Capítulo #50 – Niebla de Sangre
El amanecer no llegó. Solo una penumbra gris, espesa y pesada como un sudario. El grupo desmontó el campamento sin decir mucho, como si la visión de Kensel les hubiera robado el habla. Cada uno sabía lo que significaba: se acercaban a un umbral sin retorno.
Mientras avanzaban hacia el norte, el bosque parecía cambiar con cada paso. Los árboles eran más altos, sus ramas se entrelazaban como garras. Sonerís murmuraba palabras antiguas para mantener alejadas las presencias que sus sentidos percibían más allá de la realidad.
—Esto ya no es solo un bosque —dijo ella al fin—. Estamos entrando en los dominios del Olvido. Aquí la lógica se curva… y la esperanza tiende a desaparecer.
Kensel sintió que la espada Grial latía con fuerza en su mano. Cada latido era como un pulso compartido. Un vínculo.
—¿Cómo sabremos si llegamos a Numbra? —preguntó Alan, inquieto.
—Lo sabremos —dijo Soneris con voz sombría—. No se puede confundir ese lugar. El aire arderá con un frío seco y el mundo mismo parecerá que ha olvidado el color.
Y así fue.
Al tercer día de travesía, un muro de niebla púrpura se alzó ante ellos, extendiéndose en todas direcciones como una cortina viva. El suelo bajo sus pies se volvió piedra agrietada, sin musgo, sin raíces. Silencio absoluto. Ni un canto de ave, ni un crujido de rama. Solo el eco de sus pasos y el latido incesante del Grial.
—Esta es la Niebla de Sangre —dijo Zila, temblando levemente—. Ya estamos dentro del alcance de Luckard.
Kensel dio un paso al frente. Cada fibra de su ser gritaba que retrocediera, pero algo más fuerte lo impulsaba. Un lazo. Anni. El Grial.
—Vamos.
Apenas cruzaron la niebla, una figura emergió del vapor: una niña sin rostro, flotando sobre el suelo, vestida con jirones. De su boca, una voz ajena habló:
—Derrama tu sangre o abandona la esperanza.
Lirian desenvainó su espada. Zila la detuvo.
—No es real. No como creemos. Es una prueba.
Kensel se adelantó y, sin dudar, hizo un pequeño corte en su palma. Dejó que una gota cayera al suelo. La niebla se agitó, como si respirara, y la figura desapareció en un susurro.
—Aceptado —dijo el viento.
Más allá, las torres de Numbra se alzaban como colmillos negros contra el cielo opaco. Y en lo alto, entre gárgolas, una silueta los observaba con una sonrisa llena de siglos.
Luckard.
—Han llegado —murmuró—. Aún en la distancia puedo percibir esa poderosa presencia. La espada Grial y su portador, nuevamente se vuelven a cruzar nuestros caminos Kensel. Y con él… mi redención o mi ruina. De nuevo volveremos a medir fuerzas.
Abrió los brazos, dejando que su capa se extendiera como alas.
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Editado: 08.05.2025