Ainara en cuanto llegó a la gigantesca casa, después de mirarla por un largo rato, nunca había pensado que volvería a ese sitio y mucho menos a presenciar quizás los últimos momentos del dueño, aunque de verdad esperaba que no fuera el caso.
El sudor en su cuerpo empezó a hacerse presente cuando sus pies avanzaron hasta la puerta y, si ya de por sí estaba nerviosa por aquel accidente, saber a lo que se enfrentaría, le aterrorizaba.
Estiró su mano para tocar el timbre, pero la encogió de inmediato, llevándola hasta su espalda.
Exhaló el aire, al tiempo que volvía a repetir la acción de estirar su mano para tocar el timbre y nuevamente la encogía.
—Vamos, Ainara. Tú puedes, es solo tocar y decir que estás aquí y ya —se animaba —. No es difícil, tú puedes —repitió, estirando por tercera vez su mano, pero cuando iba a presionar el timbre, la puerta fue abierta y por ella Karina apareció, esbozando una sonrisa, mientras se cruzaba de brazos.
—Si esperaba a que te animara a tocar ese timbre.
—¿Cómo lo supiste? Es decir, yo estaba aquí, pero tú...
—Dijiste que vendrías e imaginé que te sería difícil entrar. Al parecer no me equivoqué, por lo tanto, te estuve esperando a que llegaras y te vi desde el balcón. —señaló hacia el balcón de la habitación principal—, después bajé y esperé a que sonara el timbre, pero no pasó y te espié; miré como estuviste a punto de timbrar, pero retiraba la mano, así que, me dio lástima y te ayudé antes de que te vayas.
—Karina, cómo puedes ser tan...
—¿Inteligente? —Terminó Karina, guiñándole un ojo, provocando que ella rodará los ojos, pero en realidad agradecía que esté allí.
—Metida. Si no hubieras abierto la puerta yo estaría ahora mismo huyendo —mintió, pero Karina tenía la capacidad de convertir sus momentos difíciles en divertidos.
—Bien, pues terminaré de ser metida y te llevaré a culminar lo que viniste a hacer. –dijo, tomando la mano de Ainara y llevándola al interior de la casa, mientras enredada está a su brazo—. ¿Te he dicho que te queda bien ese corte? Tenías el cabello demasiado largo y ahora que te veo, este estilo te queda mejor.
—Gracias, es más cómodo así, pero dime, ¿cómo está el señor Damián? A eso vine, ¿lo recuerdas?
—Oh, es verdad. Como dicen a malos tiempos, buenos ánimos.
—¿Cómo? —interrogó Ainara, frunciendo su ceño, mientras miraba a su amiga—. Vaya, ya no importa, ahora lo que quiero es ver al señor Damián e irme. —hizo silencio, mientras detenía sus pasos—. ¿Él no viene hoy, no es así? Imagino que me llamaste cuando es imposible encontrarme con él, ¿cierto?
Karina asintió.
—Claro, el jefe tenía una reunión con unos inversionistas extranjeros. Ya sabes cómo son esas reuniones. Tranquila. —comentó Karina, comenzando a subir las escaleras hasta llegar a la habitación de Damián, para a continuación golpear la puerta, donde segundos después fue abierta por la enfermera, quien les hizo pasar.
—Está despierto ahora, pasen, por favor. Estaré en la cocina a revisar la comida del señor, permiso.
—Gracias —dijeron al unísono Ainara y Karina, antes de internarse a la habitación.
La primera premisa en dirigir su mirada hacia la puerta fue Lara que, no dudó un momento antes de acercarse hasta Ainara y estrecharla en sus brazos
–Ainara, cuanto tiempo. No sabes cómo deseé verte, pero las situaciones no nos permitieron hacerlo, ya que después del accidente no supe más de ti. —se alejó y miró a su nuera—, ¿cómo has pasado? Lamento tanto que tuvieras que irte, pero ahora que estás aquí, tal vez puedas hacer recapacitar a mi hijo y...
—Lara, basta.
La voz suave de Damián, seguido de una tos, hizo que tanto Ainara, como su hija, lo miraran.
—Papá, ¿estás bien? —interrogó con verdadera preocupación—. ¡Papá!
—Lara, hija, estoy bien, pero necesito hablar con Ainara a solas, por favor —pidió Damián en un susurro.
Las mujeres se miraron y al tiempo asintieron con sus cabezas, antes de que Lara y Karina salieran de la habitación, dejando a solas a Ainara junto con Damián, donde la primera, se acercó a paso lento hasta el hombre que descansaba en la cama que elevaba su mano hacia ella que, no dudó en tomar la suya.
—Señor Damián, siento por lo que está pasando, de verdad espero que se recupere pronto. Sabe que todos dependen de usted.
—Ainara —pronunció Damián, respirando con dificultad—. Dejémonos de formalidades innecesarias cuando hay cosas más importantes que aclarar en estos momentos.
Ainara avergonzada, sintió como su rostro empezaba a sentirse acalorado y con una media sonrisa asintió.
—Lo siento, es que no sé qué decir, pero necesito saber por qué quería verme, aunque no me molesta, pues usted siempre fue bueno conmigo, pero yo...
Damián presionó la mano de Ainara para que callara antes de continuar él.
—Revisa mi cajón y sabrás por qué te hice venir —dijo susurrando.
—¿El cajón? —quiso saber Ainara, frunciendo el ceño, pero siguió la dirección de la mano del patriarca de esa familia. Así que, tras sentir, se acercó hasta las de noche y abrió el cajón, quedándose sin aire en ese momento, cuando la fotografía de su hija aparecía frente a sus ojos. De inmediato giró a mirar al señor, antes de estirar su mano y tomar las tomografías, pues no estaba solo la de su hija, sino de ella junto con Santiago.