En el Olimpo, donde usualmente los dioses se dedicaban a pelear como adolescentes en una reunión familiar (pero con rayos y terremotos en lugar de platos rotos), algo más inquietante estaba ocurriendo. El oráculo de Delfos había llegado con su mística teatral habitual, envuelto en un velo que ocultaba su rostro porque, aparentemente, ser críptico era parte del contrato.
El ambiente estaba tenso, y el silencio solo era interrumpido por el ruido de alguien sorbiendo vino. Probablemente Dioniso.
—Zeus, hijo de Cronos, rey de dioses y ególatra de tiempo completo... —empezó el oráculo, su voz profunda y ominosa, como si viniera directamente del tráiler de una película de terror.
Zeus se enderezó en su trono, disfrutando de los títulos, hasta que las siguientes palabras cayeron como un trueno en su ego:
—Cuatro niños nacerán, no por tu voluntad, sino por el caos. Y con ellos llega la destrucción.
Los murmullos llenaron la sala. Hera murmuró algo sobre Zeus y "niños bastardos" mientras lo fulminaba con la mirada. Él alzó las manos indignado.
—¡Esta vez no fui yo!
El oráculo continuó, ajeno a la dinámica de novela barata que se desarrollaba.
—Ellos son el poder del mar, la fuerza bruta, el rayo y el fuego inextinguible. Nacidos de un error divino, un descuido de las diosas Deméter y Ceres al jugar a ser Tinder con mortales.
—Espera, ¿qué? —Deméter alzó una ceja.
—Esto es una difamación —añadió Ceres, aunque parecía estar evitando mirar a Zeus.
—Estos niños no son bendiciones. Son desastres naturales con pies y, peor aún, carácter adolescente. El caos caminará con ellos, y ni siquiera el Olimpo estará a salvo.
El oráculo hizo una pausa dramática. Zeus intentó protestar, pero su trono literalmente empezó a temblar. Él carraspeó y trató de salvar su dignidad.
—Ningún niño puede desafiarme. Soy Zeus, el padre de todo.
—También el padre de varios problemas, pero sigamos adelante. —El oráculo suspiró y desapareció entre las sombras.
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El Nacimiento de los Cuatro Hijos
Los niños nacieron, no como dioses, sino como monstruos, como un reflejo distorsionado de los propios dioses que los habían creado. Pero lo que les esperaba no era una llegada gloriosa ni bendecida, sino un nacimiento abrupto, caótico y devastador.
Deméter y Ceres, las dos diosas de la cosecha, nunca fueron conocidas por su moderación. En una tarde particularmente tumultuosa, después de una desafortunada ingesta de néctar divino (también conocido como el equivalente celestial al alcohol), ambas se encontraron completamente ebrias, descontrolando sus poderes. Mientras reían como si todo fuera una gran broma cósmica, sus dedos, en un impulso completamente sin sentido, tocaron a los duos de dioses y mortales en su cercanía.
Primero, tocaron al imponente Thor, el dios del trueno, y a un hombre de China, conocido por su fortaleza legendaria, cuyo nombre se perdería en las sombras del tiempo. La energía de Thor, llena de poder y furia de los cielos, y la brutalidad del guerrero chino se fusionaron, pero en manos de dos diosas completamente desorientadas. El resultado: un niño que no solo poseía la fuerza imparable de un trueno, sino también la capacidad de desatar tormentas de ira tan poderosas que hasta los propios dioses pensaban dos veces antes de desafiarle. Lo curioso era que este niño tenía una extraña tendencia a provocar tormentas eléctricas cada vez que lloraba lo que lamentablemente para los dioses era seguido
Luego, Deméter y Ceres, aún riendo como si nada, tocaron al inquebrantable Poseidón, el dios del mar, y al samurái más letal de su tiempo, conocido solo por su habilidad para derrotar a cualquier guerrero, incluso al propio Poseidón. La fusión de las energías fue tan intensa que los mares y las tormentas se entrelazaron en su ser, creando un niño que no solo provoca la inundación de una habitación con un simple llanto , sino que también tenía una obsesión insana por las espadas de juguete. Lo que provoca que cada vez que no lo optiene terminé en un imparable llanto,lo que bueno...ya saben que significa
En su descuido, las diosas también tocaron a Hércules, el dios de la fuerza, y al hombre conocido por su apodo: "El carnicero de Londres", un mortal cuya brutalidad en el arte de asesinar hacía temblar incluso a los dioses. De esta fusión nacía un niño que poseía no solo la fuerza colosal de Hércules, sino también una sed insaciable por la sangre, tan feroz y primitiva que la violencia era su lenguaje natural. Lo extraño era que, a pesar de su fuerza inhumana, este niño tenía una fascinación inexplicable por masticar cualquier cosa que se encontrase,el problema que es un bebé que literalmente todavía no le salieron los dientes.No importaba si era un juguete, un pedazo de tela o, como descubrió pronto, los dedos de quien estuviera cerca,el nene no se detendría hasta terminan de destrozarlo
Finalmente, las diosas, ya al borde de la desesperación por su propia resaca celestial, tocaron a Shiva y Rudra, dos de los dioses más poderosos del panteón hindú. La energía del fuego y la destrucción se fusionaron con la del renacimiento y la destrucción purificadora. El niño que nació de esa unión no solo tenía el poder de purificar y destruir, sino que, de alguna manera, parecía disfrutar de su propia destrucción. Cada paso que daba creaba una estela de fuego imparable, y cada palabra que pronunciaba podía desencadenar una catástrofe cósmica. Sin embargo, su verdadera peculiaridad era su incontrolable hábito de prenderle fuego a todo lo que tocaba. Si alguien olvidaba apagar una vela cerca de él, ya era demasiado tarde: las llamas lo seguían con una devoción inquebrantable.
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El nacimiento de los cuatro niños había dejado a los dioses en un estado de crisis tan profunda que hasta Zeus consideró mudarse al inframundo para evitar lidiar con ello. El problema no eran solo los bebés; era el caos absoluto que desataban con cada berrinche. Pero mientras los dioses se reunían para decidir qué hacer, los padres lidiaban con su propio infierno personal.