Fábulas de Catopolis

La fábula de la lechuza y el zorro

Esto no pasó hace mucho. Y a diferencia de las demás fábulas, la última que voy a contarles se sitúa en Gaia II, en nuestros tiempos, después del tercer juicio y de la leyenda que todos conocemos y muchos temen.

Catopolis ya existía, y el soberano de ese entonces es el mismo que nos gobierna en este momento, pero la historia no se trata sobre él, sino sobre un ser malévolo y despiadado, una criatura hostil y peligrosa que sigue en vida, y continúa rondando en las cercanías de Beskonechnaya pustynya.

Esto comenzó justo una noche de luna nueva. Una lechuza muy hábil viajaba por el enorme desierto que es nuestro reino, en búsqueda de algo nuevo, algo interesante, desafiante, extraño, y vaya que lo encontró.

Cerca del famoso «nido del veneno», ese halló con la figura de un cuadrúpedo correr hacia el lugar antes mencionado. Aquel zorro parecía no haberse percatado de su presencia, y aunque se veía que era ágil, la lechuza supo de inmediato que lo que hacia el vulpino era suicidio, pues estaba muy cerca de algunos wyvern, criaturas sumamente veloces y venenosas.

Los wyvern, amenazados por la llegada del zorro, se lanzaron para atacarlo, y el intruso, sin ningún tipo de dificultad, los evadió hasta que llegó a dar al pie de la gran montaña, a la cual subió corriendo de manera ascendente, como si la gravedad no existiera en lo absoluto.

Eso dejó a la lechuza sin palabras, hasta que vio al zorro arribar a una caverna, donde una extraña iluminación se pudo observar, hasta que el vulpino salió manchado de sangre y con una cabeza colgando de su hocico. Era la extremidad de un wyvern sin un ojo, la cual se llevó deprisa del lugar, ignorados todos los que deseaban detenerlo sin éxito, hasta que se alejó de la montaña y las criaturas decidieron no perseguirlo.

Curiosa, la lechuza siguió al zorro por el aire y lo vio llegar hasta la sala de las puertas, a donde decidió seguirlo, adentrados ambos al reino de los elfos.

Ya en el vasto bosque, la lechuza vio cómo el zorro entregaba la cabeza a un elfo y éste le dio una recompensa. Él la aceptó con amabilidad y luego se dio la media vuelta para retirarse al igual que quien le había pagado.

Al pasar de largo al ave, el zorro se detuvo, y miró con esa expresión aparentemente alegre al ser nocturno, mismo que no pudo esconder ya su presencia.

—Sé que me has estado siguiendo desde hace rato. ¿Necesitas algo, señor lechuza? —Preguntó el zorro, a lo que el ave le contestó curiosa.

— ¿Qué tipos de trabajos haces? —Esas palabras marcaron un poco más la sonrisa del vulpino, cuyos pequeños ojos rasgados vieron fijamente a los de la lechuza.

—Creo que ya lo sabes —mencionó aquel con malicia, para luego continuar—. De todo un poco, que quede claro. Dime qué necesitas y yo veré si puedo ayudarte —esas palabras dejaron fría a la lechuza, para luego él presentarse.

—Soy Ghae, una lechuza de Catopolis, como supongo eres tú —comentó el ave, algo que respondió pronto el zorro.

—Supongo. Mucho gusto. ¿Pasa algo? —La cuestión dejó pensando a Ghae, y antes de que respondiera, el vulpino se le adelantó—. ¿Sabes algo? Es difícil conseguir clientes sin tener la necesidad de presentarme. Sería bueno que alguien me hiciera el favor de pasar la voz y darme los trabajos. ¿Qué dices? Los nocturnos como nosotros nos entendemos mejor, ¿no lo crees? —La propuesta sonaba extraña, pero era sin lugar a dudas interesante, por lo que Ghae aceptó.

— ¿Dónde puedo encontrar clientes?

—Donde sea hay. Sólo esparce la voz de que haces bien el trabajo, y sin excusas.

— ¿Hablas de matar?

—De lo que sea. Fue lo que te dije, ¿no? —Eso provocó cierto temor en la lechuza, aunque el vulpino sonrió un poco más y dio unos pasos hacia el ave, preparadas las garras del alado por si algo raro pasaba—. Te veré en una semana en el «santuario del llamado». Sayonara, Ghae-san —Luego de eso, el zorro se adentró en el bosque y desapareció, por lo que el ave decidió regresar a Catopolis, donde esparció la voz tanto como pudo de que hacía todo tipo de encargos por un precio accesible.

Nadie parecía responder, hasta que alguien alzó la voz y le pidió robar un objeto que hace mucho le habían quitado los goblins del norte.

En la noche acordada, en las ruinas del santuario, Ghae y el zorro se encontraron. Ahí, la lechuza le dijo a su compañero qué era lo que le habían pedido y el vulpino aceptó el trabajo, para luego ir a la guarida de los goblins y adquirir el objeto que estos habían hurtado.

—Acepta un buen pago. Fue algo complicado obtenerlo. Tú sabrás cuánto es suficiente. Dividiremos las cantidades por la mitad. Además de eso, te veré en tres días, mismo lugar, misma hora. No me falles —explicó el zorro feliz, cosa que puso de buen humor a la lechuza.

Al día siguiente, en la tarde, la lechuza regresó el objeto recuperado, por lo que se le pagó generosamente el trabajo, a la par que le llegaron más tareas a Ghae de otras personas tan pronto el rumor de la misión cumplida se esparció.

El día del encuentro llegó y Ghae le entregó las tareas al vulpino, quien no tardó mucho en cumplir cada una de ellas de manera rápida y eficiente. Sin fallar y con una facilidad que era de admirarse.

Ghae, fascinado, continuó ayudando al zorro a encontrar trabajo y ganar dinero. Era muy fácil para él simplemente aceptar cuanta tarea le fuera asignada e ir a pasarle la batuta al zorro, cobrado el servicio de buena manera por ambos, beneficiados por el dinero.

Todo parecía ir de maravilla, hasta que unos sujetos fueron con la lechuza a pedir algo un poco complicado.

Los desconocidos no eran de Catopolis, sino de otro reino. Habían escuchado rumores de la lechuza que era capaz de hacer cualquier tipo de encargos, no importa qué tan difíciles fueran, y había viajado para buscarla y hacerle un pedido.

Un tanto asustado por la tosca apariencia de sus clientes, Ghae les pidió detalles de lo que querían que él hiciera, y fue muy simple lo que manifestaron, aunque era muy complicado de complacer.




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