MIGUEL
Estoy sentado en la mesa, pienso en los desafortunados momentos que nos tocaron vivir, reflexiono sobre la noche que casi perdemos a papá; fue difícil, pensé que esta vez era el final.
Me llevo la mano a la frente; el dolor me recuerda el corte. Tomo una cuchara, intentando verme en el reflejo. Diablos, estoy sucio y mi pelo grasiento, tengo la cara hinchada del corte y del golpe; sentía dolor, no imaginé ver mi rostro así.
—Príncipe —escuché una voz a mi espalda.
Doy media vuelta, y Zaragor estaba detrás de mí; le sonrío. Es un título tonto, cosas del pasado, pienso.
—No llames a alguien que intentó desesperadamente sobrevivir estos meses de esa manera. Es un título anticuado, solo llámame Miguel, por mi nombre—. Le hago una mueca y vuelvo a mirar mi plato que, por cierto, no había probado alimento.
Tomo el cuchillo y el tenedor, corto el primer trozo de carne fría y me lo llevo a la boca; sentí estupor, estaba exquisito.
Él se sienta frente a mí, me mira.
—Solo dilo —anunció.
—Sí, lo tengo en la punta de mi lengua —manifiesta—. Quiero enseñarte una cosa.
—Me tomas por sorpresa, creí que me dirías, bueno, olvídalo. —Me sorprende. —¿Mostrarme algo?
—Por supuesto, estoy ansioso, quiero enseñarte todo en realidad. Sus ojos estaban abiertos como luna llena.
Otra voz se hace notar; miro por detrás de Zaragor y aparece Talderion, alto y fornido como lo recordaba en la noche. La luz lo aclara y veo su rostro duro y nariz puntiaguda.
—Deseamos mostrarte un lugar —expresa Talderion, mueve sus manos con rapidez sobre la mesa—. Pero primero saciaremos nuestra hambre.
Él se sienta y comienza a ingerir. Noto que ya no puedo seguir; acabo de comer una porción.
—Fueron días malos —me dice Talderion—. Deja que tu cuerpo se acostumbre; pasaron semanas hasta que probaste algo así. Come despacio.
—Ya me intrigan, ¿qué es lo que veremos? —preguntó curioso.
—Ya lo verás, ciudades enteras destruidas, y esta casa bajo tierra es lo único —, pausa, Talderion no puede describir el sentimiento.
Quedó en silencio, rememoró que, gracias a nuestra llegada, su civilización fue demacrada; las batallas de los setenta años limitaron la democracia.
—En fin—. Prorrumpe el silencio Zaragor. Se sentía ansioso. —Sí terminamos. Podríamos levantarnos y comenzar la aventura.
—¿Nuestro viaje? —doy media vuelta; papá está acompañado de Taros y mamá.
Taros capta enseguida lo que estamos a punto de hacer. —Le mostrarán la vieja ciudad, una villa derruida, sin peligros, rey.
Papá voltea con un hormigueo en el cuerpo, se acerca y me dice al oído: —Sabes lo que tienes que hacer si hay problemas —dijo tajante. Se va de la sala con mamá y Taros.
—Hay asuntos más importantes—. Me dice Talderion.
Lo miro y les pregunto sobre el viaje: —¿Hay cosas en las cuales deba temer?, ¿un Yoku, algún Orlinak, Ruka?
Ellos se miran, comenzando a ponerse rojos, y luego de unos minutos de silencio, intentando no reírse. —Eres bueno haciendo chistes. Cosas peores que esos animales domésticos nos podríamos llegar a cruzar. Estamos bien custodiados; si el príncipe camina a nuestro costado, ¿algo malo podría pasarnos?
Los dos comenzaron a reír, haciendo morisquetas, saltando de un lado al otro. Si nos franqueara algo fuera de mi imaginación.
Ya comienzo a inquietarme, muevo mi pierna impaciente, me cruzo de brazos y, luego de unos minutos, ceden, dándose cuenta de que no me había reído con ellos.
Talderion, sé sincero y pide disculpas.
—Tal vez perdí el sentido de humor en este periodo—. No porque me haya vuelto hosco; estoy aturdido, sin dudas.
—Estos meses maduraron tu carácter —comenta Zaragor—. Con la edad aprenderás que cada tiempo tiene su recompensa.
Talderion fijó su mirada sobre los míos. Apuesto a que se sonroja; sus ojos azules intensificaron su rostro duro.
—Creo que al final lo puedo decir—. Me dice Talderion: —Una gran similitud encuentro en ti y el pequeño Darío.
Lo miro, recuerdo que Taros comentó del rey Darío. Pienso si pelearon a su lado. ¿Cómo puede ser? Me pregunto, capto enseguida; ellos lo vieron y caminaron con él.
—Sé lo que estás pensando —se adelanta Talderion, leyendo mis pensamientos.
Quedó en silencio, ¿adivinó lo que estaba reflexionando o leyó cada una de mis cavilaciones?
—Solo me adelanto a lo obvio —explica con una mueca de complicidad con Zaragor. —Creo que debemos irnos; hablaremos en el camino; un poco de aire nos refrescará la memoria. El sol estará en su juventud.
ANIA
Acabamos de dejar a Miguel, en medio de la sala con Zaragor y Talderion; él nos salvó la vida. Escuchamos que irían al exterior. Elain se encarga; él nos entrenó bien para estos tiempos. Allá en la ciudad teníamos excursiones en las zonas que se permitían expediciones.
Nos enseñó, nos mantuvimos con vida estos seis meses; no puedo preocuparme, sé que estará bien.
Avanzamos por un corredor amplio; pienso que este fuerte está repleto de recuerdos. Comienzo a ver fotos de Elain; lo miro y no percata esas imágenes de él cuando era pequeño. Tal vez su padre los dejó allí, sabiendo por qué peleaba cada día, por un futuro mejor.
El piso es de madera pulida, las luces se encienden y se apagan a medida que avanzamos, hay puertas, esculturas antiguas, espadas, armas modernas; embozo un gesto, ya que una milia estaba en la pared; rememoro cada segundo cómo mi pequeño muere, tengo esa punzada otra vez; Abigail no está a salvo.
Recuerdo, estamos bajo tierra y seguros. Mi preocupación por las cosas hace que mi cuerpo vibre alarmado. Siento una mano sobre mi hombro. ¿Qué me trae en sí?
—Amor—. Sus palabras me vuelven a recordar que sigo cuerda—. Estamos bien, seguiremos; aquí fuera avanzaremos por mantener viva la llama de la esperanza.
Lo miro, y me abraza; él conoce mi silencio. Asiento con mi cabeza mientras unas lágrimas salen de improvisto.