Extraordinario en la vida ordinaria

Prólogo

El sol se ponía lentamente tras el horizonte, tiñendo el cielo de tonos cobrizos y dorados. Matvey estaba sentado en un banco cerca de su pequeña casa, con una taza de té caliente en las manos. Frente a él crujía un viejo nogal, bajo el cual, de niño, se había refugiado del calor del verano. El mundo a su alrededor había cambiado: otros rostros en la calle, otras conversaciones, otros problemas. Pero algunas cosas seguían igual: el suave soplo del viento, el olor a tierra después de la lluvia y la sencilla sensación de que la vida es un regalo, incluso cuando parece difícil.

Ya no necesitaba demostrarle nada a nadie. Sabía quién era y sabía Quién guiaba su camino. A lo largo de los años, había pasado por más de lo que podría haber imaginado en su juventud: frío y hambre, injusticia y traición, momentos de alegría y lucha desesperada. Y cada vez que le fallaban las fuerzas, cuando todo parecía desesperanzado, recordaba esas sencillas pero contundentes verdades que una vez fueron sembradas en su corazón, probablemente por el mismo Señor: no te apartes del bien, incluso cuando parezca absurdo; No traiciones tu conciencia, ni siquiera cuando el mundo se ría de ti; aférrate a tu fe, porque ella te sostiene.

Su vida siguió siendo sencilla: sin altos cargos, sin títulos ostentosos, sin fortunas impresionantes. Pero esta fue su victoria. Vio los ojos de quienes ayudó, sintió el apretón de manos de quienes una vez estuvieron en la oscuridad y ahora caminaban por el camino de la luz. No salvó al mundo, pero salvó a quienes pudo. Y esta, después de todo, es la verdadera esencia de la vida.

Esa noche, un joven se le acercó, hijo de un vecino que acababa de regresar del servicio. Guardó silencio un largo rato, dándole vueltas a su sombrero arrugado, y luego dijo en voz baja:

—Gracias, tío Matvey. Si no hubiera sido por tu conversación de ese día… no sé qué habría sido de mí.

Matvey se limitó a sonreír y lo desestimó con un gesto:

—No fui yo, muchacho. Fue Dios quien lo hizo. Yo simplemente estaba allí.

Repetía estas palabras con frecuencia. Y él sabía que eran ciertas. Todo lo bueno que le sucedía no provenía de su fuerza, sino de Aquel que se la había dado.

Por la noche, cuando la calle se sumía en el silencio, Matvey miraba por la ventana las estrellas centelleantes. Antes temía al futuro, porque era desconocido y oscuro. Ahora lo sabía: el futuro siempre está en manos de Dios, y eso basta para vivir sin miedo.

Recordaba su infancia: las frías paredes del cuartel, las manos cansadas de su madre, los días de hambre en los que cada pedazo de pan parecía una fiesta. Recordaba su juventud, cuando su corazón latía al ritmo de la lucha y los sueños. Recordaba a quienes habían fallecido antes de ver cómo había cambiado. También recordaba a quienes aún estaban con él, quienes lo habían apoyado e inspirado.

Matvey sentía que su camino aún no había terminado. Sí, los años se habían hecho sentir con dolor de espalda y pasos lentos, pero su alma seguía viva, abierta a lo nuevo. Aún tenía manos para ayudar, una voz para animar y un corazón para amar. Susurró suavemente en la oscuridad:

—Gracias, Dios, por todo. Por los días brillantes y oscuros, por quienes enviaste a mi camino, por la oportunidad de ser útil.

Y en esta sencilla oración se encontraba toda su vida: sin patetismo, sin palabras innecesarias, pero con profunda verdad.

Porque lo extraordinario de la vida cotidiana no es un milagro casual que ocurre una vez cada cien años. Es la capacidad de vivir con el corazón abierto cada día, de ver el significado de las pequeñas cosas y de hacer el bien donde uno se encuentra. Y si al menos a una persona, después de conocerla, empezaste a creer un poco más, a amar un poco más y a temer un poco menos, significa que no viviste en vano, al menos esa parte de tu vida.

Matvey alzó la mirada al cielo estrellado. Le pareció que en algún lugar allá afuera, en el infinito, apenas se oían los pasos de quienes continúan este camino, continuando lo que él una vez comenzó. Y sonrió, tranquilamente, con calma, como quien ha encontrado paz y tranquilidad en él.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.