Fallsville: cuando sale la luna.

Capítulo II: Bienvenidos a FallsVille.

Luego de un asqueroso viaje de varios días, Katty y Annie por fin estaban cerca del pueblo. La temperatura aquí, a pesar de ser casi mediodía, se sentía como el invierno en Sacramento. La vegetación era diferente, los grandísimos pinos se alzaban hacia el cielo impoluto. La carretera serpenteaba entre abismos y barrancos mediante bajaban hacia el valle y las primeras casas se manifestaban en las esquinas.

—Tengo que ir a comprar unas cosas al supermercado, voy a pasar también por el colegio para ultimar los detalles de tu admisión. Puedes quedarte en el parque si quieres, por favor no te alejes —dijo su madre mientras se estacionaba junto a varios carros cubiertos de hojas secas que se habían estado cayendo por la llegada del otoño. Annie no le respondió con palabras, se limitó a asentir y bajó de un salto. Habían niños jugando en los columpios, incluso maniobrando el equilibrio en el borde de la fuente. Una viejísima señora les echaba maíz a las palomas desde una banca tan antigua como ella. Pueblo de mierda.

Con un vistazo rápido pudo distinguir los edificios principales, el ayuntamiento, el banco, algunas tiendas de ropa y artesanías, el cine y el café de la esquina. Por descarte terminó entrando al anticuado café que parecía salido de una de esas películas de las épocas de sus padres.

—Bienvenida —sonrió una joven rubia que atendía la barra, se veía claramente curiosa por la inusual presencia de forasteros en estas tierras tan apartadas.

—Hola, ¿tienen malteadas?

—Lo siento, aquí no servimos malteadas. Te puedo servir un café, un postre, tal vez un refrescante té.

—Le recomiendo el café —dijo un policía también joven que estaba al otro lado de la barra—, ella es famosa por ese café.

La mesera se sonrojó y le guiñó un ojo de forma coqueta.

— ¿Y tiene algo para la sed?, es que la idea de un té no se me hace tan llamativa.

—Hay jugo de naranja. Está frío y recién hecho.

—Sí, jugo está bien —Annie se sentó en la barra y divisó a los otros comensales, casi todos ellos eran ancianos resolviendo crucigramas, leyendo e incluso combatiendo el sueño. El policía no se callaba, seguía hablándole a pesar de su notorio desinterés.

— ¿Está de paso por el pueblo, señorita? No recuerdo haberla visto antes, y éste no es un sitio donde la gente pase desapercibida.

—Llegué hoy, voy a vivir aquí por los próximos dos años —sacó su teléfono para que él la dejase en paz, le escribió a Molly para avisarle que ya había llegado. Lo único que la forzó a regresar a la realidad fue el clic del vaso de cristal apoyado sobre la madera. Alzó la mirada y vio a la mesera que seguía sonriendo—. Muchas gracias.

—Con gusto, buen provecho.

— ¿Y va a estudiar aquí o en otro pueblo vecino?, hay algunos que estudian en Farmtown, no está lejos de aquí —le dijo el policía después de saborear el último trago de café e inmediatamente pedir otro con la misma lisonjera mirada de hace sólo un rato.

—Supongo que aquí —se encogió de hombros sin hacer contacto visual, quería que dejara de hacerle preguntas estúpidas.

—Por cierto, mucho gusto, soy Alan. Yo sí soy de acá.

—Yo soy Annie, vengo del sur.

— ¿Del sur, eh?, tendrá que acostumbrarse a las heladas del norte.

—Sí, de eso me estuve dando cuenta cuando me bajé del auto.

— ¿Y vino con sus padres, Annie?

Katty apareció en la puerta y se sentó junto a Annie mientras ella ponía los ojos en blanco y sacaba sus audífonos.

— ¿Cómo vas? —le preguntó Katty, quitándole los audífonos de un solo movimiento y guardándoselos en el bolso.

—Usted debe ser la mamá de Annie —dijo Alan en tono amigable—, mucho gusto, yo soy Alan y esta bella dama es Rose. Bienvenidas al pueblo.

—El gusto es mío, gracias por la bienvenida. Yo soy Katty, por cierto —sintió un inmediato alivio al ver que los locales no eran hostiles con los extraños.

— ¿En qué parte del pueblo viven?

—La casa queda en las afueras, es el número 17 de la ruta 65.

Algo cambió en el ambiente, el trapo dejó de fregar y los sorbos se detuvieron. Rose y Alan intercambiaron miradas de angustia, Katty lo notó de inmediato.

—Bueno, fue un placer conocerlos —dijo ella mientras volvía a agarrar el bolso—, Annie, debemos irnos. ¿Cuánto debemos por el jugo de naranja?

—Uno con cincuenta.

Sus ojos reflejaban el miedo incontrolable, realmente algo andaba muy mal con estas personas.

— ¿Viste la cara que pusieron cuando les dijiste dónde vivíamos? —dijo Annie cuando pusieron el auto en marcha.

—Sí, qué raro, ¿no?

—Todos están locos acá, no debiste haberme traído.

—Ya hablamos de eso, Annie. Puede que... no sé, que haya alguna leyenda urbana en esa calle. La casa es vieja, la heredamos no hace mucho. Lo bueno es que la remodelaron los de la aseguradora. Había moho negro, tuvieron que cambiar muchas cosas, te gustará.




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