Extraños.

Reflejos que respiran

16/01/2019

Tatiana se despertó sobresaltada. Su respiración era entrecortada, su piel fría y húmeda, como si acabara de salir de un estanque. Las sábanas estaban mojadas, no por sudor, sino por gotas que no supo de dónde provenían. Al mirar al techo, no había filtraciones. Al revisar las ventanas, todo estaba cerrado. Pero en el suelo, huellas húmedas llevaban desde su cama hasta el pasillo.

Se incorporó con lentitud. Sentía las piernas débiles, como si hubiera estado corriendo. En su mente, las imágenes del sueño se mantenían pegadas con una nitidez extraña. No había cielo en su sueño. Solo un inmenso reflejo de agua que se extendía por encima de ella. Todo estaba al revés. Incluso su voz.

«No era un sueño», pensó. «Era el otro lado».

Bajó a la cocina y encontró a Tom sentado en la mesa, con los ojos hundidos en una libreta. Tenía mapas, fechas y nombres dispersos en la mesa. El mismo patrón de obsesión que su padre. El mismo que ahora los unía.

—Tom… —murmuró.

Él alzó la vista. Su expresión cambió de inmediato.

—¿Estás bien?

Tatiana se llevó una mano al cuello, como si intentara cerciorarse de que aún era ella misma.

—Soñé con el lago. Pero no estaba afuera. Estaba… dentro. Como si caminara bajo su superficie. Pero todo estaba invertido, como un reflejo… y mi voz… hablaba sin mí.

Tom se puso de pie con lentitud.

—Te está alcanzando.

—¿El lago?

—No solo te muestra cosas. Te escucha. Te copia. Y cuando puede, entra por las grietas.

Tatiana sintió un escalofrío que le recorrió la espalda.

—¿Crees que Laura pasó por lo mismo?

—Creo que Laura ya no sabe qué parte de ella sigue siendo suya.

Un silencio espeso se instaló entre ellos.

—Hoy… quiero ir al bosque —dijo Tom.

—¿Estás loco?

—No al lago. A la zona donde Federico vivía. Dijo que allí el lago empieza a “ver”, pero aún no “toca”. Si hay respuestas, tienen que estar ahí. Y algo me dice que no queda mucho tiempo.

Tatiana asintió con pesar. Algo dentro de ella sabía que no podía seguir evitando lo inevitable.

—Dame diez minutos. Me cambio y te acompaño.

El bosque los recibió con su respiración lenta y húmeda. El aire olía a raíces viejas, tierra mojada y algo más… algo metálico. Lejano. El silencio era denso, como si el bosque los estuviera escuchando.

Caminaron hasta las inmediaciones de la cabaña de Federico. Pero el lugar estaba vacío. Abandonado. La puerta abierta, los muebles cubiertos por sábanas que no estaban allí el día anterior.

Sobre la mesa, encontraron un cuaderno cerrado con fuerza. Cuando Tatiana lo abrió, no había texto. Solo una frase, escrita una y otra vez en distintas tintas y caligrafías:

“Lo que se refleja no es lo que ves. Es lo que perdiste.”

—Tom… esto es de locos.

Él hojeó las páginas. Todas tenían la misma frase. Como si alguien —o algo— la hubiera estado escribiendo compulsivamente.

En la última página, escrita con trazo tembloroso, otra oración:

“Ya no es Laura. Ya no soy yo. Ya no eres tú.”

Tom cerró el cuaderno y lo guardó.

—Esto está empeorando.

Tatiana caminó hacia la parte trasera de la cabaña. En la pared exterior, tallado en la madera, había un dibujo: el contorno de un rostro humano… pero sin ojos. En su lugar, dos pequeños espejos redondos reflejaban el cielo nublado.

—¿Qué es esto…? —murmuró.

—Un aviso. O una puerta.

Tatiana se alejó de golpe. No sabía si era el dibujo o su reflejo el que le provocaba náuseas.

—Nos vamos —dijo con firmeza.

Tom no discutió.

Esa noche, Tatiana se encerró en el baño. No podía dejar de pensar en su reflejo. Al mirarse en el espejo, intentó no parpadear. Quería asegurarse de que lo que la miraba era ella.

Parpadeó. Su reflejo también.

Lo volvió a hacer. Otra vez… sincronía.

Suspiró, aliviada.

Entonces volvió a mirar. Y esta vez, ella parpadeó primero. Su reflejo… no lo hizo.

Tatiana se quedó helada.

Un segundo después, su reflejo la imitó… pero ya no tenía expresión. Su rostro se volvió plano. Vacío. Como si la versión del espejo ya no necesitara fingir.

Tatiana retrocedió con violencia, tropezando con la puerta. Cayó sentada. Cuando volvió a mirar… su reflejo era normal.

Pero ya nada lo era.

Tatiana permaneció sentada en el suelo durante varios minutos, temblando. No se atrevía a volver a mirar el espejo. Su respiración era errática, la garganta le ardía de contener un grito que no sabía si quería o debía soltar.

Finalmente, se puso de pie lentamente, tomó una toalla, y cubrió el espejo por completo. Luego salió del baño y fue directo a la habitación de Tom.

—Tengo que dormir aquí —dijo, con voz temblorosa pero firme.

Tom la miró un momento y asintió. No preguntó nada. No lo necesitaba.

Tatiana se sentó en el borde de la cama, abrazando sus propias rodillas. El cuarto estaba en penumbra, con una pequeña lámpara encendida. El cuaderno que Tom había traído de la cabaña reposaba sobre el escritorio, cerrado.

—¿Crees que… el reflejo puede… cruzar? —preguntó ella, sin levantar la mirada.

Tom no respondió de inmediato. Luego se acercó, tomó una manta extra y se sentó en el suelo.

—Creo que el reflejo no es solo una imagen. Es una puerta. Y creo que ya se está abriendo.

La frase quedó flotando en el cuarto. Tatiana lo miró desde la cama.

—¿Y si eso que está del otro lado… quiere entrar? ¿Y si ya entró?

—Entonces tenemos que asegurarnos de no dejarle más caminos abiertos —respondió Tom.

Pasaron unos minutos en silencio.

—Hoy, cuando vimos ese dibujo en la cabaña… el rostro sin ojos… —dijo Tatiana—, creo que era Federico. O al menos, lo que quedó de él.

Tom asintió lentamente.

—Tal vez por eso se fue. O tal vez… se quedó atrapado mirando su propio reflejo durante demasiado tiempo.



#3165 en Fantasía
#1524 en Thriller
#575 en Suspenso

En el texto hay: drama, sliceoflife, intriga y suspenso

Editado: 30.07.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.