Extraordinario en la vida ordinaria

Capítulo 43 La profesión exige acción

Tras un largo período de calma, cuando la vida de Matvey fluía con mesura y serenidad, finalmente llegó el momento en que sus conocimientos, experiencia y talento especial volvieron a ser necesarios. No era una situación cualquiera: requería no solo atención, sino también valentía, humanidad y determinación.

Nadezhda acudió a él.

Era la misma Nadezhda con quien había trabajado como socia en seguridad. Siempre valiente y decidida, pero a veces demasiado impulsiva. Fue su impulsividad y temperamento desmedido lo que la llevó a buscar un amante. Los sucesos posteriores, y la paliza que recibió Matvey, provocaron su despido en medio de un escándalo. Luego, cuando ese sinvergüenza, incitado por Matvey, a cuya esposa había insultado, sin siquiera conocerla, lo golpeó delante de sus compañeros. Le dolió no tanto física como moralmente, porque Matvey esperaba de Nadezhda al menos una palabra de apoyo, pero solo escuchó silencio. Pero incluso después de eso, cuando la despidieron, Matvey la ayudó: le encontró otro trabajo en una base industrial cercana. No le guardaba rencor. Simplemente actuaba según su conciencia.

Y ahora estaba frente a él, con lágrimas en los ojos, agotada, confundida.

—Matvey… —le temblaba la voz—. Me amenazan con el despido otra vez…

Resultó que el director de la base, Nikolai Ivanovich, aunque un hombre respetable, estaba bajo una fuerte presión de los empresarios que alquilaban los almacenes. En los últimos dos meses, se habían producido dos robos en el terreno: habían desaparecido herramientas de construcción costosas, así como un lote de repuestos del almacén de carga. Las sospechas recaían sobre los guardias de seguridad. Y aunque Nadezhda insistió en su inocencia, se convirtió en la principal sospechosa, o al menos en "incompetente".

—Si me despiden otra vez, no podré conseguir trabajo en ningún otro sitio... Necesito vivir de alguna manera... —susurró, secándose las lágrimas con la manga.

Matvey no lo pensó mucho.

—Te ayudaré —dijo con firmeza.

A la mañana siguiente, tras entregarle el turno a su compañero Vasily, Matvey fue a ver a Nikolai Ivanovich. Entró en la oficina con seguridad, como un hombre que sabe lo que hace. Allí, en una amplia mesa de madera, estaba sentado un hombre canoso y severo de unos sesenta años.

—Bueno —dijo Nikolai Ivanovich, tras escuchar atentamente—, si estás tan seguro, podemos hacer un pacto de caballeros: si encuentras a los verdaderos ladrones y puedes demostrarlo, recibirás diez mil grivnas y retiraré todas las reclamaciones contra Nadiya. Pero si no, no quiero saber nada más de ti ni de ella. ¿De acuerdo?

Matvey simplemente asintió. Y se dieron la mano en señal de firmar el contrato. Tenía un plan.

Mucho antes, intuyendo que el conocimiento no era lo único que necesitaba un guardia de seguridad, había comprado cuatro microcámaras ultramodernas con sensores de movimiento sensibles. Respondían a cualquier movimiento en un radio de quince metros. La particularidad de las cámaras era que la señal se enviaba inmediatamente al smartphone de Matvey, vía Bluetooth, a una distancia de hasta 150 metros. Incluso la vibración llegaba silenciosamente, como una advertencia: «El crimen está cerca».

Esa misma noche, Matvey pidió permiso para recorrer la base e inspeccionó cuidadosamente todos los puntos más vulnerables: almacenes, entradas laterales, marquesinas y sectores donde los guardias de seguridad rara vez miraban.

Caminó tranquilamente, como un visitante normal, pero de hecho, con cada paso grababa en su memoria el plano de la ubicación de las instalaciones, el tamaño del patio y las características de la ruta de circunvalación del guardia. Su experiencia le enseñó: cada detalle importa, porque es en los pequeños detalles donde se esconde el criminal.

Nikolai Ivanovich caminaba a su lado, asintiendo en silencio mientras Matvey hacía preguntas aclaratorias: dónde se registraba con mayor frecuencia la actividad sospechosa, a qué hora ocurrieron los robos anteriores, si había algo en común en las circunstancias de los incidentes. Era evidente que el director no creía realmente en el éxito, pero le impresionó la determinación de Matvey. Y también la perspectiva de evitar problemas con la policía y los empresarios.

Las inspecciones duraron casi una hora. Matvey se comportó con calma y confianza, como si todo marchara según un plan predefinido. De hecho, el plan empezó a tomar forma en su cabeza durante el paseo. No solo necesitaba descubrir dónde estaban los puntos débiles, sino también elegir los puntos donde su equipo funcionaría con mayor eficacia y discreción.

Cuando regresaron a la oficina, ya era de noche. La firma del contrato se llevó a cabo sin más dilación. Mykola Ivanovych escribió personalmente un breve texto en el que se comprometía a pagarle a Matviy diez mil grivnas si se lograba encontrar al ladrón, siempre que las pruebas registradas fueran suficientes para presentarlas a la policía. Se indicó además que, en tal caso, Nadiya permanecería en su puesto y no habría ninguna reclamación en su contra por parte de la administración.

Matviy releyó atentamente el papel, aclaró algunas palabras para evitar ambigüedades y solo entonces firmó. Actuó como un profesional, pero la tensión aún latía en su interior, no por los riesgos, sino por la importancia del caso. No se trataba solo de descubrir un delito. Se trataba de proteger la dignidad humana, de una oportunidad para que Nadiya pudiera empezar de cero. A pesar del viejo resentimiento, decidió actuar, como especialista y como persona.

Se despidieron dándose la mano. Matvey no nos dijo exactamente cómo procedería, y Nikolai Ivanovich no preguntó. El acuerdo tácito le dio margen de maniobra. De regreso a casa, Matvey revisó de nuevo el equipo que pensaba usar. Cámaras, baterías, soportes magnéticos, ajustes en la aplicación del teléfono: todo estaba listo. Actuó con discreción y cuidado, sabiendo que la mejor operación es aquella de la que nadie se entera hasta que se descubre.




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