Extraordinario en la vida ordinaria

Capítulo 38: Matthew frustra un intento de robo

El turno de noche siempre le había parecido especial a Matvey. En el silencio, cuando todos dormían y reinaba una penumbra y una vigilia contenida, se sentía responsable no solo de las instalaciones, sino del mundo entero. Pero estas son palabras mayores, y el trabajo debe realizarse a diario. Por lo tanto, es de noche cuando se revela el verdadero valor de la atención, la disciplina y la conciencia, es decir, las de un guardia de seguridad.

Esa noche, como siempre, no se relajó. Cada hora recorría el recinto, intentando observar todo hasta el más mínimo detalle. La linterna que llevaba iluminaba con seguridad cada rincón, familiarizándose con cada piedra y arbusto del patio. Sin embargo, algo en ese silencio no estaba bien. Una inexplicable sensación de ansiedad lo hizo fijarse en la valla, que normalmente no examinaba con tanto detalle.

En una sección de la valla, de repente vio que faltaba un tramo de cinta protectora especial con agujas y placas metálicas afiladas. No se había quitado por accidente; se había quitado con demasiado cuidado, dejando marcas. Matvey lo comprendió de inmediato: se trataba de una preparación para una infiltración. Sin dudarlo un instante, llamó a Natalya Alekseevna, la directora del centro, a su móvil.

«Natalya Alekseevna», dijo en voz baja pero clara al auricular. «Probablemente se estén preparando para un robo. Han quitado una de las cintas de seguridad del lado norte. Le aconsejo que actúe con rapidez».

Natalya Alekseevna no dudó. Hacía tiempo que sabía que si Matvey decía algo, no sería una alarma en vano. Media hora después, se produjo una emboscada en el centro: tres policías apostados entre los arbustos cerca del posible punto de infiltración.

Matvey observaba desde la oscuridad, inmóvil y sin respirar con fuerza. La observación era doble: la policía desde fuera, Matvey desde dentro. El tiempo transcurría lentamente, pero alrededor de las dos de la madrugada se oyó un crujido tras la valla. Dos hombres, vestidos de oscuro, treparon con cuidado la valla justo por donde habían quitado la cinta. Actuaban con seguridad, como si lo hubieran hecho más de una vez. Uno de ellos llevaba una ganzúa, el otro una bolsa de herramientas.

Pero esta vez les esperaba una sorpresa.

Los policías salieron de sus escondites al instante, rodeando a los intrusos. Intentaron escapar, pero no tuvieron tiempo: los ataron en el acto. Durante el arresto, uno de los ladrones opuso resistencia, pero le rompieron los brazos, y ambos fueron introducidos en un coche patrulla. Tras un breve interrogatorio, se supo que estaban interesados ​​en equipos caros de las oficinas de los empresarios que las alquilaban en el edificio. Lo contaron todo: sobre la preparación, el reconocimiento previo e incluso que contaban con hombres armados, a quienes entregaron sin problemas.

Matvey fue citado a la oficina por la mañana. Natalya Alekseevna lo saludó cordialmente, incluso sonrió con sinceridad, algo que rara vez se permitía en un entorno oficial.

—Bien hecho, Matvey. Sus acciones fueron claras y profesionales. Gracias a usted, salvamos las pertenencias de decenas de personas. Ya firmé la orden: recibirá una bonificación de mil grivnas. Por fin tengo la seguridad que me satisface —comentó ella.

Matvey le dio las gracias, pero el dinero no era lo principal para él, pues comprendía que estaba trabajando por el futuro. Era importante para él que se reconocieran sus esfuerzos y que se justificara la confianza depositada en él. Aún más importante para él fue la forma en que la directora lo miró. En sus ojos se reflejaba una profunda mirada de respeto y confianza. Esta era la recompensa más valiosa para Matvey, porque mil grivnas eran una nimiedad en comparación. También comprendía que la seguridad en esas instalaciones era difícil y poco reconocida, y que aún quedaba mucho por hacer para mejorar la situación. Pero no lo dijo; simplemente planificó para el futuro, como una necesidad.

Sin embargo, no a todos les agradó el éxito de Matvey. Su compañera Nadezhda, quien a menudo descuidaba sus deberes oficiales, recibió la historia con ironía. Difundió rumores de que todo había sido una coincidencia y que no se debía convertir a Matvey en un héroe. Al principio, Matvey ni siquiera les prestó atención, creyendo modestamente que había tenido suerte.

Matvey no reaccionó. Sabía que la verdad estaba de su lado. La vida se encargaría de todo.

Esta historia nocturna se convirtió en una prueba más de que incluso en la vida cotidiana, a menudo en el trabajo inadvertido, hay lugar para el verdadero heroísmo. Donde otros habrían pasado de largo con indiferencia, Matvey vio una amenaza y evitó un crimen. No por fama ni premio, sino porque creía que si todos cumplieran con su deber con esmero, el mundo sería, al menos, un poco más seguro y justo. Porque no buscaba el heroísmo, sino una vida mejor, pero comprendía que esto solo se lograría haciendo el bien a los demás, no solo a sí mismo. Pero esto era solo el comienzo y había que hacer mucho para que la seguridad en las instalaciones fuera real.




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