MIGUEL
Mis nervios me toman por sorpresa, sudo; el bosque por primera vez me trae a la mente mis recuerdos, esos pensamientos que por mucho tiempo intenté evitar. Lo llamo miedo; papá me enseñó que a la perturbación se la ganaba con valentía.
Un coraje que ahora se escurre de mis manos. Corremos en el espesor del bosque, ¿hacia qué dirección? Mamá nos detiene y saca su brújula.
—Creo que estamos perdidos —nos avisa, intenta encontrar el norte, pero el compás se vuelve loco—. Parece que se averió.
—La noche nos muestra el resplandor del espejismo —dice Abigail buscando alguna estrella en el cielo—. Papá nos enseñó las constelaciones, cómo ubicarnos, pero hoy no es nuestro día; el cielo también está lleno de humo, o puede ser que sean nubes.
—No lo sabemos, el bosque es muy espeso —avisó mientras intentamos ubicar nuestra posición—. ¿Qué podemos hacer? —pregunté; el miedo comienza a tomarme por sorpresa.
Siento una presión en el pecho, y las voces vuelven, me dicen que soy un tonto, que no sirvo. Aprieto mi mano; sé que mis lágrimas comienzan a caer. Siento que me toma la espalda.
—Shh —me susurra mamá—. Está bien tener miedo, pero no lo mezcles con otros sentimientos que no vienen al caso; prueba salir de esos pensamientos, no son monstruos. Solo son especulaciones que intentarán derribar tu autoestima.
—En verdad, mi mayor miedo es mi padre —contestó compungido—. Temo que lo podamos perder.
—Es cruel, muy cruel, que eso suceda, y eso no está en nuestras manos. —Abigail agacha su cabeza y siento como reprime su llanto.
Los tres estamos en la misma sintonía; las cosas son así. Papá es el eje nuestro, el pilar, Y lo necesitamos.
Tomamos a papá y seguimos hacia adelante, donde los árboles parecen estar más juntos que nunca. Escucho el rumor de un río cercano; comenzamos a buscarlo; un poco de agua no nos vendría mal.
Enciendo mi linterna; es poco probable que alguien no esté buscando; el bosque está tranquilo, no hay absolutamente ningún ruido que nos alarme. Avanzamos hasta un claro y ahí está, un río pequeño.
—Voy a ver si es seguro —avisó mientras dejo a papá en el suelo; mamá lo acuesta sobre sus piernas y desaparezco.
Extraigo un poco de agua con una botella militar, analiza el líquido. Luz verde, eso es bueno; lo lleno y subo con rapidez del río; mi mamá está allí.
Pero algo inusual sucede: Abigail desapareció.
La llamo, escucho un crujido detrás de mí, volteo y lo que pensaba: apuntan a mamá con una flecha en el rostro.
Me hablan en una lengua que no conozco. Entiendo que, si algo sale mal, quienes pagan son ellos, así que me agacho y dejo mis objetos en el suelo; suerte que antes de partir tomé mis pertenencias. Pensamiento tonto: No puedo escapar de esto pensando en otra cosa.
Me levanto alzando las manos hacia adelante; es una mujer que tiene el tronco casi desnudo. El pelo enmarañado y menuda, sus brazos delgados y fuertes, tensa el arco como si fuera a romperlo; me avista sin dejar de apuntar a mamá.
Mamá hace un pequeño movimiento y ella la detiene al instante. Me mira, y entiendo cómo tengo que proceder.
—No somos de por aquí, solo estamos de paso —le hablo haciendo movimientos con mis manos.
Cosa que ella me mira, gesticula en su lengua. Hablaba rápido y sin detenerse; a veces mostraba sus dientes o pegaba pequeños saltos, apuntando el arma hacia el río.
La estoy apuntando con mi linterna y me mira, y me vuelve a indicar hacia el río.
—¿Quieres que baje al río? —pregunto y hago los movimientos.
Ella asiente con la cabeza— ¡Seli, Seli! —, grita ofuscada.
Me muestra la botella, mueve el arco hacia el río.
—¿Quieres que tire el agua que acabo de recoger? —preguntó mostrando el recipiente.
Ella asiente, deja de apuntar y me lleva; vierto el agua al río.
Volvemos con mamá; Abigail no aparece.
—¿Qué crees? —me pregunta mamá.
Levanto los hombros, mi asombro llega hasta el cielo. —De alguna manera no quiere que tomemos esa agua; ella sabe algo que nosotros ni la botella pueden detectar.
Ella se pone frente a nosotros mientras guarda en su carcaj la flecha y colocaba el arco sobre el suelo.
Nos mira, y nos quiere transportar a algún lugar. Levanto mis manos llevándomelo al corazón. Ella atenta contra mis movimientos.
—Hermana, de sangre, perdida en el bosque —le digo, intentando que me entienda—. No nos iremos a ningún lado hasta encontrar a mi hermana.
La salvaje me mira, no entendiendo razón.
La señaló a ella y a mi mamá, e hizo una figura en el aire de una mujer con sus cabellos, e intentó decirles que éramos cuatro y que una se perdió.
ANIA
Miro a mi alrededor; otra vez, por alguna maldita razón, estamos lejos entre sí. Miguel intenta darle a entender. A la salvaje donde se encuentra Abigail, suma que Elain no responde, sigue respirando con dificultad, pero allí está peleando; su temperatura sube y luego de unos minutos se estabiliza.
Gabla sigue en silencio, como si estuviera protegiendo a Elain de algo que no sabemos; ella ahora permanece inerte, sin síntomas. Sumemos que estamos perdidos aquí, en medio de un bosque.
Lo veo a Miguel intentando convencer a la salvaje.
—Miguel —lo llamo, él me mira, tengo una idea—. Regresa a buscar a tu hermana, ya sabes dónde encontrarme, no podré moverme, por más que lo intente —contemplo los alrededores, veo que aún se hace más oscuro, temo por Abi.
Él me mira y asiente con la cabeza —quizás esté cerca—, me dice mientras observa a su alrededor con sus ojos asustadizos.
Él se abre paso en la espesura del bosque, en medio de la oscuridad; la muchacha lo sigue, me observa desaparecer en la sombra; en sus ojos el miedo parecía no penetrarla.
Miro a mi alrededor, estamos perdidos, lo único que podemos hacer es esperar, y lo recuerdo.