—Sí, sí, ya tengo todos los documentos —decía Katty por teléfono mientras daba vueltas en la cocina, Annie la miraba desde la barra mientras terminaba el desayuno—. De acuerdo, estaré allá temprano.
— ¿Quién era? —preguntó su hija cuando colgó.
—Era del hospital, empiezo hoy. Termina de desayunar y ve a bañarte, no quiero que llegues tarde en tu primer día.
—Pero falta una hora...
—Sí, pero aquí no hay metro ni tranvía.
—Ni tráfico.
— ¿Te vas a quedar ahí mirándome, Annie?
—No sé qué ponerme, casi toda la ropa está sucia.
—Se supone que hoy llega el camión con la lavadora y el resto de nuestras cosas.
Annie salió de la ducha envuelta en una toalla, su cabello seguía goteando y el frío la hacía tiritar. Buscó algo decente para ponerse, pero las blusas limpias que tenía no combinaban para nada con las faldas y pantalones, por lo que se tuvo que poner un vestido que hace tiempo no se ponía. Se miró al espejo, había estado bajando de peso sin siquiera quererlo, el vestido se veía como una sábana sobre un palo, tuvo que quitárselo. Siguió hurgando en su maleta hasta encontrar un abrigo marrón que se había arrugado por haberlo doblado mal, lo sacudió unas cuantas veces, se puso una de las blusas que no combinaba con los jeans y la cubrió con el abrigo. Tuvo suerte de encontrar unos botines que hacían juego, quizá no se vería tan mal, pero bajo ningún motivo se quitaría el abrigo. Para el cabello no pudo hacer mucho, no había tiempo de plancharse, por lo que optó por la práctica cola de caballo que nunca parecía pasar de moda.
En medio del viaje hacia el pueblo su madre puso un CD de aquel grupo español que tanto le gustaba, tararearon el resto del camino hasta que el edificio de dos plantas apareció al final de la calle. Era temprano, pero algunos ya habían empezado a llegar y juntaban en sus grupos para esperar la campana.
— ¿Sobrevivirás? —preguntó Katty mientras sacaba algo de dinero de su cartera y se lo pasaba a Annie.
—Eso espero.
—Llámame si necesitas algo, estaré a pocas calles de aquí.
—De acuerdo —se quitó el cinturón y abrió la puerta para salir, su madre la detuvo del brazo.
—Annie.
— ¿Qué?
—Te quiero.
Avanzó tímidamente hacia la entrada sin saber realmente cómo actuar, trataba de coordinar los pasos para no resbalar y caer. No hizo contacto visual, estuvo conversando por chat con Molly hasta que sonó la campana. Ya habían muchos más estudiantes, casi todos la miraban como si éste fuera un zoológico y ella una bestia amazónica. Las puertas se abrieron y ella se perdió en el río de estudiantes hasta poder llegar al pasillo que conducía a la dirección. La secretaria debía tener unos treinta años, cabello castaño y pequeños pendientes en forma de crucifijo. Intercambiaron algunas palabras, aunque ella sabía muy bien quién era Annie.
—Ayer estuvo aquí tu madre, bienvenida al pueblo. Espero que te sientas a gusto en FallsVille, verás cómo pronto le tomas cariño a nuestro estilo de vida.
—Gracias.
—La directora está en un congreso en la capital, por lo que yo tendré que hacerte la inducción. ¿Puedes llenar este formulario, por favor? Es necesario conocer a fondo a nuestros estudiantes para poder abordar sus problemáticas de forma efectiva.
— ¿No tengo que ir a clase?
—Irás a la segunda clase, debo orientarte primero.
El colegio no tenía ni una cuarta parte del tamaño de su instituto en Sacramento, no había piscina ni grandes zonas verdes, sólo el campo de fútbol, un quiosco a punto de caerse y aquel descampado cuya reja limitaba con la pared de la iglesia. La secretaria le regaló una botellita de jugo como bienvenida y la llevó hasta el salón de historia, donde tendría la próxima clase.
El aula estaba vacía, el profesor había estado en la sala de profesores preparando la lectura de hoy.
—Es ella —dijo la secretaria y luego se fue sin despedirse.
—Así que..., ¿Annie, no? —se acercó el profesor estirando la mano, era joven, quizá este era su primer año dando clases.
—Mucho gusto.
— ¿De dónde viene?
—Sacramento.
— ¿Sacramento?
—Sí, es del sur.
—Sé dónde queda, no he estado allí, pero soy de una ciudad cercana. Me alegra saber que no soy el único que trata de adaptarse. Siéntese, siéntese, que ya casi llegan sus compañeros.
— ¿Le puedo pedir un favor, profesor?
—Por supuesto.
—Por favor no haga que me presente.
—Pero, Annie, esa parte es esencial. Créame, si no se presenta será peor, se quedarán mirándola por no saber ni su nombre. Los chicos de aquí no son tan malos como uno piensa. ¿Sabe qué?, sólo elija una silla, deje sus cosas allí y quédese aquí conmigo, yo la presentaré.
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Editado: 26.07.2018