algo aún más perturbador: una hoja con anotaciones manuscritas por una vecina anónima.
"Los Delacroix nunca dijeron toda la verdad. Esa casa guarda algo. Y el lago… el lago no perdona".
Ambos se miraron. Tom guardó la hoja en silencio, con el consentimiento silencioso de la bibliotecaria.
—Hay algo más —dijo la mujer—. Un hombre mayor solía venir aquí, decía que conoció a la familia y que no todo lo que se contó fue real. Si les interesa hablar con él, vive a las afueras del pueblo. Se llama Federico Gentil.
Tatiana apuntó el nombre con rapidez.
—Gracias, de verdad —dijo Tom, más serio que nunca.
Al salir de la biblioteca, la tarde ya se teñía de naranja. Tatiana caminaba con la hoja entre sus dedos.
—¿Crees que Federico aún recuerde algo útil? —preguntó.
—Si vivió todo esto, sabrá más de lo que cuenta cualquier archivo —respondió Tom—. Mañana lo visitamos.
Ambos guardaron silencio el resto del camino. Ahora sabían que lo que les esperaba no era solo un misterio que resolver, sino una historia antigua, hundida en las aguas del lago, esperando ser desenterrada.
Esa noche, en casa, Tom no pudo dejar de pensar en la frase escrita a mano: "el lago no perdona". Las palabras resonaban en su mente con un eco inquietante, más que cualquier historia de terror que hubiera leído.
Tatiana, por su parte, seguía revisando las notas, subrayando nombres y fechas. Parecía haber adoptado su rol de investigadora con una naturalidad que sorprendía a Tom.
—¿Sabes qué me parece más extraño? —dijo ella—. Las muertes en esa casa no tienen conexión aparente… pero el lago sí está siempre presente. Como si fuera la constante.
—¿Crees que sea algo más que una coincidencia? —preguntó Tom, aunque él mismo ya conocía la respuesta.
—No creo en casualidades cuando hay patrones así —respondió Tatiana, decidida.
Tom suspiró, sintiendo que su mundo comenzaba a alejarse del terreno firme de lo racional.
Luego se giró hacia Tatiana, con un gesto más serio.
—¿Mamá te ha dicho algo más? —preguntó en voz baja.
Tatiana levantó la vista, sorprendida por la pregunta.
—¿Sobre qué?
—Sobre todo esto. El lago, Laura, lo que está pasando conmigo. ¿Te dijo algo más que no me hayas contado?