Fallens

Capítulo 58-El Careo de los Desenmascarados

Capítulo 58 – El Careo de los Desenmascarados

El fulgor de Grial aún vibraba en mis huesos cuando el salón quedó sumido en un silencio monstruoso. Todos estábamos desnudos en lo más esencial: sin máscaras, sin velos, sin excusas. La verdad nos había arrancado la piel.

Los rostros que emergieron eran más terribles que los disfraces. Había bocas donde no correspondían, ojos que lloraban un hollín espeso, cicatrices que jamás pudieron cerrarse. Algunos de los invitados enmudecieron, otros sollozaron como criaturas infantiles, pero ninguno pudo esconder lo que la luz de la espada había revelado.

El aire pesaba como plomo. Cada respiración era una confesión que ardía. Ani temblaba a mi lado, pero se mantenía en pie, como si temiera que arrodillarse fuera entregarse. Sonerís bajó su lámpara negra; las inscripciones de su piel reptaban como gusanos vivos. Zila ocultaba la mitad de su rostro, consumido por un temor paralizador. Alan parecía un niño sin tiempo, pero su mirada cansada dejaba claro que había vivido más vidas de las que un cuerpo humano debería sostener. Sabía que pronto llegaría el momento de desatar fuerzas que ha mantenido contenidas.

El salón entero se transformó en un espejo roto: todos se miraban, todos se odiaban, todos se reconocían. Y la tensión era una soga apretada en el cuello de cada uno.

La risa de Luckard llenó el aire como vino derramado. No era una risa sola, sino un eco en cien bocas, un coro de sombras.

—Así los quería ver —resonó desde todas las direcciones—. Despojados, inútiles, criaturas que aún creen en el disfraz de la virtud. Este banquete no necesita máscaras… porque ustedes son su propio festín.

Las lámparas estallaron en chispas azules de energía reaccionando al poder que emitía la espada Grial. El suelo vibró como si una bestia invisible respirara debajo de nosotros.

Entonces, el temblor tuvo forma.

Del arco mayor descendió una figura que no requería careta. Sus pasos eran zarpazos, su sombra abarcaba más que el mármol del salón. Likantro. Su pelaje negro se confundía con el humo de los candelabros rotos, y sus ojos eran brasas que alumbraban la condena.

Aulló. El sonido atravesó las paredes y subió hasta las torres, desgarrando vitrales y expulsando a las aves nocturnas de sus nidos. El eco retumbó como una sentencia inapelable.

Los invitados retrocedieron, jadeantes, abriendo camino hacia lo que se avecinaba. Ani se aferró a mi brazo, y su voz apenas quebradiza alcanzó a escapar en un murmullo:

—Esto ya no es un banquete… este nuevo invitado es un verdugo de ejecución.

Apreté la empuñadura de Grial. La espada palpitaba con su destello de luz que recubrió todo mi cuerpo, todos mis sentidos se agudizaron. Mi espíritu aguerrido estaba listo, con certeza, sin temor alguno. Lirian me miró y asintiendo con su cabeza empuño su espada katana. Y en ese instante comprendí que atravesamos el preludio de la verdadera batalla que aún no había comenzado: primero vendría la asfixia del silencio, después las fauces.




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