Extremo amor

Capítulo [5] ¿Reencuentro?

Mientras Maritza abrazaba a su hija, al tiempo que sollozaba de alegría por tenerla nuevamente entre sus brazos, Amelia no dejaba de besar las mejillas regordetas de su sobrina que, como respuesta por aquellas caricias, no dejabas de carcajearse y removerse entre sus brazos.

—Tía, quiero hacer pipí por coquilas. ¡Mami! ¡Papi!

Ainara esbozó una sonrisa, al tiempo que se alejaba de su madre que atraía a Santiago a sus brazos, ella se acercaba hasta su hermana.

—Vas a hacer que se haga en los pantalones, hermana. 

—No importa, yo la cambiaré —replicó Amelia, ahora elevando a Danielle por los aires, provocando que la pequeña emitiera gritos—. Hace mucho que no veía a mi sobrina, es justo que la quiera comer a besos.

—No comer a Danielle, tía. ¡Ah!

—Deja que a tu hermana me duela la espalda por hacer cosas que ya no están para su edad.

—¡Mamá! —se quejó Amelia, deteniendo lo que hacía y bajando a su sobrina que de inmediato corrió a los brazos de su madre—. ¿A mi edad?, ¿de qué hablas, mamá? —se cruzó de brazos, pero su madre solamente se encogió de hombros

—Vamos a que coman algo. Imagino que deben estar con hambre, ¿verdad? —elevó su mirada hacia Santiago, que asintió, mientras estaba entre sus brazos.

—Gracias, mamá —dijo Ainara y en respuesta esta le guiñó un ojo, para seguidamente alejarse hasta la cocina.

—¿Mi edad? ¿Qué crees que trató de decir con eso mamá, hermana?

Ainara mientras ocultaba una sonrisa, se encogió de hombros y tras tomar la mano de Santiago que, de igual manera, parecía a haber entendido lo que Maritza hizo, pues había logrado que bajara a Danielle antes de que sucediera algún accidente, negó con su cabeza.

—No lo sé. Tal vez ya estás grande para esos trotes —respondió, esbozando una sonrisa, al tiempo que palmeaba su espalda y avanzaba junto a Santiago con dirección a la cocina—. Vamos a comer, tengo hambre. 

—¡Oye!, ¿de qué trotes hablas? ¡Oye! No me ignores, ¡Ainara!, ¡hermana! —gritó, mientras los seguía.

Una vez que estuvieron en el comedor y Maritza les sirvió la comida, empezaron a hablar sobre su vida en Inglaterra y como Danielle espantaba cada vez más niñeras. También sobre la escuela a la que asistirá cuando regresarán y cosas normales como el trabajo, tanto de Santiago y de Ainara.

Cuando Ainara le dio la oportunidad a Santiago de estar juntos, había regresado a casa para informarles sobre la relación, algo que, por supuesto, alegró a Maritza y a Amelia quien, los felicitó, esperando a que sean muy felices.

—¿Cuánto tiempo se quedarán y en dónde?, saben que pueden hacerlo. Hace un año se quedaron en un hotel para no "incomodarnos" vaya tontería —señaló Maritza, haciendo comillas en la última palabra—. Saben que los he extrañado mucho y quisiera estar con mi nieta el tiempo que permanezcan aquí. Además, ya va a ser el cumpleaños de Danielle y no les gustaría hacerlo aquí.

—Mamá. Solo estaremos un mes y...

Me quiero lo más pronto posible a la vida tranquila que construí, pensó para sí, pero la mano de Santiago le hizo girar su rostro hacia él. 

—Me parece bien si nos quedamos. Si es por mí, debes perder cuidado, corazón. No estaré incómodo. Y del cumpleaños de Danielle, lo hablaremos después.

Ainara esbozó una sonrisa, ya que no había pensado en él y mucho menos en el cumpleaños de su hija, por lo que, sintiéndose avergonzada, asintió, presionando su mano.

—Está bien. De todas maneras, será un mes, ¿verdad?

—Ay, qué es esa actitud, hija. Pareciera que quieres darte ahora. 

—Eso quiere decir que Santiago le hace feliz. Eso es bueno, mamá. —comentó Amelia, sosteniendo el muslo de pollo entre sus manos, para a continuación llevarla a su boca. 

Dante, definitivamente, había dejado traumada a su pobre hermana que ya no quiere estar aquí. Pobrecita. Suspiró con melancolía Amelia, al ver a su hermana querer escapar.

—Por cierto, aunque me alegra mucho que hayan regresado, pero, ¿lo hicieron porque nos extrañaban o existe otro motivo?

—Amelia. —murmuró Maritza, otorgándole a su hija un golpe en su mano—. No seas curiosa, no nos importa cualquiera que sea el novio de su regreso. Lo importante es que están aquí y con mi adorada nieta.

Ainara tomó la mano de su madre y negó con su cabeza 

—No importa. No la regañes. De hecho, tenía cosas que hacer, pero las extrañaba mucho. No pasa nada que quiera saber. Además, hace un año —calló cuando su móvil comenzó a sonar, por lo que, después de disculparse, se levantó—. Debo responder esta llamada, sigan sin mí.

—¿Quién es? —interrogó Santiago, limpiando la boca manchada de Danielle de una salsa roja.

—Karina, ya regreso —informó y salió.

En cuanto contestó, la chillona voz de su amiga, indagando en dónde estaba, llegó a sus oídos.  Cuando le dijo que ya estaba en su casa, le dijo que la esperaría en la casa de Damián, a lo que ella no puede negarse, sabiendo la situación del señor Damián, por lo que, después de cortar, diciéndole que ya salía para allá, cortó la llamada y regresó a la cocina.




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