Fallens

Capítulo 60-La Danza del colmillo y la Luz

Capítulo 60 – La Danza del Colmillo y la Luz
El choque fue un trueno en mitad de la eternidad. Grial cantó, desprendiendo un haz que hendió el aire como un relámpago; la garra de Likantro lo recibió, generando una lluvia de chispas incandescentes que salpicaron el mármol. Los vitrales estallaron de nuevo, dejando que el viento nocturno se mezclara con el olor de hierro y azufre. ¡Rayos!... que hace diferente a este humano, Luckard tenía razón, no es un hombre ordinario.
Los invitados, o lo que quedaba de ellos, eran sombras que se arrastraban hacia los rincones, impotentes ante el duelo que se erguía en el centro del salón. Nadie podía intervenir, pues lo que se desplegaba no era un combate: era un juicio.
Likantro giró sobre sí mismo con la velocidad de un huracán, sus fauces rozaron mi rostro dejando un aliento ardiente, y su cola golpeó las columnas con la fuerza de un ariete. Lirian saltó hacia adelante, intentando interceptar, pero el hombre lobo la repelió con un zarpazo que la lanzó contra los escombros de un candelabro caído.
—¡Kensel! —gritó Ani, su voz quebrada entre la valentía y el terror.
Grial pulsó de nuevo, como si respondiera no a mi fuerza, sino al clamor de quienes aún resistían. La espada no era solo un arma: era un recordatorio de que la luz debe prevalecer ante la oscuridad. Podía desgarrar cualquier penumbra. Sentí cómo su energía recorría mis venas, endureciendo mi resolución.
El rugido de Likantro volvió a sacudir las paredes. Esta vez no era un ataque físico, sino un conjuro ancestral escondido en su propia sangre. Una presión invisible me aplastó el pecho; vi cómo Sonerís caía al suelo, su lámpara negra apagándose como un carbón mojado, mientras Zila gritaba leyendo unas palabras en un dialecto perdido algo incomprensibles de un fragmentado pergamino, tratando de romper el hechizo.
Luckard reía. Desde ninguna parte y desde todas las direcciones a la vez.
—El colmillo y la garra siempre vencen a los sueños, Kensel. ¿Cuántas veces debo demostrarte que la virtud no se alimenta, no devora, no perdura?
Mis pasos me arrastraron hacia el centro del salón, donde las grietas del suelo parecían abrirse como bocas infernales. Likantro cargó de nuevo, y esta vez no esquivé: levanté a Grial a la altura de mi corazón, dejando que la luz enfrentara de lleno la oscuridad.
Cuando ambos poderes colisionaron, un resplandor cegador estalló, como si el día hubiese irrumpido a la fuerza en el reino de la noche. El eco fue tan grande que incluso la risa de Luckard se quebró por un instante.
Ani, con lágrimas en los ojos, murmuró lo que todos temían:
—Si uno de ustedes cae… la ciudad entera caerá con él.
Y así, en medio de aquel silencio fracturado, comprendí que no era solo mi destino lo que estaba en juego, sino el latido entero de Numbra.
La batalla aún no había mostrado su verdadero rostro.




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