Pasado.
La habitación después de un largo rato en que había sido invadido por los gemidos y gruñidos de la pareja, Dante, más miserable, no podía sentirse y aunque trató de disimularlo ante la rubia con ojos tan vivaces, no pudo lograrlo y obtuvo una sonrisa desdeñosa de su parte.
—Dado tu rostro, me das a creer que son dos opciones. Primera —elevó su dedo índice—. No te gustó lo que hicimos, aunque a mí me pareció que estuvo bueno, muy bueno, de hecho, o segunda opción —añadió un segundo dedo—, nunca habías tenido una aventura de una noche.
—¿Te importa lo que creo o siento en estos momentos después de coger?
Samantha sacudió su cabeza, al tiempo que se levantaba de la cama totalmente desnuda y avanzaba hasta tomar sus ropas del piso y añadir.
—Para nada. Espero que pronto volvamos a repetirlo. Ya sabes, sin compromiso. Tengo la sospecha de que, tanto como yo, tú no quieres una relación. Mucho menos abrir nuestros corazones para contarnos nuestros problemas, así que, es bueno saber que nos entendimos en la cama para seguir disfrutando antes de qué... —sacudió su cabeza, antes de hablar de más—. Solo llámame, ok.
—¿Por qué crees que volveré a llamarte?
Samantha esbozó una sonrisa, antes de dirigirse hasta su bolsa y de esta una nueva tarjeta.
—Cuando descubras quién soy. Estoy más que segura de que querrás hacerlo. No es por presumir, pero puedo ser dicha ayuda para ti y tu empresa. —musitó, extendiéndole la tarjeta.
—¿¡Qué!?
—Cuando lo descubras, seguiré esperando tu llamada. —respiró, aun con su mano extendida, para que tomara la tarjeta, pero al ver que Dante seguía con una pétrea expresión, dejó la tarjeta en la mesa de noche.
Dante miró la tarjeta y procedió a tomarla nuevamente, ahora que estaba en su mano juicio.
—Samantha Smith. Y qué tiene que... —calló cuando descubrió su verdadera identidad y elevaba su mirada a la mujer.
—Al parecer te diste cuenta quién soy.
—¿Por qué esa insistencia tuya de que te llame? Lo digo porque en el bar insististe.
—Te vi tan deplorable que sentí pena y alegría porque alguien estaba peor que yo. Aunque a veces solemos ocultar cosas, tu rostro demostraba lo patético que de seguro te sentías.
—¿Qué quieres de mí?
—Ya te dije. Hacernos compañía cuando la soledad nos embargue y tal vez ayudarnos en un futuro. —explicó, terminando de vestirse—. Nunca está de más un socio nuevo o un amigo —se acercó con sigilo hasta Dante, tras besar sus labios, se alejó y sacudió su mano cuando salió de esa habitación—. No olvides que estaré esperando tu llamada.
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Presente
—¿Quién es ella, querido? Parecías conocerla y ella ni se diga. Casi se me salen las lágrimas por cómo te miró que de verdad me conmovió. ¿Alguna de tus amantes, quizás? —interrogó Samantha, siguiendo a Dante hasta el interior de la casa, mientras enredaba su brazo al del hombre.
El aludido detuvo sus pasos y miró a la mujer que, enfundada en un vestido dorado hasta sus rodillas y que no dejaba nada a la imaginación, enarcó una ceja en muestra de disconformidad.
—¿Celosa? Porque si es así— se zafó —. Estás yéndote por un lugar al que sabes, no está acordado entre nosotros.
Samantha se cruzó de brazos, al tiempo que negaba con su cabeza y esbozaba una divertida sonrisa.
—Así que evades mi pregunta. Eso me quiere decir que sí es alguien. Además, si juzgamos que estaba visitando a tu abuelo, deduzco que es alguien importante.
—No la recuerdo, ¿cómo puede ser alguien que no conozco para nada y mucho menos sé de ella, alguien importante? Y, ¿por qué debería responder a tus preguntas? —la miró, pero la sonrisa burlona de su rostro no se esfumaba, continuó—. ¿Te preocupa que sea alguien importante para mí? Repito, ¿estás celosa?
—Para nada, querido. Lo nuestro no da para celos innecesarios. Lo decía porque tal vez podamos hacer algún trío. Nunca está de más probar cosas nuevas, ¿no crees?
—No me van esas cosas. Así que paso. —aseveró con voz dura, siguiendo su camino—. Ah, sería mejor que, mientras estamos aquí, dejes de llamarme querido. No quiero que mi abuelo se moleste ahora que está delicado, ¿entiendes?
Samantha se cruzó de brazos, dejando apreciar por el escote en V sus abultados pechos.
—Deberías decirle lo que en realidad somos. Socios de negocios y que, si nos sentimos solos, nos damos cariño. Es simple —sacudió sus manos—. Nada serio.
—Mejor será que te quedes en silencio, no será simple para mi abuelo y mucho menos nada serio. Así que, ese querido que está de más decir detesto, guárdatelo para ti. Por cierto, ¿trajiste la renovación del contrato? —inquirió, comenzando a subir por las escaleras, siendo seguido por Samantha.
—¿Por qué no lo haría? En este momento somos socios, así que obvio.