Fall In Love

I. La mudanza

Pino. Árbol. Pino. Árbol. Animal. Personas felices.

Agggh... Me asquea todo lo que veo. Bueno, en realidad no todo. La naturaleza es hermosa y los animales son mejor compañía que los humanos. Lo que en realidad me asquea en este momento es que las personas estúpidas pasan enfrente con aires de grandeza y felicidad. Simplemente lo detesto.

Y luego están mis tíos, que van en los asientos delanteros del auto. Charlando y sonriendo como si la vida se les fuera en eso.

Me dan asco sus miraditas cursis y sus muestras de afecto. Todo en ellos es una exageración.

Decido entonces ponerme mis audífonos de nuevo, y perderme en mi música recargando mi sien en la ventanilla.

Sin darme cuenta me quedo dormida hasta que el auto se detiene y mi tío abre la puerta para moverme y despertarme.

—Jane, despierta. Ya llegamos.

Abro los ojos de golpe y lo miro sin expresión alguna.

—Baja tus cosas, por favor, Jane.

Como no respondo sale del auto y se dirige con su esposa: mi tía.

Tomo mi mochila y bajo del auto para sacar mi maleta de la cajuela.

El auto está aparcado frente a una casa blanca de dos pisos y detrás del enorme camión de mudanza. Hay varios niños jugando en la acera y al vernos detienen sus actividades por un breve momento para observarnos.

Odio que la gente se fije en mí, así que llevo mis manos hacia atrás y tomo la capucha de mi chamarra para cubrir mi rostro con ayuda de mi cabello.

Acomodo mis lentes en mi rostro y halo la maleta hacia dentro de lo que será la nueva casa en la que viviré.

—¿Qué te parece la casa? — pregunta mi tía alegremente mientras da vueltas como bailarina en la entrada.

—Me da igual—respondo en tono indiferente —. Tan sólo quiero escoger mi habitación.

—Está bien. Ve, pero por favor no te pongas esos audífonos para que escuches cuando vayamos a cenar.

—Claro—.Respondo con indiferencia.

Levanto mi maleta del suelo y subo las escaleras hasta llegar arriba.

Hay varias habitaciones en la casa, así que voy abriendo las puertas para ver cuál es la más espaciosa y apartada.

Decido entonces tomar la habitación del fondo, ya que está a lado del baño. Además de que está apartada de todas las demás. Siempre me ha gustado la lejanía.

Al abrir la puerta veo que es bastante amplia y el color del papel tapiz que tiene es perfecto: morado.

Pero necesita un retoque, pues la pintura es demasiado arcaica.

Hay una cama en la esquina izquierda y una enorme ventana que da vista hacia el patio trasero.

Aunque las paredes están bastantes vacías, para mí están perfectas. Sólo le daré un retoque.

Subo la maleta arriba de la que a partir de ahora será mi cama y la abro para sacar la ropa y meterla en el clóset que tengo a la derecha cerca de la pared.

Conforme saco cada prenda, la voy doblando, metiendo en los cajones y colgando mis chaquetas en el travesaño que lo atraviesa.

Después de hacer eso bajo a la entrada para preguntarle al de la mudanza sobre mi librero y con ayuda de otro hombre lo suben hasta mi habitación.

A continuación, sigo acomodando mi cuarto como más me parece apropiado. El librero quedó justo enfrente de la cama, ya que tiene un amplio espacio en medio para la televisión–y a los lados–, y por debajo está el espacio para los libros.

Al terminar de colocar las cosas como quiero, decido tomar mis audífonos y recostarme en la cama a pesar de que Elizabeth me ha dicho que hiciera todo lo contrario.

Sin quererlo, la música me arrulla junto a las notas musicales, la melodía relajante me arrastra hasta un mundo de ensueño.

Al cabo de un rato siento que el colchón se hunde y eso causa que me despierte. Mi tío está sentado en una esquina de la cama observando como si fuera una pequeña y dulce niña de las de cuentos de hadas. Cosa que no lo soy y jamás lo he sido.

Lo miro y me percato que mis audífonos ya no están en mi cabeza, sino a mi costado derecho.

Me incorporo y acomodo mis lentes en mi rostro—que a causa de dormirme se han movido.

—Te traje la cena, pequeña...

Arqueo una ceja como muestra de desagrado al escucharlo decir pequeña.

—Jane— se corrige de inmediato—. Sé que este es un cambio radical para ti, pero esta vez será diferente.

—Eso es lo que siempre dices— le digo con tono frío.

—Lo sé, pero trataré de que esta vez sea permanente. Esta vez nos quedaremos aquí.

—Ajá.

—Elizabeth vino para avisarte sobre la cena, pero vio que estabas dormida y prefirió dejarte dormir. Dice que luces muy tiernas dormida. Y no se equivoca.

Ruedo los ojos como gesto de desagrado. No saben cuánto detesto que digan eso.

—Está bien, está bien. Mejor te dejaré sola. Buenas noches, Jane.

Se inclina hacia mí para plantarme un beso en la frente y aunque quiero, no logro apartarme.

Al irse cierra la puerta y escucho sus pasos por el pasillo hasta que desaparecen por completo.

Ceno lo que ha preparado Elizabeth y a pesar de detestar sus arrumacos hacia mí, no puedo ni podré negar que cocina bien.

Al terminar de comer me pongo el pijama que consiste en un pantalón de algodón gris y una camiseta holgada negra.

Recostada sobre mi cama miles de pensamientos pasan por mi cabeza sobre mi habitación. Sé que dije que las paredes están bien, pero quiero decorarlas a mi gusto. Hacerle algunas estrellas en el techo y tal vez hasta algunos pájaros negros en las paredes. Porque justo donde estoy ahora lo decoró otra persona, alguien que antes vivió aquí, y eso es como dormir con alguien extraño. Puede que no nos quedemos mucho en esta casa, pero por lo menos quiero hacer que sea mío por un breve tiempo.

Sí, me gusta la idea de hacer mías estas cuatro paredes. Aunque tengo que comprar la pintura que necesitaré después de... ¡Diablos! Se me había olvidado por completo el maldito Instituto.

Aprieto las manos en puño mientras maldigo para mis adentros. Odio el Instituto. Es un infierno y a la mañana siguiente tengo que enfrentarlo de nuevo.



#26232 en Otros

En el texto hay: novela juvenil, depresion, intituto

Editado: 13.05.2019

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