FALLENS
Capítulo #51 – Las Puertas de Numbra
El aire se volvió espeso, casi irrespirable. Cada paso hacia Numbra era como sumergirse en una pesadilla viva. La niebla no solo envolvía el paisaje: se filtraba en la mente, sembrando dudas, miedos y recuerdos olvidados. Incluso los árboles cercanos parecían apartarse del sendero, como si la misma naturaleza rehusara acercarse a la ciudad maldita.
Y entonces la vieron.
Las murallas de Numbra emergieron como espectros de piedra. Altas, negras, agrietadas por el tiempo y el poder oscuro que las mantenía erguidas. Las torres eran como lanzas oxidadas apuntando al cielo, y de entre las grietas de las murallas fluía una neblina púrpura que parecía respirar.
—Por los antiguos dioses… —murmuró Alan, tragando saliva—. Este lugar… no debería existir.
Una gran puerta doble, hecha de hierro ennegrecido y grabada con símbolos arcanos, bloqueaba el camino. Pero no tenía cerradura. No parecía haber manera de abrirla desde afuera.
—Déjenme intentarlo —dijo Zila, acercándose con cautela.
Puso una mano sobre el metal frío. En cuanto lo tocó, sus ojos se pusieron en blanco por un segundo, y un susurro sibilante cruzó su garganta. El símbolo central se iluminó con una luz rojiza y, con un estruendo sordo, las puertas comenzaron a abrirse lentamente hacia adentro.
El hedor fue lo primero que golpeó al grupo: una mezcla entre sangre rancia, tierra húmeda y carne podrida.
—Bienvenidos a Numbra —dijo Sonerís, recuperando el aliento—. Y que sus almas resistan lo que habita aquí dentro.
El interior de la ciudad era un laberinto de callejones oscuros y edificios de piedra vieja cubiertos de musgo negro. No había luces, ni faroles, ni fuego. Solo la tenue claridad espectral de la niebla, que parecía flotar sobre las calles como un velo maldito.
Los pasos de los cuatro resonaban entre las calles vacías, pero sabían que no estaban solos.
—Nos están observando —susurró Lirian, levantando la lámpara señalando en la distancia.
Kensel asintió. Sentía la presencia. Ojos en las sombras. Respiraciones contenidas. Murmullos que no pertenecían a ningún idioma conocido.
—Anni está aquí. Lo sé. Puedo sentirla —dijo, tocando la empuñadura de Grial.
De pronto, un chillido desgarrador atravesó el aire. No humano. No natural. Algo entre un lamento y una carcajada rota. Luego, el silencio volvió. Pero esta vez, más denso. Más consciente.
—La ciudad nos ha visto entrar —dijo Zila, mirando hacia lo alto de una torre, donde una figura pálida, inmóvil, los observaba desde una gárgola.
—Y no piensa dejarnos salir —añadió Kensel, desenfundando Grial, cuya hoja ya comenzaba a brillar con un azul tenue, como si también estuviera tensa, como si recordara.
Al fondo, entre la neblina, una luz parpadeó en lo alto de la ciudad. Un resplandor tenue que brotaba de una torre oscura. Y dentro de ella, una gran jaula de hierro…
Anni.
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Editado: 08.05.2025