14/01/2019
El lunes, Tom asistió a clase como de costumbre, pero su mente no estaba en los apuntes ni en las explicaciones del profesor. Desde el momento en que se sentó, sus ojos buscaron a Laura. Intentando divisar su figura a través de la ventana.
Cuando la clase terminó, se quedó rezagado, con la esperanza de verla aparecer por los pasillos. Y entonces, la vio. Estaba en el fondo del edificio, junto a una ventana abierta. Miraba hacia el patio con una expresión ausente.
—Laura —la llamó, acercándose con paso rápido.
Ella se giró lentamente. Lo observó unos segundos sin decir nada, como si evaluara qué tanto podía confiar en él todavía.
—¿Por qué viniste ayer a casa? —preguntó Tom—. ¿Qué querías decirme realmente?
Laura bajó la mirada.
—No era solo por ti. También era por ella. Sabía que Tatiana ya había visto demasiado. Y cuando alguien ve demasiado… el lago empieza a recordarlo.
—¿El lago "recuerda"? ¿Qué significa eso?
Laura vaciló. Parecía querer hablar, pero algo la retenía.
—Hay cosas que no puedo decirte directamente. No porque no quiera… sino porque algo me impide explicarlas. Es como si... estuviera vigilada incluso cuando no estoy cerca del agua.
Tom sintió una punzada de preocupación.
—¿Entonces estás en peligro?
—Todos lo estamos —respondió ella, más como una certeza que como una suposición.
Tom se acercó un paso más. Su voz fue más suave.
—Laura… necesito saber si puedo confiar en ti.
Ella levantó la mirada y lo miró con intensidad.
—Tú ya lo haces, aunque no deberías.
Tom iba a responder, pero un grupo de estudiantes pasó corriendo entre ellos, y la conversación se interrumpió. Cuando se volvieron a mirar, Laura ya parecía más distante, como si el momento se hubiese cerrado.
—Hay algo que quiero mostrarte —dijo ella en voz baja—. Pero no aquí. Esta noche. En el lago.
—No puedo ir solo —respondió Tom—. Tatiana no me dejaría, y mamá tampoco.
—Entonces no vengas. No aún. Pero si decides hacerlo… asegúrate de no mirar tu reflejo por mucho tiempo.
Y con eso, Laura se alejó por el pasillo, dejándolo con más dudas que respuestas. Y con la sensación de que cada paso hacia ella, lo acercaba también al fondo de un misterio del que ya no podría salir intacto.
Después de salir de la universidad, Tom caminó en silencio por varias calles antes de decidir volver a casa. El viento era frío, pero no lo notaba. Su mente seguía atrapada en las palabras de Laura, en el tono de su voz… en la advertencia que apenas logró comprender.
Cuando llegó, Tatiana estaba en el porche, sentada con una manta sobre las piernas y una taza de té caliente entre las manos. Lo miró al verlo acercarse, pero no dijo nada. Esperó a que él hablara primero.
—La vi —dijo Tom finalmente.
Tatiana frunció el ceño.
—¿A quién?
—A Laura.
Ella dejó la taza sobre la mesa.
—¿Dónde?
—En la universidad. No fue algo planeado. Estaba allí… y hablamos.
Tatiana entrecerró los ojos.
—¿Y qué te dijo esta vez?
—Que hay algo que quiere mostrarme esta noche. En el lago. Dijo que no debería confiar en ella, pero también parecía… atrapada. Como si estuviera luchando contra algo que no puede explicar. Tatiana… no creo que sea la enemiga aquí.
—¿Y qué esperas? ¿Que apruebe que vayas con ella?
Tom se sentó a su lado.
—No espero tu aprobación. Pero sí necesito tu confianza. Si voy, quiero que lo sepas. No porque no valore lo que me dijiste… sino porque no quiero hacerlo a escondidas. Me prometí que no volvería a meterme solo en esto.
Tatiana apretó los labios, visiblemente molesta, pero también conmovida.
—¿Y si no vuelve? ¿Y si desapareces como papá?
—Entonces tendrás derecho a odiarme toda la vida —dijo Tom con una media sonrisa—. Pero también sabrás que lo hice porque creía que valía la pena.
Tatiana lo miró con los ojos vidriosos. Una lágrima silenciosa se deslizó por su mejilla. Luego otra, hasta que no pudo contener más el temblor en su voz. Se llevó las manos al rostro, sollozando en silencio, como si cada palabra de Tom hubiera removido algo muy profundo dentro de ella.
—No quiero que te vayas, Tom… —dijo entre lágrimas—. No quiero quedarme sola con el miedo de no saber si vas a volver. No otra vez.
Tom la abrazó sin decir una palabra. La rodeó con fuerza, sintiendo cómo el peso de la incertidumbre los aplastaba a ambos. Por un momento, solo fueron dos hermanos temiendo lo inevitable.
Detrás de ellos, la puerta de la casa se abrió lentamente. Su madre los observaba en silencio, con una expresión de dolor en el rostro. Se acercó sin decir nada y se arrodilló frente a Tatiana, posando una mano sobre su hombro.
—Yo también tengo miedo —dijo en voz baja—. A veces quisiera poder detenerte, Tom. Atarte a esta casa si es necesario. Pero no puedo. Porque eso mismo fue lo que alejé de tu padre… y aún lo lamento.
Tom se incorporó con lentitud y la miró.
—Entonces… ¿Me dejas ir?
Ella asintió, conteniendo las lágrimas.
—Te dejo… pero no sin recordarte que no estás solo. Esa es la diferencia esta vez. Si el lago vuelve a llamar, lo enfrentaremos juntos. Como familia.
Tom asintió, y por primera vez en días, sintió que el miedo que lo rodeaba no tenía el poder de separarlos. A veces, saber que alguien te esperará al volver es lo único que mantiene viva la voluntad de regresar.
—Está bien. Pero me quedaré despierta. Y si en algún momento siento que pasa algo raro, iré por ti. No pienso perder otro miembro de esta familia por culpa de ese lago.
Tom asintió. Por dentro, algo le decía que esa noche lo cambiaría todo. Para bien o para mal.