Extraordinario en la vida ordinaria

Capítulo 11: El boxeo como sentido de la vida

Después de otra sesión de entrenamiento, Matvey salía de la escuela cuando vio por casualidad a un grupo de chicos entrenando en el gimnasio. Estaban golpeando sacos de boxeo, practicando golpes y combinaciones, y luego entrenando. Matvey se detuvo en la puerta, recorriendo con la mirada sus movimientos. Le pareció poco interesante y, en general, aburrido.

"Yo también puedo", pensó, observando con la mirada a uno de los boxeadores que trabajaba intensamente con el saco. Pero cuando los chicos empezaron a entrenar, Matvey cambió de opinión repentinamente. Observando la pelea, vio que la victoria no la conseguía el más fuerte, sino el que usaba su técnica con más sabiduría. Cómo era capaz de engañar a su oponente aplicando la estrategia adecuada y movimientos bruscos.

"Qué interesante... No se trata solo de fuerza. Se necesita inteligencia", pensó Matvey y empezó a comparar sus propias habilidades. "Yo también puedo. ¡Incluso mejor!".

Después de eso, decidió: "Tengo que intentarlo". Hoy iré a ver al entrenador y seguro que me aceptará.

El gimnasio, donde conoció al entrenador, olía a sudor y tiza. Los chicos, secándose la cara, observaban al recién llegado. Matvey se acercó al entrenador, que estaba de pie junto al saco, corrigiendo los golpes de alguien.

"¡Entrenador!", dijo emocionado. "Quiero boxear. Llévame a la sección".

El entrenador, mirando al chico con tristeza, se tiró de la barba pensativo. Era de mediana edad, estricto, pero a la vez atento, con una gran experiencia. Se llamaba Valery Stepanovich, era candidato a maestro de deportes de boxeo, pero trabajaba como profesor de tractores y automóviles en la escuela.

"Ya tienes quince años", dijo el entrenador, arqueando una ceja. "Ya estás mayor para boxear". Pero si quieres, puedes venir a perfeccionamiento general, intentémoslo.

Matvey no comprendió al instante cómo sentirse, pero se sintió ofendido. Le parecía que el entrenador simplemente no quería aceptar a un recién llegado. Pero incluso a pesar de estas palabras, estaba firmemente decidido: no se rendiría.

"Iré. Y te demostraré de lo que soy capaz y que puedo ganar", dijo Matvey con orgullo.

Los primeros entrenamientos fueron un verdadero shock para él. Llegó al gimnasio, listo para trabajar, pero en la primera sesión recibió una paliza brutal de un tipo más bajo y ligero que él. Matvey sintió que le dolían los músculos tras varios golpes repentinos en el estómago y la cabeza. Apenas se mantenía en pie, preguntándose cómo no había logrado detener esa lluvia de golpes.

"Esto... esto es serio", susurró para sí mismo, de pie después del combate, cubierto de sudor y moretones.

El entrenador se acercó y dijo, con una sonrisa, pero sin mucha alegría en la voz:

— ¿Qué? ¿Te sorprende? ¿Pensabas que sería fácil? Entrena unos meses y luego veremos qué puedes hacer. Mientras tanto, trabaja en ti mismo.

Matvey estaba destrozado, pero no quería rendirse. Hablaba en serio. El entrenamiento se convirtió en una verdadera prueba para él. Todos los días corría diez kilómetros, practicaba golpes al saco y luego tenía sesiones de sparring. A veces le dolía todo el cuerpo, pero sabía que tenía que superarlo.

—¡Vamos, Matvey, diez vueltas más! No pares —le ordenó el entrenador, de pie en el estadio, observando su resistencia.

El entrenamiento fue duro, pero Matvey no se rindió. Poco a poco, se volvió más fuerte, más resistente, más inteligente. Y ahora, tras un año de entrenamiento intensivo, sus esfuerzos finalmente dieron sus frutos. Ganó el primer puesto en el campeonato regional de boxeo e incluso el tercer puesto en el campeonato de escuelas profesionales de Ucrania.

—¿Ves? —dijo el entrenador Valery Stepanovich con una sonrisa, cuando Matviy sostuvo el premio en sus manos. “Lo lograste. Ahora eres candidato a maestro de deportes en boxeo”.

Matviy se puso de pie y sonrió. Este momento fue una victoria para él, no solo en el deporte, sino también en la vida. Se demostró a sí mismo que era capaz de más.

“Esto es solo el principio”, se dijo. “Será aún más difícil más adelante, pero estoy listo”.

Matviy comprendió que el boxeo se había convertido no solo en un deporte para él, sino también en el sentido de la vida. Y ahora podía decir con seguridad que cada golpe, cada sesión de entrenamiento, lo había fortalecido no solo físicamente, sino también espiritualmente. Ahora sabía que las verdaderas victorias llegan a quienes no tienen miedo de trabajar en sí mismos.




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