CUPIDO.
Sentí el agua entrar por mi nariz y boca, y me vi obligado a toser. Me puse de pie con rapidez y caminé hasta estar finalmente en la orilla.
—Idiota, ¿viste lo que hiciste?—se quejó el de cabello café, mientras apresurado intentaba rescatar sus frascos de especias que habían caído al agua.
—No era mi intención—dije volviendo a acercarme a él, para ayudarlo con su mercancía, pues algunos envases se hundían y otros eran arrastrados al centro del agua.
—Después de esto tendrás que darme más que una armónica —soltó el sujeto con visible enojo.
—Ya ajustaré cuentas contigo —le tendí los frascos—, pero ahora debo alcanzar a mi hermana.—dije y corrí hacia el bar al que Tiberia había entrado.
—¡Oye, no, espera! —escuché al hombre quejarse, pero decidido abrí la puerta.
Al entrar, algunos tipos se voltearon hacia mí, y me observaron con curiosidad y recelo; probablemente por mi ropa empapada. Podía sentir cómo el agua escurría de mi holgada camisa blanca, y cómo el cabello se me pegaba a la frente.
Miré a mi alrededor, todos ahí eran hombres. La mayoría debía rondar entre los 30 y 40 años. Desvié la mirada hacia las mesas del lado izquierdo y pude ver a la única chica en aquel bar. Tiberia hablaba animada, contrario al tipo de los tatuajes frente a ella, quien la observaba con el rostro inexpresivo. Al acercarme, pude darme cuenta de que era más alto y joven de lo que pensaba.
Una vez que estuve frente a ellos, el sujeto desvió la mirada hacia mí, y soltó algo similar a un gruñido, mientras me observaba con cara de pocos amigos. Vestía completamente de negro. Usaba una playera de tirantes y llevaba el cabello rapado.
—Oh, él es mi hermano —le explicó Tiberia, aunque el tipo ni siquiera habló—Y él es Vladimir—añadió presentando al hombre.
—Claro... mucho gusto —respondí con extrañeza, pues me desconcertaba la tranquilidad con la que actuaba Tiberia—. ¿Podemos hablar? —Cuestioné, haciéndole señas para que nos marcháramos del lugar; sin embargo, ella no parecía dispuesta a hacerlo.
—Estoy tratando un asunto importante aquí —respondió, y no pude evitar abrir los ojos con exageración, así que finalmente se alejó de la mesa para acercarse hacia mí—. ¿Qué sucede?—cuestionó sin importancia.
—¿Qué sucede?—repetí—Se suponía que nos encontraríamos con el contrabandista, pero tú nunca llegaste. Ahora estás a mitad de la noche, metida en un bar donde hay un montón de hombres, y sentada junto al que luce más amenazante—. Expliqué, comenzando a irritarme.
—Creí que tú te harías cargo del Greenro—respondió únicamente.
—Bueno, pues la negociación fracasó, así que ahora deberíamos irnos...
—Puedes irte si quieres, yo estoy teniendo una conversación interesante —respondió y dio media vuelta dispuesta a volver con el tal Vladimir.
—No voy a dejarte aquí —dije con seriedad, siguiéndola—Además, ¿no se supone que debías trabajar en una pócima? —le recordé.
—Pero si estuviste toda la mañana alegando lo peligroso que era seguir en el caso, ¿por qué ahora cambias de opinión? —respondió dejando de caminar y volteó a mirarme con expresión de burla.
—Porque estar aquí es igual de peligroso. Ese tipo me da mala espina, ¿de qué se supone que están hablando, que te tiene tan interesada?—cuestioné mirando con discreción a Vladimir quien parecía perdido en sus propios pensamientos.
—Ha visto al erradicador de almas—soltó con emoción—Como suele trabajar por las noches, me dijo que hace unos días cerca de la entrada del bosque, una persona con capucha se cruzó en su camino, y poco después, en esa misma zona hallaron el cuerpo de un chico con características similares a las de las otras víctimas.
—Claro que por eso te interesa tanto —solté con ironía.
—Sí, y también es muy guapo —añadió con diversión, y levanté ambas cejas.
—No estoy de ánimos para discutir tu gusto en hombres —negué con la cabeza.
—Bueno, entonces si me permites, iré a averiguar qué más sabe —Tiberia retomó su andar.
—¿Y esperas que me quede aquí?—cuestioné indignado.
—Si, y de preferencia en la barra, porque no creo que quieras ver cómo le pido que nos volvamos a encontrar— se mofó, aunque algo me decía que no era del todo una broma.
—¿Por qué no actúas como otras chicas?—solté un tanto enfadado, pero a mi hermana no pareció importarle.
—¿Y tú que sabes sobre cómo actúan otras chicas? Jamás hablas con nadie.
—Tiberia—la reprendí, pero me ignoró, así que no me quedó más que hacer lo que me pedía y sentarme en uno de los bancos frente a la barra.
Tras unos minutos, la puerta del bar fue abierta una vez más y el contrabandista de las especias entró con andar desganado y cara de pocos amigos, mientras chorreaba considerablemente y el cabello le caía sobre los ojos.
Se acercó hacia donde me encontraba y tomó asiento a mi lado, mientras sujetaba un extremo de su camisa gris y la apretaba intentando escurrirla.
El sujeto estaba por hablar, cuando el hombre que atendía en el bar, colocó dos tarros de cerveza frente a nosotros, mientras nos observaba con curiosidad.
—Me parece que las necesitan, apuesto a que su noche ha sido un desastre —soltó el tipo. Ya debía rondar los 60, era en extremo alto y tenía una abundante barba rubia.
—Gracias—respondí únicamente, intentando sonreírle.
—Tienes razón, Isaac —contestó el más joven, tomando el tarro de cerveza—. Todo ha sido un desastre por culpa de este tipo —añadió mirándome con enfado.
—Voy a pagarte —contesté con rapidez, aunque ni siquiera estaba seguro de cuántas unidades tendría que darle.
—Vamos, Dante, el hombre no parece estarla pasando mejor que tú—intervino el cantinero.
—Así que te llamas, Dante—dije sin pensarlo y el sujeto me miró aún con disgusto.
—No pretendía que tú lo supieras, pero sí, ese es mi nombre —respondió, y le dio un trago a su bebida.
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Editado: 27.10.2025