Matvey regresó de Kirovograd cansado pero feliz. Su carrera deportiva iba por buen camino; ante él, gracias a sus logros deportivos, tenía la perspectiva de una educación superior. Por fin estaba con Natalia, y eso era lo que más deseaba: una relación feliz, un futuro, una familia, hijos. Todo parecía normal, y no podía imaginar que algo pudiera salir mal.
Sin embargo, la vida, como siempre, le dio un giro inesperado.
—¿Por qué estás tan avergonzado hoy? —preguntó Natalia cuando se encontraron tras su regreso.
Matvey parecía no querer compartir sus dudas, pero comprendió que necesitaba hablar de ello. Y entonces recibió una noticia que le encogió el corazón. Circulaban rumores por la escuela de que Natalia era una traidora.
—¿Cómo puedes decir algo así? —sus ojos parecieron brillar de indignación al oír estas palabras de Matvey.
—Rumores... rumores —respondió. —Quería oírlo de ti, Natalia. ¿Es cierto?
Ella le aseguró que todo era una calumnia, una mentira. Matvey, inquieto, decidió averiguar de dónde provenían esos rumores.
Paso a paso, se acercó a Valera, un jugador de voleibol de dos metros de altura conocido por su seguridad en sí mismo. Matvey sabía que era el mismo tipo que había empezado a difundir rumores sobre Natalia. Lo había conocido en el campo de deportes.
—Eres una mentirosa, Valera —dijo Matvey con expresión seria—. Responde por tus palabras.
Valery, confiado en su fuerza, sonrió.
—¿Qué vas a hacerme? —No entendía la gravedad de la situación—. Tengo tres testigos: Petro, Vadim y Nikolay; lo vieron todo.
Matvey no esperó más. Su mano voló rápidamente hacia adelante y despojó a Valery de toda confianza en su impunidad. Unos cuantos golpes fuertes, y Valery ya estaba sentado en el suelo, con sangre en los labios, implorando perdón.
—¿Quieres que te perdone por tus mentiras? —preguntó Matvey, mirándolo sin apartar la vista de él.
Valery, ya recuperado, no se rindió. Se sentó en el suelo, apretando los puños y mirando a Matvey.
—Dije la verdad —se justificó—. Tengo testigos que lo vieron todo. No te imaginas cuánto me gustaba...
Esas palabras, como un martillazo, le atravesaron el alma a Matvey. Tres palabras: «me gustaba», «ella», «tú». Todos los pensamientos le daban vueltas en la cabeza. ¿De verdad hizo Natalia lo que Valery le dijo?
De inmediato se volvió hacia Natalia para averiguar la verdad.
—¿Es cierto? —su voz sonaba triste y serena—. ¿Qué pasó entre tú y Valery? Natalia, al ver la expresión en el rostro de Matvey, ya no pudo ocultar la verdad. Bajó la mirada lentamente y se sentó en silencio, como si sintiera que su mundo se desmoronaba.
“Sí... Fue…”, se detuvo, pero ya no encontraba una explicación. “No sé qué me pasó. Él... me gustaba, pero no podía estar con él, y nosotros…”
Matvey no pudo escuchar más. Su corazón se rompió en mil pedazos. Todas sus esperanzas, sueños, amor… todo se derrumbó en un instante.
“Eres una traidora, Natalia”, su voz se volvió fría, sin rastro del cariño que había sentido antes. “¿Le hiciste esto, y ahora tengo que vivir con esto?”
Natalia intentó detenerlo, pero él ya se había ido. Matvey sintió que su alma se hundía en un océano de dolor y traición.
Ese momento lo cambió para siempre. Después de eso, dejó de creer en la fidelidad femenina. Las relaciones se convirtieron en un simple juego para él, y el matrimonio en una necesidad para que sus hijos no se convirtieran en bastardos. Pero un gran vacío persistía en su interior. Ya no buscaba el amor verdadero, sino solo un entretenimiento temporal.
Y esto fue un gran error.
No comprendió entonces que lo realmente importante era que existía y existe el temor de Dios, y que la fidelidad que buscaba en las mujeres solo podía provenir de sí mismo. Solo con Dios podía encontrar una verdadera comprensión de sí mismo y del mundo. Pero entonces, cuando más le dolía, no lo comprendió.