"Regresaremos"
Aquellas palabras de Santiago seguían resonando en su cabeza, impidiéndole descansar y es que por la ventana el sol empezaba a aparecer y ella sin pegar un ojo.
Se abrazó más al pecho fornido de Santiago, obteniendo que este la acercará más a su cuerpo por la cintura.
—¿Sigues pensando en nuestro regreso?
—¿Te hice despertar? —interrogó, elevando su mirada al rostro de Santiago, que continuaba con sus ojos cerrados—. Lo siento.
—No importa, tranquila, corazón. Ahora dime, ¿por qué no puedes conciliar el sueño?, ¿qué te preocupa?
—¿Tú estás bien? —quiso saber Ainara—. Es decir...
—¿Lo dices por Dante, tal vez?
—Santiago. No.
Al aludido se giró, quedando sobre Ainara, para seguidamente acariciar sus mejillas.
—Ainara, nunca te obligaría a estar conmigo si no lo quieres. Así como llegaste hasta mí por tu voluntad, yo nunca podría detenerte si no lo deseas.
—Soy feliz a tu lado, Santiago, de verda, y desde que vine, ni una sola vez me he arrepentido de mi decisión. —dijo con sinceridad, mientras acariciaba los cabellos que caían por su rostro—. Danielle y yo somos felices. Gracias por todo lo que nos das.
—Yo soy el que agradece por tenerlas conmigo —aseguró, besando sus labios y cuando se alejó, añadió—. Todo estará bien si existe la suficiente confianza entre nosotros. No me ocultes nada, solamente eso voy a pedirte.
—No lo haré —aseguró, esbozando una sonrisa, aceptando las caricias que Santiago le otorgaba con delicadeza, para, a continuación, entregarse a la pasión de aquellos cuerpos necesitados.
Aquellos gemidos, provocados por el placer ante aquella entrega, fueron ahogados por los besos desesperados de la pareja que, tras una danza de placer; agotados, cayeron rendidos ante un sueño profundo.
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Los rayos del sol le hicieron a Ainara abrir sus ojos, advirtiendo que Santiago no estaba junto a ella.
Se levantó a colocarse el pijama, fue hasta la ducha, para comenzar a asearse. Santiago había sido tan paciente con ella que nunca se apresuró a nada, simplemente las cosas se habían dado por sí solas. De hecho, ella jamás creyó que alguien más la tocaría; la verdad nunca iba a dejarse tocar por nadie más, pero las cosas tampoco salían como se planeaba, aunque en su caso, todo fue bueno.
Después de su ducha, se puso un vestido largo, informal, junto a unas zapatillas de deporte y bajó hasta la cocina, donde lo primero escuchó fue la voz de su hija que, como siempre hablaba como toda una adulta y en ocasiones como esa, le era inevitable no recordar a Dante.
—Leche, la leche viene de la vaca y hace muu. ¿Papi, por qué hace ese sonido la vaquita?
—Princesa, no sabría explicártelo, pero de seguro debe ser porque cada ser vivo tiene su manera de comunicarse y de las vacas es de ese modo. Así como tú hablas para comunicarte con nosotros, ¿me comprendes? —le preguntó, mirando a la pequeña que detenía su correteo y alzaba sus ojos azules, al tiempo asentía, enfocando su intensa mirada en él y le extendía la caja de leche que tenía en sus manos.
—Papi —hizo silencio Danielle, pensando cómo responderle—, lo hago, soy inteligente, pero papi, puedo yo, quiero saber algo.
—¿Qué sucedió, pequeña? —interrogó, apagando la estufa y mirarla, esbozando una sonrisa cuando su pequeña comenzó a acercarse hasta donde él y a medida que lo hacía, las coletas que le había hecho se movían de un lado al otro.
—¿Esas manchas negras por qué están en su cuerpo?
Mientras Santiago trataba de buscar una respuesta que ni él mismo sabía para responder, pues no tenía ni la más mínima idea y a juzgar por cómo aquellos ojos curiosos esperaban atentamente a su respuesta, le regaló una sonrisa nerviosa, Ainara, por su parte, no podía dejar de sonreír, esperando a lo que Santiago vaya a responder,
—Danielle, hija. Ah —se secó con disimulo el sudor de su frente—, no crees que es demasiado tarde y tu mami no baja.
—No saber, papi.
—Te responderé después, pequeña. —se acercó hasta donde Danielle y la tomó en brazos. De inmediato sintió como aquellos pequeños brazos lo rodearon—. Ahora termina tu cereal. Por cierto, tu mami debe estar por bajar. ¿Qué te parece si le preguntas sobre las manchas de las vacas? Tal vez ella lo sepa.
De verdad que la inteligencia y curiosidad de su hija lo ponía en apuros definitivamente.
Por su parte, Ainara abrió sus ojos de sorpresa y quiso golpear a Santiago.
¿En qué pasaba?
Danielle asintió, provocando que nuevamente sus coletas se muevan graciosamente.
—Es muy domilona.
—Lo es, princesa. —asintió, Santiago, dejando frente a la pequeña los huevos revueltos que le preparó—. Come todo para que crezcas alta y sana.
—Buenos días —saludó Ainara, adentrándose hasta el comedor y avanzando hasta donde su hija para besar su mejilla y luego giró su cabeza, otorgándole una sonrisa a Santiago que la abrazó por su espalda—. ¿Por qué no me despertaste?