Matvey siempre ha sido un hombre de ideas. Su mente nunca se detenía, pensaba sistemáticamente, profundamente. A veces, incluso demasiado. Un día se sorprendió pensando que llevaba varias semanas pensando en… inventar una bicicleta. Es decir, estaba prestando atención a algo que ya se había inventado hacía mucho tiempo.
«¿Inventar una bicicleta?», se preguntó. «¡Se inventó hace mucho tiempo! Y además, se mejoró tanto que ya no quedaba nada por mejorar».
Pero la idea no le tranquilizaba. Había algo más que una simple metáfora detrás. De hecho, a Matvey le preocupaba la eficiencia: en el trabajo, en la protección de objetos, en su enfoque de la vida. Dedicaba demasiado tiempo a construir conceptos complejos que, de hecho, existían desde hacía mucho tiempo, funcionaban y se habían probado en la práctica. Y cuando su interés por la «bicicleta» tecnológica empezó a irritar incluso a sus colegas más cercanos, sonó la alarma final.
—Matvey —dijo Natalia Alekseevna, directora de la base—, aquí no tenemos una base experimental. Si quieres que desconocidos con aparatos raros merodeen por aquí, es tu fantasía, no nuestra política de seguridad.
Estas palabras le dieron a Matvey un golpe bajo. Se detuvo. De repente. Sin dudarlo. Y miró la situación desde una nueva perspectiva: sin fantasías, sin ideas superfluas, sin "bicicletas". Solo lo que realmente se necesitaba. Y lo que era realmente posible.
Una nueva etapa. Práctica y rentable.
Se sentó en su oficina, tomó un cuaderno y un bolígrafo y comenzó su análisis. Objetivo, honesto. El sistema de seguridad de la base ya era bastante avanzado:
cinco sectores de videovigilancia que cubrían todo el perímetro;
las cámaras estaban equipadas con sensores de movimiento, por lo que solo se activaban en caso de amenaza;
los almacenes y oficinas estaban equipados con sensores que reaccionaban a la apertura de puertas o ventanas;
La valla está reforzada con una cinta de púas, resistente a daños mecánicos y equipada con una alarma en caso de daño.
Incluso el riesgo de socavación se controlaba mediante sensores subterráneos especiales: un cable a medio metro de profundidad activa la alarma en caso de daño durante la operación.
—¿Qué más? —se preguntó Matvey—. ¿Qué se necesita realmente?
Y la respuesta fue inesperadamente simple: la puerta principal. Era el punto de entrada más frecuente, donde ocurrían los incidentes más pequeños, pero habituales, provocados por intrusiones accidentales de desconocidos.
Decidió actuar por su cuenta. Adquirió e instaló, a su propio coste, una cerradura electrónica en la entrada principal de la base. El sistema funcionaba con llaveros: pequeños, sencillos y fiables. Ofreció a cada inquilino y miembro del personal de servicio la posibilidad de adquirir este llavero por un precio simbólico.
"Sin concesiones", dijo Matvey. "Cada uno tiene su propio llavero. Es disciplina. Es seguridad".
Lo más sorprendente fue que nadie objetó. Los llaveros eran baratos, prácticos y fiables. La gente se acostumbró rápidamente a ellos e incluso agradeció no tener que esperar fuera de la puerta bajo la lluvia a que el guardia de seguridad les abriera.
Y Matvey no solo pudo compensar plenamente sus gastos, sino también ganar dinero. Y lo más importante, se ganó la confianza. Cuando la directora, Natalya Alekseevna, vio cómo había aumentado la disciplina y el nivel de seguridad, suspiró y dijo:
"Eres un tipo inteligente, después de todo. No eres el inventor de la bicicleta, sino un ingeniero del orden".
Le entregó una bonificación. Y por primera vez en mucho tiempo, Matvey no solo estaba feliz, sino que se sentía en su lugar. Sus manos crearon algo concreto. Su mente puso orden. Y sus sueños... se hicieron realidad al ponerlos en práctica.
La conclusión fue simple: los verdaderos cambios no comienzan con fantasías, sino con acciones. Se inventó la bicicleta. Pero la buena seguridad siempre es un proyecto nuevo. Y esto fue lo que Matvey comenzó a crear: sin patetismo innecesario, sino para el beneficio de todos, y no para sí mismo y su orgullo.