TIBERIA.
A pesar de no haber conseguido el Greenro, la noche había resultado más productiva de lo que esperaba.
Conocer a Vladimir fue una casualidad a medias. Yo había llegado al punto de reunión un par de minutos antes de lo acordado; sin embargo, el contrabandista de especias aún no se encontraba ahí, por lo que me dediqué a observar con detenimiento los alrededores del lugar hasta que mis ojos se toparon con un tipo interesante. El alto joven alistaba su pequeño bote con tranquilidad. Su semblante pálido apenas y reflejaba alguna expresión.
Debió sentir mi mirada sobre él, pues desvió sus ojos cafés hasta donde me encontraba y me observó fijamente. Sonreí con entusiasmo y comencé a caminar en su dirección.
Era consciente de que el hombre con el que me encontraría era diferente. Nuestro intermediario lo había descrito como un sujeto extraño, de cabello café, ropas holgadas y que estaba cerca de los 30. El joven al que yo observaba, llevaba el cabello negro rapado, su playera de tirantes dejaba al descubierto un par de tatuajes de sirenas y no parecía tener más años que yo.
Así que el que yo eligiera acercarme a él y entablar una conversación, había sido por mero interés.
—Es un lindo barco— hablé cuando estuve lo suficientemente cerca.
—Claro—respondió únicamente con expresión impasible y continuó hincado, concentrado en lo suyo.
—¿Trabajas hasta estas horas?—cuestioné con curiosidad.
Por algún motivo, deseaba llamar su atención. Aunque yo era 100 veces más sociable que mi hermano, rara vez me esforzaba para que alguien conversara conmigo, pero en esa ocasión sentía una mezcla de nerviosismo y necesidad en el pecho.
—Es demasiado tarde para que estés sola en este lugar —soltó y me miró a los ojos por unos segundos.
Al hablar por más tiempo, pude notar que su voz era seria y áspera.
—También estabas solo —respondí y sonreí con diversión.
—La gente no suele meterse a menudo conmigo—dijo, pero no de una forma presuntuosa, sino más bien sincera.
—Bueno, tampoco conmigo—admití.
Aunque platicaba con demasiadas personas, era consciente de que ninguna de ellas me consideraba su amiga. Yo sabía que los demás me creían extraña. Aunque me esforzaba por ser amable, el proceso de mi aprendizaje en la magia, había causado desastres que ayudaron a catalogarme como alguien desquiciada. Así que, sí, mis vecinos amaban platicar de trivialidades conmigo, pero jamás me invitarían a sus casas o intentarían rivalizar, pues temían que pudiera hacerles alguna especie de embrujo o quemar sus hogares, como lo había hecho con mi propio sillón.
—Hay un asesino rondando últimamente.—soltó el tipo con seriedad, provocando que mi curiosidad aumentara.
Sabía que debía referirse al erradicador de almas, pues aunque en realidad eran pocos los que conocían sobre las tenebrosas habilidades mágicas del hechicero, sí eran conscientes de que había alguien asesinando personas en el reino.
—¿Has escuchado sobre el erradicador de almas?—cuestioné con emoción, y me observó con el ceño fruncido.
Pareció dudar en responder por un segundo, pero después se puso completamente de pie y se cruzó de brazos.
—No he escuchado de nadie llamado así, pero sí vi a una persona sospechosa salir del bosque durante la noche —comenzó a explicar con voz tranquila, como si no estuviésemos hablando de alguien que acostumbraba a matar—. Apenas unos minutos después me topé con el cuerpo de un sujeto.
—¿Entonces viste a la víctima?—cuestioné inquieta—. Dime, ¿cómo lucía su rostro?
El joven permaneció en silencio, mientras me veía directamente a los ojos, como analizándome para asegurarse de que yo no hubiese perdido un tornillo, pues seguramente mis cuestionamientos le resultaban extraños.
—Tal vez pienses que soy rara, pero te aseguro que te pregunto todo eso con buenas intenciones —hablé nuevamente, intentando limpiar un poco la imagen que seguramente ya tendría de mí.
—No me pareces rara —respondió aun mirándome con detenimiento—pero, sí bastante despreocupada.
No pude evitar soltar una pequeña risa ante su comentario.
—Yo diría que soy osada —bromeé y él ladeó la cabeza.
—Puede que lo seas —respondió—, pero no deberías acercarte al peligro de esa manera.
—Agradezco el consejo, aunque te mentiría si te dijera que me alejaré —respondí con honestidad, mientras me encogía de hombros.
Una diminuta sonrisa apareció en el rostro del sujeto, fue tan rápida que por un momento creí que había alucinado aquel gesto; sin embargo, aquello incrementó mi buen humor.
—Por cierto, soy Tiberia Venning—me presenté.
—Vladimir—respondió a secas y finalmente subió a su bote.
El joven observó a su alrededor y de nuevo posó su mirada en mí, sin mostrar rastro de lo que pensaba.
—¿Quieres subir?—dijo tras unos segundos, y asentí sin evitar sonreír.
(...)
Al día siguiente...
Después de que Dante se fuese con la promesa de que más tarde traería el Greenro, y mi hermano despertara con una terrible resaca, que aparentemente lo acompañaría hasta su trabajo, me quedé sola en casa.
Me sentía ansiosa, quería dar cuanto antes con el causante de las constantes muertes en el reino, pues sabía que aquel hechicero tendría un plan incluso mayor, y que con cada alma que robaba no hacía más que incrementar su poder. No podía dejar de pensar en el color púrpura de su magia, en el aura y la forma en que su presencia me habían resultado inquietantes. Debía apresurarme con la pócima para poder realizar el hechizo de rastreo.
Rondé algunos segundos por el lugar, buscando el resto de los ingredientes, para que una vez que tuviera el Greenro pudiera continuar con mi plan. Sin embargo, alguien llamó, así que me dirigí hacia la puerta. Al abrir, me topé con el rostro de Vladimir. Al inicio estaba tan inexpresivo como la noche anterior, pero al cruzar miradas pude percatarme de cierto nerviosismo en sus ojos, que al final logró ocultar con rapidez.
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Editado: 27.10.2025