—Mami, ¿Por qué perdonas a Papá siempre que te hace llorar?
Una niña, con ojos azules y cabello negro, que contrastaba con su limpia piel blanca, de unos nueve años, miraba a una joven mujer mientras le hacia la pregunta.
La mujer acomodó sus rizos castaños a un lado de su cara. Limpió las lágrimas que resbalaban de sus hermosos ojos marrón, tratando de reprimir los sentimientos que dentro de ella se revolvía. Fijó su atención en su hija, y con él valor que salía de sus entrañas, curvo sus delicados labios pintados con un labial rojo vivo, que le daban un mayor atractivo a su belleza.
Aquella sonrisa que salió de su boca, era fingida. El temblor de su labio inferior, junto con la tensión en sus comisuras, la delataba, y su hija lo sabía. Con tan pocos años de vida conocía de esas expresiones, en la escuela, en algunos libros, eran lugares donde las había visto, junto con algunas conversaciones que había escuchado de las madres de sus compañeros.
En estas ocasiones, la niña tan solo abrazaba a su madre o se iba a su habitación tratando de conciliar el sueño; pero está vez había sido diferente, ella quería entender las cosas, quería entender el actuar de su madre, y de paso el de su padre, esperaba poder hacerlo, por eso puso tanta atención a la respuesta que le daría su madre.
La mujer, dando un leve respiro, suficiente para llenar sus pulmones y darle un toque de calma a sus palabras, cerró suavemente sus ojos y manteniendo la compostura, le respondió a su hija lo que tanto quería saber.
—Por amor. —Le dijo lo más suavemente posible, tratando de cubrir el frío que venía unido a sus palabras, sin saber el impacto que tendrían en su hija.
Dándose la vuelta, se dirigió hacia el segundo piso de la casa, donde encontraría su habitación, dejando atrás el sonido de sus tacones junto a su hija parada en medio de la sala, con una mirada a la nada, pero a la vez, pensando en cómo era capaz de decir eso, cuando eso no era lo que en realidad sentía.