Ya estaba vestida y me sentía bien con lo que tenía puesto: un jean azul, una remera de mi equipo de futbol favorito Club Atlético Nueva Chicago y unas zapatillas negras. Pensé que ponerme unos lentes negros era lo mejor, y en mi cabello, solo había un rodete cómodo. ¿Esta ropa era adecuada? ¿Yo estaba bien así? No tenía idea alguna, pero me gustaba lo que veía al espejo y eso era lo que importaba. Si yo me sentía bien, todo iba a estar bien.
Agarré mi teléfono junto con un bolso cómodo y salí de la casa. Caminé por las calles, recordando que no muchas personas me conocían, al menos, eso era lo que yo pensaba. Sin embargo, al doblar en una esquina, los gritos de un par de personas me aturdieron. Por suerte, para mí, no faltaba mucho para llegar a la dirección. Noté que un auto negro se detenía frente a mí, la puerta se abrió, sentí unas manos tomar mi muñeca y me jalaron.
No entendí nada hasta que levanté la mirada, encontrándome con sus ojos. Era él: Joe Keery. Lucía más bonito en la vida real, parecía un ser humano, no un personaje de la televisión. Un color carmesí se dibujó en mis mejillas en el momento en que me di cuenta de que lo estaba viendo de más.
Me deslicé a su lado y miré por la ventana cuando sentí su aliento cálido contra mi oreja, diciendo:
—¿Nunca te habían perseguido los fans?
Tragué saliva sonoramente, mordí mi labio inferior, apreté los puños, sabiendo que mis nudillos estarían blancos. Cuando volví a escuchar su voz, apreté mis piernas.
—Es divertido...
Me percaté que me estaba viendo por el reflejo del vidrio y mi ceño se frunció. Me senté cómoda, observé al frente y giré un poco mi cuerpo para verlo.
—¿Todo está bien? —pregunté curiosa.
No entendía la razón por la que me pidió verlo aquí.
—Sí, yo solo quería conocerte antes de filmar. Se supone que vamos a pasar mucho tiempo juntos, quiero llevarme bien contigo —me explicó, mientras que una sonrisa adornaba sus labios.
Le dediqué la misma sonrisa y asentí.
—Bueno... En realidad, no sé cuál será mi papel. Mi representante todavía no me ha dado el guión.
Estiró su cuerpo hacia atrás y agarró algo, un cuaderno, luego me lo tendió.
—No seré tu representante, pero aquí lo tengo. —Me lo entregó.
Sonreí leve y lo tomé, pero me lo quitó de las manos.
—Grac...
—Aún no —susurró—. Eres apurada, sweety.
Lo miré a los ojos y alcé ambas cejas.
—¿Disculpa? —pregunté con seriedad y lo empujé con mis manos hacia el pecho—. La tuya, por si acaso —comenté en español.
Su cara fue la misma que la mía hace segundos, pero volvió a relajarse y tomó mis muñecas.
—Sweety, ¿por qué me tratas mal? No te he hecho nada —murmuró con un tono divertido y me apretó un poco más las muñecas.
Hice una mueca con mis labios y al sentir el apretón, solté un leve jadeo de mis labios, lo cual provocó una sonrisa amplia en sus labios.
—Déjame —ordené.
—_____, solo... —se detuvo y me soltó.
Miré mis muñecas y las acaricié. Noté que su mirada estaba perdida en la manera en la que me estaba acariciando las muñecas, mordía su labio inferior y se removía un poco incómodo en el asiento.
Este extraño juego me estaba gustando, así que le saqué provecho. Tomé mi muñeca y la sobe por arriba con mis dedos índice, medio y anular, mientras que, por debajo, utilicé el pulgar.
Sentí que tragó duro y una sonrisa de triunfo surgió en mis labios.
—¿Solo qué, Joe? —Lo miré a los ojos.
Él negó.
—Quería practicar, eso es todo.
Asentí mientras lo miraba, le saqué el libreto que estaba sobre su regazo e hizo una mueca con sus labios. Al principio, no lo entendí hasta que bajé la mirada encontrándome con una creciente erección en sus pantalones, quizás me había pasado demasiado con el movimiento de mis muñecas, bueno, no es mi culpa, él se imaginó cualquier cosa.
Me di cuenta de que todavía lo estaba viendo, levanté la mirada y observé el libreto, leí un poco. Estiré mi brazo para abrir la puerta, pero giré y lo miré.
—Me llevaré el libreto —le comenté.
—Espera, ¿a dónde vas? —me sorprendió su pregunta.
—A mi casa —dije con obviedad.
—Sí, te llevaré a casa —me respondió.
—No hace falta, puedo ir caminando.
Dije a punto de abrir la puerta.
—¿Con ellos? —Se volvió a acercar y lo sentí duro contra mí, luego puso el seguro—. Yo te llevaré, sweety.
Aquella forma en la que me llamaba tenía algo, no sé si era por la forma en la que salía de sus labios o qué, pero me gustaba que me dijera así.
—Sí. —Sentencié y me alejé.
—Está bien —susurró, notando que se estaba pasando—. Lo siento.
Giré para verlo y asentí.
—Bien, solo no lo vuelvas a hacer.
—Como digas, sweety. —Golpeó la ventana que se comunicaba con el chófer y luego me miró—: ¿Dónde es tu casa?
Le di la dirección y el chófer empezó a manejar.
Agarré el famoso libreto para abrirlo, pero él se apresuró a cerrarlo.
—Léelo en tu casa.
Mi ceño se frunció.
—Me asustas —confesé.
Él soltó una risita divertida y negó.
—No es mi intención.
—Pero lo estás logrando.
Guardé el libreto en mi bolso y sentí que el auto dio un giro rápido, así que me agarré de su pierna, lo solté de inmediato, pero él puso su mano en mi muslo y otra vez ese calor empezó a surgir dentro de mí.
—¿Qué haces? —pregunté.
Sus manos bajaron un poco por mi muslo interior y sus dedos se estiraron. Quería detenerlo, pero al mismo tiempo la sensación me gustaba. Cerré mis ojos por un instante, y luego cerré mis piernas con fuerza. Su mano quedó atrapada.
—Tu boca dice una cosa, pero tu cuerpo dice otra —susurró sobre mi oído.
Sus dedos se movían rápido por encima de la tela de mis pantalones. Tiré la cabeza hacia atrás y apreté más mis piernas.
—Dime lo que quieres... —me pidió con un tono ronco.
Sentí sus labios en mi cuello y...