La nueva vida de Matvey, casado, comenzó con nuevos retos, pero también con momentos de alegría. Siempre cumplía con sus obligaciones con una energía inagotable. Para facilitarse la vida, Matvey cambió de trabajo: en lugar de trabajar como cargador, consiguió un empleo como guardia de seguridad. El salario se mantuvo igual, pero la carga de trabajo disminuyó, lo que le permitió dedicar más tiempo a sus asuntos y a su familia.
Estudiar en el instituto también lo mantuvo en un alto nivel. Durante su tercer año, acumuló notables logros deportivos: en todas las competiciones obtuvo premios: primero, segundo y tercer puesto. Sin embargo, a pesar de su rendimiento, nunca fue convocado a las competiciones clasificatorias para defender el título de maestro de deportes debido a la corrupción existente en el ámbito deportivo. Aceptó este hecho como parte de su destino y se centró en lograr un resultado. Porque tenía que apoyar a la facultad. El decano Volodymyr Stepanovich valoraba mucho a Matvey, y la doble beca lo confirmaba.
Uno de los acontecimientos más importantes de su nueva vida fue el nacimiento de su hijo. Valentina le dio a Matvey la mayor alegría con el nacimiento de su hijo Alexander. Matvey estaba increíblemente feliz. Organizó una celebración, invitó a los padrinos y madrinas, una fiesta cuidadosamente decorada, donde reinó un ambiente de calidez y unidad familiar.
Durante las festividades, mientras los invitados reían y creían en el futuro, Matvey se permitió un momento de vanidad: una oleada de orgullo, acompañada del deseo de demostrar su éxito. En ese momento, no pensó que la excesiva confianza en sí mismo pudiera tener un precio tan alto. Poco después de las fiestas, Valentina fue hospitalizada con una hemorragia grave. Los médicos actuaron rápidamente y, gracias a la atención de emergencia, se salvó, pero este incidente dejó una huella imborrable en el corazón de Matvey. Comprendió que la vanidad excesiva podía ser no solo una falta moral, sino también una verdadera amenaza para su ser querido.
“Matvey”, dijo Valentina en voz baja, ya en la cama del hospital después de la operación, “sé que quizás quisieras compartir tu alegría. Pero recuerda: nuestra salud y bienestar son mucho más importantes que cualquier logro o fama pública”. Y estas palabras comenzaron a derrumbar el muro protector que aún existía en sus pensamientos sobre las mujeres. Se trataba tanto de su madre, quien lo abandonó a su suerte, como de Natalia, su primera amante, quien lo traicionó.
Matvey suspiró profundamente, mirándola a los ojos:
“Siento mucho que mi orgullo me haya llevado a esto. Te prometo que nunca más dejaré que mis ambiciones te hagan daño”.
Este se convirtió en el primero de sus “pecados”, que recordaba para siempre. Pero la vida seguía adelante sin descanso. Valentina se veía obligada a encargarse de casi todas las tareas del hogar, porque Matvey, siempre cargado con diversas responsabilidades —estudios, trabajo, formación—, no encontraba tiempo suficiente para comprender lo difícil que es para una mujer, tanto física como moralmente. Este fue su segundo pecado, que a menudo recordaba con dolor en el alma.
A pesar de todas las dificultades, Matvey completó con éxito su cuarto año de instituto. Su disciplina, sus logros deportivos y el apoyo de sus profesores lo convirtieron en una de las personalidades más famosas entre los estudiantes. Sus amigos y familiares lo respetaban por no olvidar sus propios errores y esforzarse siempre por mejorar.
Una tarde tranquila, cuando Valentina ya se recuperaba en casa, Matvey estaba sentado junto a ella en una pequeña mesa en la acogedora cocina, donde ambos encontraron fuerzas para hablar:
—Valentina, me prometí a mí mismo que no volvería a cometer esos errores —dijo Matvey mirándola a los ojos—, y trataré de comprender mejor lo que realmente es importante para nosotros. Tú eres mi apoyo y nuestro hijo es nuestro futuro.
Valentina le tomó la mano con ternura:
—Juntos podemos lograrlo todo. Solo recuerda que la verdadera fuerza está en el amor, en el respeto mutuo y en la capacidad de admitir los propios errores.
Así, a pesar de las numerosas dificultades y pruebas, la vida del casado Matvey continuó su camino: con el ritmo diario de ejercicio, estudio, formación y trabajo, pero también con una nueva armonía familiar, que aprendió a apreciar cada día.