Fahima se encuentra con el Azote del desierto

Capítulo II

Aquella misma noche Fahima partió de la ciudad. Montada sobre su camello ella enrumbó de regreso al imperio Retter. Hace mucho que ya no guardaba en su interior el deseo de venganza contra el sultán, aunque eso no significaba que su prolongada estancia en el imperio haya sido en vano. Allí ella conoció la miseria y la pobreza que asolaban al gran país del sultán. Gracias a ello y a haber conocido a Carminsha, ella entendió que su legado como única sobreviviente del clan no debía ser el de la destrucción, sino el de la compasión y la generosidad hacia los que sufrían. “La Biblia Amarilla del Desierto lo manda así. Aunque sus sagrados pergaminos se hayan perdido durante la destrucción de nuestra raza, yo siempre recordaré sus proverbios. Mi sed de venganza y mi profundo odio me hicieron olvidarlos, pero gracias a la gran sacerdotisa pude aclarar mi mente y así retomar la senda del creyente”.

Fahima no exageraba, pues en verdad las palabras de la ahora gran sacerdotisa habían conseguido lo que por sí sola ella jamás habría podido lograr: Desenterrar la bondad de su corazón, una bondad que desde la trágica extinción de su clan parecía haber sido emparedada para siempre. Por ello es que tras su conversión Fahima se prometió a sí misma que dedicaría su vida entera a asistir a todos los desposeídos que habitaban en Retter, y también se prometió que algún día ella lograría eliminar todos los abusos que se cometían en aquel enorme país. Aunque esto último todavía lo veía como algo lejano, pues intuía que por sí sola jamás lograría cambiar las cosas. Si quería desatar una verdadera revolución lo primero que debía procurarse eran aliados, aunque la verdad es que por ahora ella seguía siendo una caminante solitaria del desierto. Y tal vez lo sería para siempre, ya que hasta la fecha (aparte de Carminsha) ella no había podido encontrar alguna otra alma lo suficientemente digna como para compartirle su gran sueño.

Ya de regreso en la gran capital del imperio, Fahima se acomodó en la mesa de una fonda para desayunar. Hace más de cinco días que no probaba bocado. Un humano común a esas alturas no podría ni mantenerse en pie, pero ella era una hija del desierto, una entrenada por el clan más poderoso y mítico de las ardientes arenas, de modo que tal situación para la joven no era mayor problema. Aun así, Fahima se moría de hambre, por lo que dio trámite a su comida como si no hubiese un mañana.

“Que buen apetito”, de forma repentina, una voz le comentó, y tras ello soltó un prolongado silbido. Fahima contempló boquiabierta a quien acababa de hablarle. Esa persona se había sentado a su lado en la mesa, y ella no había sido capaz de notar su presencia hasta que le habló. A pesar del hambre y el cansancio, Fahima sabía que sus sentidos seguían siendo lo suficientemente agudos como para poder sentir incluso el andar de una hormiga. Por ello es que Fahima no pudo evitar sorprenderse. “¿Quién es esta persona?”, Fahima se preguntó en tanto contemplaba a la recién llegada. Se trataba de una mujer envuelta en una capa negra. Su tez bronceada recordaba al color de la arena del desierto. Su avispado rostro estaba enmarcado entre rizados cabellos castaños rojizos. De este destacaban sus grandes y vivos ojos verdes, que más parecían dos esmeraldas, y sus voluptuosos labios sonrientes. En los antebrazos la mujer portaba sendos brazaletes dorado-rojizos, en tanto en las orejas le colgaban grandes aros de oro. Sobre la cabeza la mujer llevaba a modo de casco lo que parecía tratarse del cráneo de un dragón. Pero por encima de su estrambótico aspecto, lo que más le llamó la atención a Fahima de la recién llegada fue su juventud. “Es apenas una adolescente”, se dijo.

La joven se miró las uñas, luego apoyó las mejillas sobre sus manos y al mismo tiempo observó divertida a Fahima. “¿Tengo moscas en la cara o qué?”, Fahima le preguntó luego de permanecer en silencio por algunos segundos. “Eres más joven de lo que me imaginé. Así que el legendario asesino de los ojos turquesa eres tú”, la joven respondió con desparpajo. “¡Eso debería decir yo! ¡Tú apenas eres una niña!”, Fahima le replicó, pero entonces cayó en la cuenta de lo que las recientes palabras de la jovencita implicaban. “¡¿Cómo que niña?! ¡Ya tengo pechos, por si no lo notas!”, la adolescente se palpó los senos, pero entonces fue interrumpida con brusquedad. “¡¿Cómo sabes quién soy yo?!”, Fahima la tomó del cuello de su chaleco de cuero. “Tal vez deberíamos hablarlo en un lugar más privado”, la joven miró en derredor. En ese momento todos los presentes observaban con atención a las dos mujeres. Fahima chancó la mesa con un puño, apuró lo que quedaba de su desayuno, y acto seguido se marchó a grandes zancadas.

En una calle desierta finalmente Fahima se detuvo. La joven hizo lo propio algunos pasos detrás. Fahima giró sobre sus pies y encaró a la joven. “¡¿Quién demonios eres tú?! ¡¿Acaso eres un efrit escondido bajo la forma de mujer?! ¡¿Eres Scailman, el malvado efrit que se alió con el sultán para acabar con mi pueblo?!”, Fahima zarandeó a la joven. Por toda respuesta esta última se echó a reír. Sus carcajadas fueron estridentes y se prolongaron por cerca de un minuto. Finalmente, Fahima la mandó callar de mal humor. “¿Has oído hablar alguna vez de la chica que se comió un corazón de dragón? ¿Conoces la leyenda de Iris, el Azote del desierto?”, la joven preguntó con toda la calma del mundo. Fahima no se lo podía creer. Aquello del Azote del desierto siempre le había parecido una mala broma, no podía creer que fuese algo real. Cuando Iris contempló la reacción de su interlocutora, nuevamente se echó a reír.

En vista de que esta vez Fahima no la mandaba a callar, Iris detuvo sus carcajadas sin que nadie se lo pida, en tanto observó a la joven de los ojos turquesa cómo quien analiza a un cuadro abstracto. “Ambas somos unas leyendas vivientes, por lo visto”, Iris terminó encogiéndose de hombros. “¡No me tomes el pelo!”, Fahima la cogió de los brazos. En ese momento ella tenía los ojos desorbitados. “Como dijo el poeta: no juzgues al libro por su portada, porque cuando lo abras tal vez te lleves más de una sorpresa”, Iris recitó. Fahima no se lo podía creer. Entonces Iris le preguntó si quería alguna prueba para demostrarle que en verdad era quien decía ser. Como no obtuvo respuesta, la adolescente tomó el silencio como una afirmación. En un instante sus puños se rodearon de sendos tornados de viento. La ventisca se hizo tan fuerte que pronto todo aquel barrio se empezó a sacudir. “¡Para!”, Fahima gritó cuando sintió que su cuerpo estaba a punto de ser mandado a volar. Apenas Iris la oyó, de golpe hizo que los vientos que rodeaban a sus puños desaparezcan.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.