Extraordinario en la vida ordinaria

Capítulo 45. ¿Qué es el bien y el mal?

Matvey, sin perder tiempo, incluso antes del amanecer, subió los archivos de vídeo de las cámaras de vigilancia al Viber de Mykola Ivanovich. Respondió casi al instante, concisamente, sin palabras innecesarias:

> "¡Gracias! Todo está claro. Lo averiguaré. ¡Bien hecho!"

La pantalla se quedó en blanco, y Matvey ya se dirigía a su base para relevar a Vasyl. La carretera estaba desierta, el frío viento matutino disipaba los restos de la niebla nocturna, y un pensamiento le daba vueltas en la cabeza: había hecho lo que tenía que hacer. El resto no era asunto suyo.

El día transcurrió tranquilo, sin incidentes. Matvey seguía con su rutina habitual, pero sus pensamientos ya estaban puestos en el futuro: estaba considerando el siguiente plan. La situación con la base de Nadiya aún no estaba resuelta.

Esa noche, al revisar su cuenta bancaria, vio un nuevo recibo. Veinte mil grivnas. El remitente era Mykola Ivanovich. Matvey se quedó paralizado por un instante. Esperaba diez, como acordamos, pero la cantidad era el doble, lo cual me sorprendió.

Unos minutos después, llegó un mensaje:

> “Matviy, hiciste un gran trabajo. Por eso decidí agradecerte de forma humana. ¡Te mereces más!”

Matviy escribió una breve respuesta:

> “Gracias. Te lo agradezco. Pero hay una pregunta…”

Al día siguiente se encontraron en la base. Ya hacía fresco, las hojas de los árboles se habían vuelto amarillas y el aire olía a otoño. Nikolai Ivanovich caminaba con seguridad, con una leve sonrisa, pero al ver la expresión seria en el rostro de Matviy, se detuvo.

“Estoy agradecido por la recompensa”, comenzó Matviy sin preámbulos. Pero supe que el Nikolai que denuncié no estaba encarcelado. Simplemente le quitaste cien mil y lo liberaste. Es tu derecho, pero no puedo estar de acuerdo con esa decisión.

Nikolai Ivanovich dudó un momento, luego suspiró y respondió:

— Tiene esposa y dos hijos. Pensé, quizás debería darle una oportunidad… Tú mismo dijiste una vez que el mal se cura con el bien.

Matvey lo miró fijamente a los ojos.

— Curar, sí, pero no justificar —dijo en voz baja pero con firmeza—. La bondad no es debilidad. Y si el bien no protege la justicia, se convierte en cómplice del mal. Y se convierte en maldad.

Nikolai Ivanovich apartó la mirada, fingiendo examinar los adoquines rotos bajo sus pies.

— Quizás tengas razón… —murmuró, pero la entonación era tal que Matvey comprendió; de hecho, su interlocutor aún no estaba listo para aceptar esa idea.

Matvey no insistió. Cada uno es responsable de sus decisiones ante Dios. y su conciencia.

No devolvió los diez mil extra. Pero no se los quedó. Se los dio a la esposa del mismo Nikolai, para los niños, para las cosas más necesarias. Se dio cuenta de que el dinero se había obtenido de forma indirecta y no del todo limpia. Pero decidió: al menos así podría reducir el daño. Sabía que él mismo no era perfecto, y nadie está libre de pecado.

Las tecnologías de seguridad en las que inicialmente había planeado gastar estos fondos tuvieron que posponerse. Y comprendió: la seguridad no empieza con la tecnología, sino con las personas. Si hay indiferencia o egoísmo en el interior, ninguna cámara servirá de nada.

Pasaron tres meses. El otoño dio paso al invierno. Matvey casi había olvidado esa historia, cuando de repente, por la noche, sonó el teléfono. La voz en el auricular era apagada y culpable:

—Matvey... tenías razón. Ese Nikolai volvió a robar. Esta vez en un garaje privado. Golpeó al guardia de seguridad. Se lo llevaron. Estará en prisión durante mucho tiempo.

Se hizo el silencio. El receptor, interrumpido únicamente por la respiración agitada de Ivanovich. Había decepción, vergüenza y fatiga en esa respiración.

Matvey respondió con calma, tras una breve pausa:

— No siempre sabemos dónde está la línea entre el bien y el mal. Pero al menos no podemos borrarla por completo.

Después de esa conversación, no pudo conciliar el sueño durante mucho tiempo. Se quedó tendido, mirando fijamente a la oscuridad, pensando en cuántas veces la compasión se disfraza de bien y el mal de necesidad. Qué fácil es equivocarse, queriendo salvar, pero en realidad alimentando lo que destruye.

La verdadera bondad es cuando la justicia y la misericordia van de la mano. Sin esto, la bondad se vuelve ciega, desdentada e impotente. Y la bondad ciega no es bondad, sino solo una herramienta conveniente para el mal. Especialmente cuando no se trata de un error accidental, sino de una violación sistemática y consciente.

Matvey comprendió: uno de los mayores desafíos de la vida es no dejar que la misericordia se convierta en un arma en manos de quienes nunca se detendrán. Voluntariamente.

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Si quieren, puedo añadir una breve anécdota del pasado de Matthew en este mismo capítulo: un caso en el que él mismo cometió un error al perdonar a alguien, y esto tuvo malas consecuencias. Esto reforzará la moraleja y profundizará las reflexiones.




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