Fábulas de Catopolis

La fábula de la serpiente y el cisne

En un sitio muy lejano, cuando el tiempo no era contado como lo es ahora, existía un prado que se extendía a lo largo y ancho del mundo. En él, muchas criaturas maravillosas y mágicas convivían a diario en completa armonía, al igual que los viajeros eran bien recibidos por los habitantes del lugar mientras respetaran la localidad y sus limitadas reglas.

De entre todos los lugares que se podían encontrar en el prado, había uno que era especialmente hermoso y mucha gente del mundo iba a visitarlo por su popular brillo en el amanecer. Éste era el lago central, el gran manto acuífero que poseía las aguas más bellas y deliciosas del mundo entero, quizás.

Allí, vivían distintos animales, pero se destacaba uno de entre todos, un cisne negro de plumas tornasol que brillaba con la luz del amanecer como ninguna otra ave conocida. El nombre de este magnifico espécimen era Leelan, y era sin dudas un espectáculo verlo volar y bañarse en la hermosa agua del lago cada mañana sin falta.

Por otra parte, desde un lejano desierto, llegó una bella serpiente de escamas blancas y ojos rojos. Ésta se movía sigilosa y majestuosamente por donde pasara, y aunque tenía una destreza sin igual, resultaba ser bastante llamativa, por lo que difícilmente conseguía cazar animales estando fuera de su hogar, mismo que abandonó para conocer nuevas aventuras en el mundo entero.

Hambrienta y también sedienta, la serpiente llegó hasta el vasto lago, donde se vertió dentro del agua para refrescarse y también beber, observados los peces que había dentro y tratando de cazar uno, sin mucho éxito.

Fue entonces que, de la nada, al estar en la orilla decepcionada, un pescado cayó a su lado, cortesía de Leelan, el cual la vio y sintió lastima por ella.

El reptil, al ver a la oscura ave, se atemorizó por un momento, pues nunca había visto tal negrura en un ser alado de su tipo, mas luego se tranquilizó y recibió la ofrenda gustosa.

— ¡Gracias, gran oscura! ¿Cómo supiste que estaba hambrienta? —Preguntó la serpiente, por lo que el cisne contestó con su bella y masculina voz.

—He visto tus movimientos. Las serpientes más torpes del prado se mueven más rápido que tú. Además, ese color debe de ser un problema para ti en un lugar tan verde como éste. ¿Eres de un lugar nevado? —Preguntó Leelan, cosa que hizo reír al reptil.

—No, soy de un desierto donde la arena es muy clara. De hecho, mi color de escamas es especial, porque debería de ser un poco más amarillento. No entiendo porque es blanco —dijo algo triste la serpiente, cosa que hizo reír a Leelan—. ¿Dije algo gracioso, acaso?

—Para nada. Me recuerdas a mí un poco. Cuando nací, mis plumas eran de un color café oscuro muy feo. Todos creían que era un adefesio, hasta que crecí y adopté el color negro. Algo que nunca se ha visto en un cisne. Ahora todos me admiran y vienen tan sólo a verme —explicó el ave, cosa que sonrojó a la serpiente.

— ¡Vaya! Usted es una celebridad. ¡Qué pena!

— ¡Ja, ja, ja! ¿Celebridad? ¿De qué habla, señorita? Sólo soy un ave más de éste prado —en ese momento, ambos se dieron cuenta de algo. Sus similitudes habían formado ya un vinculo entre los dos, y fue entonces que decidieron compartir un poco más de ellos—. Soy Leelan, mucho gusto.

—Mi nombre es Kerabii. El gusto es mío, señor Leelan.

— ¿Se quedará mucho en el prado? ¿Viene a buscar algo en especial?

—No realmente. Viajo por el mundo para conocerlo. Es emocionante y peligroso, pero me gusta —eso llamó mucho la atención del cisne, por lo que hizo algo que no cualquier ave haría. Se colocó al lado de la serpiente con la guardia baja.

— ¡Increíble! Por favor, Kerabii, cuénteme sobre sus viajes —la acción dejó a la serpiente impresionada. Todos saben que las aves son parte de la dieta de su raza, pero el cisne no parecía temerle, al contrario, confiaba en ella y eso le hizo sentir muy bien.

Enroscada, la serpiente comenzó a contarle al cisne sobre lo que había allá afuera, más lejos de los limites del prado, donde podría encontrar miles de maravillas que parecían mentiras dichas por la boca de un engañoso reptil como lo eran las serpientes, pero el brillo en los ojos del ser rastrero generó esa confianza que Leelan necesitaba para creerle.

Las horas pasaron, y la noche finalmente llegó al sitio, por lo que ambos animales pasaron a despedirse y así retirarse a descansar. Prometieron verse nuevamente si es que la ocasión lo ameritaba, y con una gran sonrisa, el lugar de encuentro fue abandonado.

A la mañana siguiente, emocionada por ver qué más podría encontrar en el lago, Kerabii vio cómo Leelan aleteaba en el medio del agua al conjunto de los primeros rayos de sol del día. Aquella imagen llena de color y belleza dejó a la serpiente boquiabierta, además que se hizo evidente su presencia al encontrarse cerca de la orilla del rio, por lo que el cisne pudo verla.

Al estar frente a frente, los animales volvieron a disfrutar de la compañía del otro, nadaron juntos, pasearon por el prado y conversaron de temas vario pintos. El problema es que Kerabii comenzaba a sentirse un poco débil, pues tenía mucha hambre y parecía que el pescado no le había caído del todo bien.

El cisne trató de ayudarle, mas no había forma de que pudiera guiarlo a un lugar donde pudiera cazar; sus escamas blancas lo hacían muy visible y ningún animal del bosque podría jamás caer ante ella, por lo que la serpiente posiblemente debía partir pronto.

Desilusionado, Leelan entendió aquello y le pidió verse una vez más en el lago el día de mañana para despedirse, a lo que la serpiente aceptó encantada. Comió una vez más un pescado y durmió con las esperanzas de mejorar, ya que deseaba seguir viendo al cisne a como dé lugar.

Por su parte, la parvada de Leelan se acercó a él, mortificados por la amistad que tenía con la serpiente. Le dijeron que obviamente no debía estar tan cerca de un depredador como lo era ella, menos si se trataba de alguien del extranjero, pues no sabían qué intenciones podría tener o qué se podía esperar de ella.




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