Extraordinario en la vida ordinaria

Capítulo 51. Preguntas que construyen la realidad

Matvey estaba sentado frente a una gran pantalla mate que brillaba silenciosamente con un suave resplandor azulado. Un cursor parpadeaba en una esquina, como si lo llamara impacientemente a hablar. La inteligencia artificial esperaba nuevas órdenes, y él sentía que había llegado el momento de no solo recopilar ideas, sino también de integrarlas en un sistema coherente.

Recordó las palabras de su antiguo mentor: «Si sabes hacer la pregunta correcta, ya tienes la mitad de la respuesta». Y ahora, con una herramienta capaz de procesar en segundos lo que a una persona le llevaría semanas, quería aprovechar al máximo esta ventaja.

Lo primero que escribió:

> — ¿Cuál es la diferencia entre la presencia y la ausencia de una persona? ¿Y cuál es la señal más sencilla para detectarla?

La pantalla cobró vida y en un instante apareció una lista: rastros térmicos, sombras, sonido, movimiento, microvibraciones, cambios en el fondo electromagnético, olores, incluso ligeras fluctuaciones en la presión atmosférica.

Matvey recorrió lentamente la lista, examinando cada elemento con atención, como si estuviera separando el grano de la paja. Solo le interesaban las soluciones que pudieran implementarse masivamente y a bajo costo, sin instalaciones complicadas ni sensores costosos.

Redujo el significado de la pregunta:

> — ¿Cuál de estas opciones se puede instalar realmente en cualquier hogar, oficina o almacén, sin un gran gasto?

La respuesta llegó al instante:

> — Anomalía acústica (sonido), microvibraciones (suelo, paredes), circuito térmico (sensores infrarrojos). Lo más barato: sonido y vibración.

— Sonido y vibración… —susurró Matvey—. Algo que siempre está ahí, pero nadie lo nota.

Imaginó el viejo parqué del apartamento de su abuela, que crujía traicioneramente incluso bajo las patas del gato, y pensó: "¿Y si convirtiéramos este crujido en una señal de alarma?".

Continuó:

> — ¿Cuál es la forma más barata de registrar el movimiento de una persona?

La IA respondió sin dudarlo:

> — La geometría del movimiento de la sombra, la activación de sensores de sonido en una secuencia determinada, la señal de varios sensores sencillos en el pasillo. Las cámaras son más caras, pero se pueden combinar con ellas.

Matvey anotó rápidamente cada idea, como si estuviera recogiendo piedras para los cimientos de un futuro edificio. Aún no eran soluciones listas para usar, pero podía ver cómo se iban formando gradualmente en una cadena lógica.

— Reconocimiento… — murmuró, y sus dedos volvieron a recorrer el teclado:

> — Además de las cámaras de vídeo, ¿qué otras opciones son baratas y fiables?

La respuesta sorprendió:

> — La forma de andar de una persona, un patrón característico de ruido de pasos, ecos de voz, patrones de respiración (en espacios cerrados). Al aislarse, esto proporciona firmas digitales individuales.

— Así que eso es… — sus ojos brillaron. — No solo los ojos "ven" a una persona, sino que las paredes también la "oyen".

Recordó el turno de noche en el viejo almacén, cuando no veía nada en la oscuridad, pero reconoció inmediatamente a un compañero por el sonido de pasos. En ese momento, aún no sabía que este principio podía incorporarse a un sistema automatizado.

Y finalmente, hizo la última pregunta del día:

> — Detención. ¿La forma más barata y fiable?

La respuesta apareció casi al instante:

> — Una cerradura electromagnética que bloquea el paso en el momento justo. O un bloqueo mecánico de puertas o trampillas, que se activa al reconocer a un intruso. Si era necesario, ultrasonidos o humo como bloqueo pasivo.

Matvey se recostó en su silla y respiró hondo. Sus pensamientos volaban más rápido que el cursor en la pantalla. Cada nueva pregunta no solo proporcionaba respuestas, sino que abría toda una línea de investigación.

Se sentía como un arqueólogo cavando una mina profunda en busca de un tesoro antiguo. Pala tras pala, y ahora, bajo sus dedos, había oro sólido y pesado.

En una pegatina cerca de su monitor, escribió una frase que se había convertido en su regla:

"Pregunta y te acercarás. No busques una respuesta, busca el significado".

Cuando apagó el ordenador, ya oscurecía fuera de la ventana. Pero la luz en su cabeza se hacía cada vez más intensa. Salió de la oficina no cansado, sino eufórico, seguro de que ese día había dado algunos pasos hacia un invento que cambiaría la vida de muchas personas.




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