Valentina era exactamente el tipo de chica que se podría describir como gentil, modesta, pero con un fuerte carácter. Estudiante del Departamento de Economía del Instituto de Ingenieros de Gestión Hídrica de Rivne, tenía una mente clara y un carácter amable. Se sentía atraída por Matvey no solo por su fama de boxeador prometedor, que casi siempre regresaba de las competiciones con una victoria, sino también por su estilo de vida. Veía cómo este chico se esforzaba incansablemente por superarse: corriendo por la mañana, entrenando, estudiando e incluso trabajando a tiempo parcial como cargador en una tienda de comestibles.
Su rutina diaria parecía sobrehumana. Recibía 170 rublos de beca y 90 rublos de salario como cargador al mes, lo que en conjunto sumaba 260 rublos: mucho dinero para un estudiante. Pero al mismo tiempo, parecía un mecanismo que funciona sin fallos: se despertaba - trabajaba, se cansaba - trabajaba, ganaba - seguía trabajando. Pero siempre había una luz de propósito en sus ojos, y eso era lo que más fascinaba a Valentina.
La primera vez que hablaron en serio fue una tarde de otoño, porque algo atraía mucho a Matvey de Valentina. Matvey regresaba del trabajo, con las manos doloridas de cargar cajas pesadas, pero el cansancio no nublaba sus pensamientos. En la puerta del instituto, vio a Valentina regresar a casa con sus compañeros de facultad. Se separó del grupo y se detuvo frente a él.
"Matvey", dijo con una cálida sonrisa, "siempre me sorprende tu energía. ¡Estás siempre en movimiento! ¿Cómo encuentras la fuerza para todo esto?"
Se sintió un poco avergonzado, pues no estaba acostumbrado a esas preguntas, pero respondió con sinceridad:
“Es una costumbre. Empiezo la mañana corriendo dos kilómetros, luego calentando y luchando con una sombra. Después, estudiando, entrenando, trabajando… Pero puede ser difícil. No solo físicamente. A veces es mentalmente agotador.
“Oh, Matvey”, dijo Valentina en voz baja, sosteniendo una taza de té caliente en las manos, mientras se sentaban a conversar en la pequeña cafetería del instituto, “veo en ti a una persona con un gran corazón. Y me gustaría aliviarte un poco la carga”.
Matvey recordaba esas palabras. No porque fueran particularmente solemnes, sino porque percibía sinceridad en ellas.
A partir de esa noche, sus conversaciones se hicieron más largas y sus encuentros más cálidos. Valentina percibía cuándo Matvey se acercaba al agotamiento. Sabía cómo detenerlo con unas palabras:
“Matvey, no te apresures”. "Considerémoslo todo con calma", le decía ella cuando él se alteraba por nimiedades. Por eso, Valentina se convirtió gradualmente en una pieza indispensable en su vida.
"Siempre sabes cómo detenerme", sonrió, con gratitud en su voz.
Pasaban las tardes juntos en el parque de la ciudad, paseando por los callejones, donde las hojas ya extendían una alfombra dorada bajo sus pies. Él le contaba sobre los concursos, ella sobre las conferencias y sus sueños de abrir su propia firma de contabilidad. Sus mundos se entrelazaban cada vez más con cada encuentro.
Con el tiempo, la decisión de casarse se convirtió en una continuación natural de su relación. La boda fue modesta: un pequeño salón en un restaurante local, unos veinticinco invitados: familiares y amigos más cercanos. Sin música alta ni ostentación, pero con calidez y sinceridad. Valentina lucía un sencillo pero elegante vestido blanco, Matvey, un traje azul oscuro que le había prestado Vladimir, con quien compartía la habitación del dormitorio.
Sus looks durante la El intercambio de anillos de boda fue más elocuente que cualquier palabra.
Después de la boda, vivieron en una pequeña habitación en la vieja casa donde Valentina vivía con su padre. Su madre falleció de una grave enfermedad, por lo que Matvey rápidamente se convirtió no solo en un yerno para su padre, sino en un pilar de apoyo en la casa.
Una noche, sentados en la estrecha cocina con una ventana que daba al patio, donde el olor a pan recién horneado impregnaba el aire, Matvey tomó la mano de Valentina:
—Valya, siempre he creído que un hombre debe vivir con su esposa. Ahora somos una familia. Quiero que siempre estemos ahí, apoyándonos mutuamente.
Ella le apretó suavemente la mano:
—Estoy contigo, Matvey. Nos complementamos. Tú eres rápido y decidido, yo soy cuidadosa y prudente. Juntos superaremos cualquier dificultad.
Un ambiente sencillo pero cálido reinaba en su hogar. Valentina apoyaba a su esposo en todo: le preparaba cenas ligeras después del entrenamiento, le ayudaba a organizar su tiempo para que tuviera tiempo de descansar. Él, a su vez, asumía las pesadas responsabilidades. Hacía las tareas del hogar, reparaba muebles, llevaba las compras pesadas y siempre encontraba palabras de apoyo cuando su esposa regresaba cansada del baño.
Su vida no era lujosa. Pero ambos comprendían: la verdadera riqueza reside en tener a alguien cerca con quien compartir alegrías y dificultades. Matvey sentía que junto a Valentina no solo era más fuerte físicamente, sino también más sereno de espíritu. Y ella creía que con un hombre así no temería las pruebas.
Así comenzó su vida juntos: sencilla, pero llena de amor, respeto mutuo y fe el uno en el otro.