La Unión Soviética prácticamente se desmoronaba, y esto también afectó a la Fábrica de Radios de Rivne, dedicada a la producción de artículos para las fuerzas armadas. Con la falta de viajes de negocios y la inflación descontrolada, el salario, que antes era de ciento cincuenta rublos, se convirtió de repente en una pesadilla para la familia de Matvey. Día tras día, la situación económica empeoraba y ya no había trabajo en la fábrica.
Una mañana, sentado a una mesa sencilla en la residencia, Matvey habló de la situación con un compañero de trabajo, Sergey, a quien había visitado para tomar un café:
—Sergey, ya no tengo dinero para nada. La fábrica se está cayendo a pedazos y no hay viajes de negocios. Nos encontramos atrapados en este sistema. ¿Qué vamos a hacer ahora?
Sergey miró fijamente a su amigo:
—Supongo que tenemos que buscar otras maneras… hacer algo por nuestra cuenta.
Así que Matvey tomó una difícil decisión: renunciar a la fábrica y probar suerte en el mercado central local. Empezó a comprar pilas y pequeños acumuladores a sus colegas, confiando también en su palabra, para luego venderlos en el mercado. Aunque el negocio no era muy rentable, le alcanzaba para vivir, y cada mes apartaba el dinero sobrante para futuras inversiones.
Un día, cuando regresaba del mercado, Matviy llamó a su esposa Valentina:
—Valentina, hoy he vuelto a ganar algo de dinero. Hemos conseguido aumentar la facturación un 15 por ciento. Pero hay problemas: no hay suficiente espacio para almacenar la mercancía, y el local es pequeño.
—Matviy —dijo Valentina con dulzura—, deberíamos buscar una solución juntos. ¿Quizás podríamos alquilar una habitación aparte o algo así?
Matviy lo pensó. Sabía que para los negocios era necesario actuar con decisión. No había pasado ni una semana cuando emprendió un viaje a Hungría. Allí, mediante un trato inusual, compró un coche viejo, un Lada «six», que se convertiría en una base móvil para el reparto de mercancías. El viaje de regreso estuvo marcado por una nueva esperanza: Matviy pronto compró un garaje prefabricado de metal para almacenar baterías y acumuladores, lo que facilitó enormemente la logística.
Poco después, Matviy abrió un pequeño puesto en el mercado central de Rivne. Equipó cuidadosamente el local, invirtiendo todos sus ahorros. Pero el mercado empezó a enfrentarse a una dura competencia: la apertura de numerosos supermercados fue mermando gradualmente el comercio en los mercados tradicionales. Matviy intentó realizar viajes a centros regionales como Dubrovytsia, Volodymyrets y Sarny, pero incluso allí la situación no era mucho mejor.
Sin embargo, no se rindió: para Matviy, lo principal era asegurar el sustento familiar. No escatimó en gastos para regalos para sus hijos y para mantener a su familia. Por otro lado, junto con el aumento de las ganancias, empezaron a surgir nuevos problemas. Tuvo que buscar proveedores estables, organizar el almacenamiento de la mercancía y garantizar la entrega en el punto de venta.
Una tarde, al regresar a casa tras otra reunión con proveedores, Matviy se encontró con su viejo amigo Yurko, y se detuvieron en un pequeño restaurante local:
—Matviy —comenzó Yurko, levantando un vaso de fideos—, tu negocio parece ir viento en popa. Pero recuerda: no todo lo que brilla es oro. Debes tener cuidado con las nuevas amistades y sociedades.
Matviy sonrió, sabiendo que Yurko se preocupaba por él.
—Gracias, amigo —dijo—. Sé que el mercado está cambiando y que hay riesgos. Pero estaré atento a todo. Para mí, la familia es lo más importante.
Pero no todo era color de rosa. Algunos de sus supuestos "amigos" lo invitaban a cenar a restaurantes y lo "agasajaban", y él se divertía a costa del presupuesto familiar. Matviy a veces se entregaba a esos caprichos, gastaba dinero con demasiada facilidad, lo que reducía sus ingresos. Sabía que aquello era un gran pecado, y cada vez que veía dinero gastado en fiestas frívolas, pensaba que Dios lo ve todo y puede castigarlo.
Así pues, durante los cuatro difíciles años de su vida como emprendedor, Matvey trabajó incansablemente, logrando no solo sobrevivir, sino también aumentar gradualmente sus ganancias. A pesar de las dificultades, el mercado no siempre le brindó los resultados esperados, pero Matvey comprendió que la vida sigue y que cada experiencia, incluso la negativa, es una lección. Aprendió a planificar, analizar riesgos y crear su propia estrategia empresarial, manteniéndose fiel a sí mismo y a sus principios.