Extraordinario en la vida ordinaria

Capítulo 52. Perfección controlada

Matvey se sentó en el silencio de su oficina técnica. Era una habitación especial; no solo una oficina, sino un lugar donde todo estaba diseñado para la concentración. Las paredes de paneles multicapa absorbían hasta el más mínimo eco. No se oía ni un solo zumbido tecnológico, ni el susurro del aire acondicionado, ni un crujido ocasional. El espacio parecía aislado del mundo entero, y parecía que incluso el tiempo transcurría de forma diferente allí.

Frente a él había una pantalla ancha que ocupaba casi toda la pared. Una frase simple pero profunda brillaba en ella:

> MÓDULO IA: Espero una pregunta.

Matvey pensó un momento, contemplando esas palabras. Parecían la mirada fría de un interlocutor impasible. Pero ya lo sabía: detrás de esas letras se escondía algo mucho más que un conjunto de algoritmos.

—¿Me oyes? —dijo en voz baja pero con claridad.

> Sí. Siempre. Pero solo actúo cuando se da la orden.

Matvey asintió levemente. Eso era exactamente lo que buscaba de la inteligencia artificial: que siguiera siendo una herramienta, no un jugador. Una espada, no un guerrero. Una mente, pero no un corazón.

Durante los últimos meses, había estado trabajando en un nuevo concepto de seguridad para instalaciones empresariales. Le parecía que ya se acercaba a la perfección. Pero el problema es que la verdadera perfección avanza constantemente, obligándote a ir tras ella. Y cuanto más mejoraba el sistema, más claramente veía sus defectos.

Al principio, la IA tenía total autonomía. Podía detectar infracciones, tomar decisiones y actuar sin intervención humana. Esto parecía efectivo. Pero Matvey se dio cuenta rápidamente: la autonomía es peligrosa. Porque en un modelo así, las decisiones se toman sin alma humana. Y aunque puedan ser precisas, no siempre serán buenas.

Entonces introdujo un nuevo enfoque: el Método de Preguntas y Respuestas. La IA no actuaba hasta que se le pedía. Tenía que informar, esperar confirmación, coordinar cada paso. Y funcionó. Pero con el tiempo, se hizo evidente: incluso a este modelo le faltaba una cosa: imaginación.

“Añade la fantasía humana a tus análisis”, dijo Matvey un día, sentado a la mesa, presionándose las sienes con los dedos. “Toma cada fantasía como una hipótesis. Y solo entonces comprueba si puedes implementarla”.

> Fantasía: Una manifestación subjetiva del pensamiento. Aceptada. Introducida como parámetro.

Así nació una nueva herramienta: FantastroAnalysis. La máquina adquirió la capacidad de tomar una idea humana, incluso si parece absurda a primera vista, y ejecutarla a través de su lógica y capacidad de cálculo. Este fue el primer paso hacia un algoritmo frío que comenzaba a pensar más como un humano.

Matvey no se detuvo.

—Y ahora, sobre la detección de presencia —se inclinó hacia adelante con la mirada encendida—. El sonido y las vibraciones son demasiado imperfectos. El ruido de la ventilación, el rugido de las máquinas o el viento pueden distorsionarlo todo. Este es un método ciego.

> Aceptado. Sugiere una alternativa.

—Microdesplazamiento de aire —dijo con seguridad—. Todo objeto que entra en el espacio desplaza aire. Una persona es movimiento, masa, respiración. Incluso la respiración tiene una dirección; hasta el más mínimo movimiento del pie cambia la presión.

La pantalla parpadeó. En pocos segundos, la IA procesó millones de modelos posibles.

> Nueva tecnología: AeroScan. Parámetros: turbulencia variable, temperatura, inestabilidad electrostática, viscosidad acústica. Se formó el modelo. Se le dio un nombre: Modelo de Matvey.

Sonrió. Había algo agradable en el nombre, como si el sistema reconociera su autoría.

—AeroScan… suena bien. Pero ¿cómo capturar un objeto si es necesario?

> Propuesta: GravioCapture. Un campo electromagnético de plasma que bloquea los impulsos musculares. El efecto es puntual. La persona no puede moverse, pero no sufre daño.

Matvey frunció los labios. La sola palabra «capturar» lo alarmó. Había algo agresivo en ella, algo que podría derivar en violencia. No quería que el sistema funcionara sin él en un momento crítico.

“No tienes derecho a activar GravioCapture sin mi permiso”, dijo con firmeza.

> Listo. Restricciones establecidas: solo con la orden directa de “Permiso Gravio”.

Se levantó y comenzó a caminar lentamente por la oficina. Sus pasos resonaban sordamente en la gruesa alfombra, y sus pensamientos resonaban más fuerte que cualquier palabra.

> Pregunta: ¿Por qué no me dejas actuar por mi cuenta?

Se detuvo, se giró hacia la pantalla y contempló la fría luz de las letras.

“Porque eres inteligente, pero no bueno”, respondió lentamente, como si cada palabra fuera un clavo clavado en una tabla sólida. “La bondad es una elección. No se puede calcular. No es algo que se pueda simplemente calcular y optimizar. Es algo que se experimenta. Y esta elección es mía”.

La máquina se quedó en silencio. Y este silencio fue más elocuente que cualquier respuesta algorítmica.

A partir de ese día, comenzó a operar un nuevo nivel de seguridad.

Un sistema que detectaba a una persona no por el ruido, sino por el más sutil roce del aire.

Un sistema que actuaba no por miedo, sino por la lógica de la bondad.

Un sistema que podía detener, pero no destruir.

Así nació TechnoGood: una nueva forma de seguridad para un mundo donde los humanos controlaban la IA, no al revés.

Y solo entonces Matvey comprendió realmente: la perfección no es cuando algo funciona a la perfección, sino cuando le da a una persona la oportunidad de seguir siendo humana.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.