13/01/2019
Al día siguiente, Tom decidió que era momento de hablar con su madre. Aprovechó que Tatiana había salido a comprar algunas cosas para el almuerzo y se dirigió a la sala, donde su madre leía en silencio junto a la ventana.
—¿Puedo hablar contigo un momento? —preguntó con suavidad.
Ella alzó la vista y le dedicó una leve sonrisa.
—Claro, hijo. ¿Pasa algo?
Tom se sentó frente a ella, inquieto.
—Necesito que me hables con sinceridad… sobre papá. Y sobre el lago.
La sonrisa desapareció de su rostro. Cerró el libro con lentitud.
—Creí que habíamos dejado eso atrás, Tom.
—Yo no. Nunca lo conocí. Y ahora… todo parece girar en torno a ese lugar. Laura, la casa, lo que Tatiana y yo hemos descubierto… incluso tú sabías. ¿Qué más sabes?
Su madre guardó silencio largo rato. Luego suspiró profundamente.
—Tu padre cambió cuando empezamos a vivir en este pueblo. Al principio eran solo sueños. Luego empezó a hablarle al agua. Decía que podía entenderla. Una noche me confesó que el lago tenía “memoria”. Que si uno escuchaba con cuidado… podía oír los secretos que guarda.
—¿Y le creíste? —preguntó Tom, casi en un susurro.
—No al principio. Hasta que empecé a tener los mismos sueños. Hasta que sentí que algo me llamaba desde el otro lado del reflejo. Ahí fue cuando supe que teníamos que alejarnos. Pero él no quiso.
Tom apretó los puños sobre sus rodillas.
—¿Por qué nunca me lo contaste?
—Porque te quería lejos de todo eso. Y porque temía que un día el lago también te llamara a ti.
Antes de que Tom pudiera responder, el timbre sonó. Ambos se sobresaltaron. Tom se levantó para abrir la puerta.
Allí estaba Laura.
—Hola, Tom —dijo, con una expresión seria, muy distinta a la habitual.
—Laura… ¿Qué haces aquí?
—Podemos hablar. A solas. Es importante.
Tom dudó, pero asintió. Caminó con ella hasta el patio delantero.
—¿Qué está pasando?
Laura lo miró con una intensidad que lo incomodó.
—Sé que tú y Tatiana han estado investigando. Fuiste a ver a Federico Gentil. Has estado husmeando donde no deberías.
—¿Cómo sabes eso?
—Porque el lago me mostró. Porque no todo lo que brilla es visible, Tom. Y lo que ustedes están buscando… no quiere ser encontrado.
Tom la miró, atónito. Por un momento, no supo si tenía frente a sí a la misma Laura de siempre.
—¿Estás intentando protegernos? ¿O advertirme?
—Solo quiero que entiendas algo —dijo ella—: si siguen adelante, las respuestas van a costarles más de lo que están dispuestos a pagar.
Sin esperar respuesta, Laura se alejó caminando con paso firme. Tom quedó allí, parado, viendo cómo su silueta se desdibujaba en la neblina.
Por primera vez, se preguntó si Laura era realmente parte del misterio… o algo mucho más profundo.
—¿Qué dijiste? —la voz de Tatiana retumbó detrás de ellos.
Laura se detuvo. Tom giró la cabeza justo a tiempo para ver a su hermana bajar del auto con una bolsa en la mano y una expresión de furia contenida.
—Tatiana… —empezó Tom, pero ella no lo dejó terminar.
—¿“Lo que buscan no quiere ser encontrado”? ¿Estás amenazando a mi hermano?
—Tatiana arrojó la bolsa al suelo y avanzó con pasos decididos.
Laura no respondió al principio. Se dio vuelta con la misma calma, pero en su rostro había una incomodidad difícil de definir. No era amenaza, ni frialdad… era como si llevara una carga que no podía soltar, una verdad que no podía decir en voz alta.
—No es una amenaza —dijo con voz baja, casi quebrada—. Es una advertencia. El lago no distingue entre curiosidad y desafío.
—¿Desde cuándo hablas como si fueras parte de él? —Tatiana dio un paso más—. ¿Qué te hizo ese lugar?
Una ráfaga de viento violenta estalló de repente, tan fuerte que levantó hojas, polvo y ramas del porche. El cielo, que había estado gris, se oscureció aún más, como si un velo de sombra cayera de golpe sobre la casa.
Tom sintió un cosquilleo en la nuca. Algo más que viento. Una vibración profunda, como un eco proveniente de las raíces de la tierra.
Laura levantó la vista al cielo. Su voz sonó diferente, como si hablara desde un lugar lejano:
—No deberían estar removiendo cosas que llevan demasiado tiempo calladas.
Tatiana se estremeció. Por un instante, Tom creyó ver que el reflejo de Laura en la ventana no la imitaba, sino que la miraba.
—¿Qué… qué significa eso? —murmuró Tatiana.
Laura cerró los ojos. El viento, tan repentino como había llegado, se detuvo. Y aunque su intensidad parecía advertir algo, Tom no podía asegurar si había sido una reacción del lago… o solo una coincidencia en un momento cargado de tensión.
—Todavía tienen una oportunidad de detenerse —dijo, y se alejó, desvaneciéndose entre la bruma sin volver la vista atrás.
Tom y Tatiana quedaron en el patio delantero, en un silencio que ningún viento llenaba. A lo lejos, en el borde del bosque, algo crujió… pero ninguno de los dos se atrevió a moverse.
Tatiana fue la primera en hablar.
—No quiero que se acerque a esta casa otra vez.
Tom asintió con lentitud.
—Ni al lago —agregó ella, mirando más allá del camino, como si su presencia ya estuviera allí.
Y por primera vez, el nombre de Laura dejó de ser una persona… y empezó a sentirse como una advertencia.
—No puedes decir eso —dijo Tom de pronto, rompiendo el silencio. Su voz temblaba, no de miedo, sino de convicción.
Tatiana lo miró con incredulidad.
—¿De verdad vas a defenderla después de lo que acaba de pasar?
—¡Ella no nos amenazó! —exclamó Tom—. No fue como si nos estuviera controlando, Tatiana. Parecía asustada. Como si supiera algo que no puede decir. ¿Y si está atrapada en esto igual que nosotros?
—¿Atrapada? ¿Tom, la escuchaste? Dijo que el lago le mostró cosas. Habló como si no tuviera voluntad propia. Como si hablara por él.