Extraños.

Algo en el

15/01/2019

Tom despertó temprano al día siguiente, pero a diferencia del día anterior, decidió hacer algo más cercano a su rutina habitual: fue a la universidad. Caminó entre los pasillos con su mochila al hombro y saludó a un par de conocidos, aunque sin el mismo entusiasmo de siempre.

En clase, se sentó en su sitio habitual. No tardó en darse cuenta de que las cosas se sentían… distintas. No solo dentro de él, sino en la forma en que los demás lo observaban. Había un leve murmullo, miradas rápidas que se apartaban cuando él levantaba la vista.

Después de clase, mientras Tom revisaba unos apuntes solo en la biblioteca, una voz lo sacó de su concentración.

—Tom…

Alzó la vista y se encontró con Anna, la amiga cercana de Laura. Lo miraba con desconfianza, pero también con algo de tristeza.

—¿Todo bien? —preguntó Tom, aunque fue ella quien se le había acercado.

—Eso debería preguntarte yo —replicó ella—. Has estado… raro.

Tom la observó con calma.

—¿Raro cómo?

—Silencioso. Como si ya no estuvieras del todo aquí. Incluso Laura lo notó. Y créeme, que Laura lo note… ya es decir mucho.

Él bajó la mirada. Por dentro, algo le dolió.

—Solo han sido días difíciles. He estado… procesando cosas.

Anna se sentó frente a él.

—¿Tiene que ver con ella? ¿Con Laura?

Tom no respondió de inmediato. Luego asintió con lentitud.

—Y con otras cosas también.

Anna frunció el ceño.

—¿Sabes qué creo? Que algo te está afectando… no sé si es estrés, o lo que sea que esté pasando con Laura. Pero no estás actuando como tú, Tom. Y eso me preocupa.

Tom la miró directamente. Por un instante, sus ojos brillaron con una intensidad casi hipnótica.

—Yo también estoy empezando a preguntármelo.

Anna se levantó, incómoda. Lo miró una vez más antes de marcharse.

—Solo… cuídate, ¿sí? Y si sientes que te estás alejando demasiado… vuelve. No todo el mundo logra hacerlo.

Cuando se fue, Tom se quedó solo. Cerró los apuntes. Por dentro, algo en él se estremecía, como una voz bajo el agua, esperando ser escuchada.

Cuando se fue, Tom se quedó solo. Cerró los apuntes. Por dentro, algo en él se estremecía, como una voz bajo el agua, esperando ser escuchada.

Unos minutos después, Laura apareció en la biblioteca. Caminó directamente hacia él, como si supiera exactamente dónde estaría. Anna, que aún no se había ido del todo, los vio desde el pasillo y regresó, curiosa.

—¿Podemos hablar? —preguntó Laura, mirando a Tom.

Él asintió, y ella se sentó frente a él. Anna cruzó de brazos, permaneciendo de pie a un lado.

—¿Todo bien contigo? —preguntó Laura con tono bajo, evitando que otros escucharan.

—Eso pregunto yo —interrumpió Anna—. Te ves… raro. Y tú también, Laura. ¿Qué está pasando?

Laura intercambió una mirada rápida con Tom. Parecía debatirse entre decir la verdad o protegerla.

—Hay cosas que no puedo explicar —dijo Laura finalmente—. Pero te juro que no estoy tratando de hacerle daño a nadie.

Anna dio un paso hacia ellos.

—¿Esto tiene que ver con lo de la casa en la que vives? Porque desde que conociste a Tom, los dos están distintos. Como si... estuvieran cargando algo invisible.

Tom bajó la vista, y por primera vez, se sintió culpable.

—No quiero que nadie más se vea envuelto en esto —dijo—. Solo estamos tratando de entender algo.

Anna los miró a ambos, con preocupación sincera.

—Solo prométanme que si esto se sale de control, me lo dirán.

Laura asintió, sería.

—Lo prometo.

Tom la miró. No estaba seguro de poder cumplir esa promesa. Pero asintió también. Por ahora.

Anna se marchó en silencio. Cuando se alejó lo suficiente, Laura susurró:

Laura esperó unos segundos más, luego desvió la mirada hacia la ventana.

—No deberíamos hablar de esto frente a otros —dijo en voz baja—. Anna no entendería.

Tom asintió, aún confundido. Laura se levantó sin agregar nada más, y con una última mirada silenciosa, se alejó entre los estantes de la biblioteca.

Anna, desde el otro lado del pasillo, los observó marcharse con el ceño fruncido, como si sospechara que esa conversación no era lo que parecía.

Al mismo tiempo, en casa, Tatiana pasaba las páginas de un libro antiguo, uno de los muchos que había traído de la biblioteca del pueblo. Aquel en particular contenía registros históricos de propiedades alrededor del lago. Había buscado sin descanso algo concreto sobre la familia Lápida.

Sus dedos se detuvieron en una hoja amarillenta, donde un párrafo escrito a mano destacaba entre la tinta desvaída:

“La pequeña Elisa Lápida desapareció la noche del 5 de marzo de 1993. Su madre, en estado de shock, declaró que Elisa hablaba con su reflejo y decía que 'el otro lado era más bonito'. Tras la desaparición, la familia abandonó la casa de inmediato.”

Tatiana sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Esa descripción se parecía demasiado a lo que Tom había contado sobre sus propias sensaciones. Buscó en los márgenes anotaciones, y halló una firma: Federico Gentil.

—¿El señor Federico conocía a la familia Lápida? —murmuró para sí.

Buscó su número en el directorio local sin pensarlo mucho y comenzó a escribirle un mensaje. Mientras tanto, una idea crecía en su mente: ¿y si Laura no era la primera en tener un vínculo con esa casa? ¿Y si lo que Tom está viviendo… ya le pasó a alguien más?

Tatiana guardó el libro con cuidado. Su hermano estaba cambiando. Y tal vez, solo tal vez, ya no les quedaba tanto tiempo para entender por qué.

Tatiana no quiso esperar una respuesta del mensaje. Tom aún no había regresado de la universidad, y su madre dormía una siesta inquieta en la sala. El aire de la casa era denso, como si el silencio pesara.

Tras revisar una y otra vez la nota con el nombre de Mónica Lápida, decidió llamarla directamente. Marcó el número desde el teléfono fijo. El timbre sonó dos veces antes de que una voz suave y pausada contestara.



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En el texto hay: drama, sliceoflife, intriga y suspenso

Editado: 30.07.2025

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