Fahima se encuentra con el Azote del desierto

Capítulo III

Cuando ella era niña y su pueblo era atacado por las legiones imperiales del sultán, en la tienda de su padre (el líder del clan) el suelo se abrió y una voz infernal exclamó: “Tarde o temprano el efrit Scailman siempre castiga a los que osan desafiarlo”. Luego la voz estalló en maquiavélicas carcajadas que a todos los presentes les hizo poner la piel de gallina. Fahima no logró ver a su dueño pues dos guerreros de su padre la sacaron de allí a toda velocidad. Corrieron y corrieron, hasta que los dos hombres fueron interceptados por un enorme hombre de armadura negra que portaba un alfanje, de modo que tuvieron que apartar a un lado a Fahima y enfrentarse al gigante. Fahima corrió instada por los gritos de los guerreros, hasta que sus voces se apagaron de golpe. Conmocionada, ella corrió y corrió con mayor ímpetu por entre las llamas que consumían las tiendas. Luego de aquello Fahima solo recordó haberse internado en la oscuridad del desierto y no haber parado de correr hasta que las piernas le fallaron.

“¡Eres, eres…!”, Fahima lo señaló. En ese momento su rostro estaba lívido. Iris no supo que era lo que le pasaba a su compañera, pero aprovechó el desconcierto que aquello produjo en el efrit para recitar a toda velocidad el encantamiento con el que se activaba el poder del artefacto mágico que ella guardaba entre los pliegues de las telas de su pecho. Pronto la lámpara se vio iluminada por un potente resplandor dorado, y a continuación el efrit fue succionado por su pico. “¡Malditas víboras embusteras, debí saber que ese cerdo nunca se arrepentiría! ¡Oh, pobre de mí, pobre de mí por ser tan confiado!”, el efrit llegó a pronunciar antes de desaparecer. Iris se estremeció cuando distinguió las chispas de ira que salieron de los ojos dorados del efrit. “¡Menos mal que se quedó bien encerrado!”, ella exhaló aliviada.

“¡Era Scailman, el malvado efrit que provocó la destrucción de los míos! ¡Ese infame… debí reconocerlo por las historias que se solían contar en mi pueblo! ¡Maldita la hora en la que el clan visitó aquel lago en medio del desierto! Morirnos de sed hubiera sido mil veces preferible, ya que cuando los míos se acercaron a beber al lago, de sus aguas emergió el odioso efrit llamado Scailman, quien en el acto quedó prendado de la belleza de mi joven madre. Yo aún era una bebé, por lo que no recuerdo nada de ese momento. Pero según lo que mi madre me contó, el clan necesitó de todo su poder para conseguir la victoria. Lástima que tanto esfuerzo al final fue inútil, ya que a pesar de que mi padre y sus guerreros lograron repelerlo, ese malvado monstruo nunca se dio por vencido. Así pasaron los años, y contrariado por no ser capaz de lograr su propósito, su odio por nosotros lo llevó a aliarse con el sultán, a quien previamente enardeció contra nosotros diciéndole que nuestro pueblo era una amenaza para él y para su imperio, pues algún día nuestro poder sería tan grande que el desierto profundo se nos quedaría pequeño. ¡Oh, destino tan cruel, y yo que pensaba ya haber olvidado el color de la venganza! ¡Ahora mi sangre no puede parar de hervir, yo ya no puedo contener más la rabia que me embarga!”, Fahima se desgarró las vestiduras, y acto seguido corrió hacia Iris e intentó arrebatarle la lámpara mágica. “¡El Altísimo sobre ti, detén tu locura, mujer!”, Iris la esquivó. En esos momentos los ojos de Fahima se mostraban tan aterradores como los del mismísimo efrit. “¡Cálmate!”, Iris no tuvo más remedio que estamparle en la cara un puñetazo cubierto con un poco de viento. Fahima fue lanzada a varios metros de distancia. En tanto la bella Sharazina temblaba de pies a cabeza.

Gracias al golpe Fahima recuperó la compostura. Ella le agradeció a Iris por haberla hecho entrar en razón. Una vez las cosas se calmaron, ambas se presentaron con Sharazina y le contaron que habían sido contratadas por su padre para rescatarla. Esto tranquilizó a la joven, quien pasó a deshacerse en agradecimientos para con sus salvadoras.

Las chicas estaban por subir a los camellos, cuando en eso Fahima se detuvo. Ella acababa de recordar el trato que había hecho con Iris. “Ahora sí me dirás como fue que descubriste mi identidad. El Altísimo será testigo de que cumplas con tu palabra o de que mueras bajo mis manos”, la joven de los ojos turquesa sentenció, y de su abrigo extrajo dos dagas de mango dorado y con rubíes incrustados en sus empuñaduras. “Es que nunca parará de alterarse”, Iris se lamentó. “¡Habla!”, Fahima la instó. “Está bien, solo tranquilízate, que ya te contaré como fue que descubrí tu identidad. De hecho, fue algo muy sencillo para mí. Todo fue gracias a mis fieles compañeros del desierto: los silfos del viento”, Iris dijo, y tras acabar de hablar a su alrededor se manifestaron pequeñas hadas de etéreos vestidos cuyas telas más parecían ráfagas de aire. Entonces Iris continuó: “Me encontraba en busca de alguien fuerte para este trabajo, y como caídos del cielo me llegaron los rumores sobre tu prodigiosa hazaña contra las tropas del emir Salusin. Tal es así que, como diría el poeta, seguí la sombra dejada por el ave de presa, y de esta forma me enteré de que la princesa Carminsha del reino Logad te había contratado para apoyar a su hermano en su lucha contra el ejército invasor del imperio Retter. Sabido esto lo demás fue fácil. Simplemente esparcí a mis elementales del viento por todo el palacio y el templo sagrado, de modo que lo que ellos oían y veían podía yo oírlo y verlo. Fui paciente y esperé, pues supuse que en algún momento te aparecerías por allí, dado que según los rumores eras alguien muy cercano a la princesa. Mi paciencia dio sus frutos, pues cierto día llegué a oír tu confesión a la gran sacerdotisa en la que le relataste los pormenores de tus emboscadas. Por cierto, fue muy hábil de tu parte el esparcir esos polvos alucinógenos en el lugar por el que sabías que pasarían las tropas. Eso te permitió pasar desapercibida y acabarlos con tus afiladas dagas sin que esos bobos se den por enterados…”. Iris no pudo terminar de hablar, pues fue bruscamente interrumpida por Fahima, quien exclamó en tono acusador: “¡¿Espiaste mi confesión?!”. Ante esto Iris respondió: “Lo sé, lo sé, está mal espiar una confesión, por eso no quería decírtelo. Pero vamos, no es para tanto, te juro que no le diré a nadie que tú eres…”. Una vez más Iris no pudo terminar de hablar, pues Fahima la mandó a callar en tanto señalaba con dedo furibundo a la bella Sharazina. “Ahora deberé matarlas a las dos. Así lo exige mi juramento”, ella sentenció, y sin más que decir se abalanzó sobre la hija del jeique.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.