Fallens

Capitulo 59-La fiera del Conde

El eco del aullido aún recorría las paredes cuando Likantro avanzó. Cada uno de sus pasos era un trueno que hacía temblar los espejos resquebrajados del salón. El pelaje negro parecía absorber la poca luz que quedaba, y su hocico húmedo destilaba un vapor caliente, cargado de sangre y hambre.

Los invitados se apartaron como hojas arrastradas por un vendaval. Algunos huyeron, otros se arrojaron al suelo implorando clemencia a un amo que no conocía esa palabra.

—Él es mi diente, mi garra —tronó la voz múltiple de Luckard—. El guardián de mis secretos, la fiera que lame las heridas de mi imperio. Kensel, ¿crees que tu espada puede atravesar lo que nació de la carne y la maldición?

Likantro abrió las fauces y mostró un cráneo atrapado aún entre los colmillos, recuerdo reciente de un banquete olvidado. Lo dejó caer con un golpe seco, como si aquello fuera apenas un saludo.

Ani retrocedió un paso, pero yo la sostuve. La máscara del penitente ardía contra mi piel, como si quisiera tragar también mi rostro.

Grial respondió con su canto sublime y un destello segador. Su filo vibró en el aire, y las sombras retrocedieron como presas acorraladas. En aquel entorno bajo esas circunstancias nuevamente retando nuestros destinos. Mis amigos y yo Eramos las únicas presencias capaz de no doblegarse ante la bestia.

El hombre lobo gruñó, y el sonido no fue solo animal: había palabras escondidas en ese rugido, maldiciones que se filtraban como cuchillas en la mente de quienes lo escuchaban.

Zila cayó de rodillas, cubriéndose los oídos. Sonerís apretó su lámpara negra, que chisporroteaba como si no soportara el peso de aquella presencia. En la distancia en el salón un mago oscuro trataba de someter nuestras voluntades, Alan cerró los ojos, rezando a un dios que no respondía.

Yo di un paso al frente, mirando en todas las direcciones buscando al conde Luckard no sabía si ese día todos saldríamos vivos de ese lugar, pero mi objetivo era que fuera así. El choque entre ambas fuerzas era inevitable.

—Esta vez No habrá banquete Luckard—dije, mi voz resonando extraña bajo la máscara—. Y no seremos carne para tu mesa.

Likantro miraba fijamente a Kensel con intensión hostil, Pero sabía que no podía subestimarlo. Luckard ya se lo había advertido. Hizo un ataque de prueba y se abalanzó. El aire estalló en un vendaval de garras y saliva ardiente. Grial trazó un arco luminoso para recibirlo. El salón entero contuvo el aliento.

La verdadera danza de la muerte acababa de comenzar.




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