Tras regresar del ejército, Matviy sintió como si alguien le hubiera puesto una hoja en blanco y le hubiera dicho: "Escribe de nuevo". El servicio se convirtió en una especie de encrucijada para él, donde no solo superó la prueba, sino que también se endureció, se volvió más perseverante, más fuerte, más atento a los pequeños detalles. Allí comprendió: la fuerza no solo está en los músculos, sino también en la capacidad de cumplir la palabra, de levantarse tras las caídas y de trabajar cuando otros ya se habían rendido.
"Para mí, la disciplina es la clave del éxito", repetía a menudo, recordando aquellas noches de insomnio y frías mañanas en las que tenía que ir a cumplir tareas sin derecho a cansarse. En el ejército, cada día era como una batalla. Ahora es una batalla por un sueño. Por mi verdadero yo. Es decir, la educación continua y el boxeo juegan un papel importante en esto.
Cuando Matviy ingresó al Instituto de Ingenieros de Gestión Hídrica de Rivne para continuar sus estudios, ya tenía claro lo que quería. No solo estaba "recuperando" lo que había perdido durante sus años de servicio, sino que también se adelantaba a muchos que estudiaban en los alrededores. Su día estaba planeado casi al minuto: al amanecer, ejercicio, una carrera obligatoria alrededor del campus de unos tres kilómetros; luego, vapor, después, un almuerzo rápido y entrenamiento de boxeo; por la noche, preparación independiente, apuntes, dibujos, a veces, clases adicionales con profesores.
No se permitía relajarse. Incluso cuando su cuerpo resonaba de cansancio y le pesaban los párpados, Matviy se obligaba a levantarse y dar un paso más hacia su objetivo. A veces, al anochecer, después de dos horas de entrenamiento, se paraba junto a la ventana del dormitorio, miraba la luz de la noche de Rivne y pensaba:
"Este es mi camino". Y ningún obstáculo me quebrará mientras me mantenga fiel a mis principios. La disciplina es mi arma. Lo principal es que el cuerpo resista y que Dios le dé el espíritu suficiente para cumplir el sueño.
Sus esfuerzos pronto comenzaron a dar frutos. Las competiciones deportivas se convirtieron en una especie de campo de entrenamiento para él, donde ponía a prueba su capacidad de autocontrol, mantener el ritmo y no perder la concentración. Las victorias se sucedían una tras otra, y su nombre se mencionaba cada vez más, no solo en los pasillos del instituto, sino también en los círculos deportivos de la ciudad. Luchó no solo por sí mismo, sino también por el honor del instituto, y esto se notaba en cada uno de sus combates.
Matvey recibió una beca doble y apoyo financiero mensual de un entrenador que vio en él un gran potencial. Para un estudiante de aquella época, un ingreso total de 170 rublos era muy considerable. Pero invirtió ese dinero sabiamente: en nutrición deportiva, guantes de alta calidad, literatura sobre el tema y, a veces, en viajes a competiciones en otras ciudades, lo que necesitaba adicionalmente.
Sin embargo, el boxeo no eclipsó sus estudios. Matvey lo entendía bien: las victorias en el deporte. Son buenos, pero sin educación el futuro será frágil. El decano y el profesorado destacaron su diligencia: no solo se mantuvo al día, sino que a menudo se encontraba entre los mejores del curso. Después del tercer año, su boletín de calificaciones estaba dominado por las matrículas de honor: un rotundo "bien", y su reputación de estudiante perseverante y decidido se fortalecía con cada semestre.
Sus amigos a menudo se preguntaban de dónde sacaba tanta fuerza. Pero Matvey no se consideraba especial; simplemente sabía trabajar y, lo más importante, tenía ganas de hacerlo. Bromeaba diciendo: "El ejército me enseñó a hacer lo que tenía que hacer, incluso cuando no quería".
Una vez, después de un día duro, cuando por la mañana tenía un examen de hidráulica, por la tarde dos sesiones de entrenamiento: una carrera matutina y un calentamiento, una pelea de sombras obligatoria de tres asaltos, y por la noche también la preparación para la competición, se quedó dormido sobre sus apuntes. Se despertó en mitad de la noche, miró el reloj y, en lugar de acostarse, volvió a estudiar. Porque sabía: Mañana tenía que estar listo al cien por cien. Era extremadamente estresante, pero Dios lo apoyó porque se esforzó por no pecar.
Su vida no fue fácil. A veces quería simplemente desconectar de ese ritmo, olvidarse de horarios y plazos, pero aguantó. Para él, el camino de un maestro no se trataba de victorias rápidas, sino de trabajo diario, pequeños pasos que gradualmente llevan a la persona a la cima.
Matvey soñaba con convertirse en un maestro del deporte. Para él, no era solo un título; era un símbolo de victoria sobre sí mismo, sobre su propia pereza, dudas y miedos. Al mismo tiempo, quería convertirse en un buen ingeniero para combinar el poder de la mente con el poder del cuerpo.
Sabía que habría derrotas, pero ninguna de ellas sería el final. Porque para él, cada derrota era solo un peldaño desde el que podía ascender más alto. Y las victorias… las victorias no son un regalo del destino, sino una recompensa por esas horas en las que, cansado y exhausto, seguía subiendo al ring, se sentaba ante su libro de texto o... Para correr por la mañana bajo el frío y la lluvia.
Así se forjó su carácter. Así siguió su propio camino: el camino de un maestro.