La melodía nocturna de lamentos ocultos, revela verdades en las sombras.
Todo a mi alrededor se encuentra sumido en una penumbra profunda; el sonido persistentemente regular de un reloj resuena en mis oídos, marcando el paso del tiempo, y decido seguirlo, dejando que su ritmo me guíe hasta un corredor que se encuentra inundado con una agua espesa y oscura. Con cada paso que doy, el agua salpica a mi alrededor, creando pequeñas explosiones del líquido que se disipan en la atmósfera cargada de misterio.
Avanzo, mi mirada se desplaza por el entorno, notando que no hay ni una sola alma en este lugar; soy la única que permanece en este espeso escenario.
El silencio es abrumador, interrumpido únicamente por el eco del agua y el tic-tac del reloj que persiste en marcar el tiempo que parece haberse detenido.
El agua se extiende por todo el corredor, cubriendo el suelo con una superficie brillante que refleja tenues sombras de la penumbra circundante, creando una atmósfera de inquietante soledad.
—¿Qué? —murmuro—. ¿Es una inundación?
Al final del corredor, una lámpara emite un titilar inquietante, iluminando tenuemente el lugar. A mi izquierda, se despliega otro corredor que parece sumergirse en la penumbra, del cual emergen ruidos extraños que despiertan mi curiosidad.
Sin saber si es fruto del instinto o simplemente de una insensatez, avanzo lentamente en esa dirección, cada paso resonando en el silencio abrumador.
Al voltear hacia el corredor, mi mirada se encuentra con el contorno de un chico peculiar que se haya acurrucado en el suelo, enfrascado en una lucha desesperada con otra persona que, sorprendentemente, es idéntica a él.
La escena que se presenta ante mí es desconcertante, como si dos versiones de una misma realidad estuvieran entrelazadas en una pelea visceral.
Al observar cómo su duplicado lo apuñala, un grito de terror escapa de mis labios. Movida por un impulso irrefrenable, me lanzo hacia ellos, pero algo me detiene: una extraña y aparentemente sólida pared invisible que me impide avanzar.
En ese instante, él me lanza una mirada cargada de dolor, una expresión que se quedara grabada en mi mente. Consumida por la angustia, empiezo a golpear con todas mis fuerzas esa barrera etérea con mis puños, incapaz de entender la desesperación que me abruma y me paraliza.
Mis piernas empiezan a sentirse pesadas, como si estuvieran sumidas en un denso lodo que dificulta su movimiento. La superficie del agua que me rodea se transforma en una especie de sustancia viscosa, que parece entorpecer cada intento de avanzar.
Desvío mi mirada hacia mis pies y, para mi horror, noto que el agua se ha tornado de un rojo oscuro, casi negro, como si estuviera impregnada de algo que pertenece a las profundidades más sombrías.
Un intenso y penetrante olor a hierro inunda mis fosas nasales, llevándome a un estado de alerta y repulsión. Siento que se me congela la sangre en mis venas al percibir un ligero movimiento bajo mis pies, como si algo desconocido y posiblemente amenazante estuviera acechando justo debajo de la superficie.
Me encojo suavemente, acurrucándome en una posición que me permita sumergir ambas manos en el líquido espeso. Estoy concentrada en mis movimientos y, tras un momento de búsqueda entre el agua, siento algo entre mis dedos.
Con determinación, realizo un firme tirón y, para mi sorpresa, logro extraer del agua un collar de un brillante dorado, un taumatropo que emana un aire enigmático y fascinante.
Al observarlo de cerca, me doy cuenta de que su diseño es especial y distintivo: en el centro hay un símbolo circular que capta mi atención, en el que aparece la figura de un lobo aullando flanqueado por dos espadas.
El hedor a sangre me provoca una liguera sensación de mareo que dura unos momentos. Intento recomponerme, un sonido familiar, similar al de una tiza raspando contra una pizarra, se cuela en mis oídos. Con esfuerzo me levanto del suelo, llevando conmigo el collar que había encontrado.
Camino lentamente hacia la procedencia de ese ruido inquietante, al llegar a la puerta del aula, la abro con sumo cuidado, tratando de no hacer ningún ruido.
Una vez adentro, me detengo en el centro de la habitación, experimentando una extraña mezcla de nerviosismo y curiosidad. Dirijo mi mirada hacia el frente y lo que veo me deja sin aliento: una pizarra con la palabra Goldenen Wächter escrita en un brillante color dorado.
Abro los ojos de forma repentina, experimentando una oleada de aire en mi interior que quema como la acidez. La sensación es tan intensa que parece como si me hubieran extraído todo el aire de mis pulmones. En ese momento, un zumbido agudo resuena en mis oídos, casi como un pitido persistente que no me deja en paz.
Noto una leve presión, pero evidente en mi mano derecha, como si alguien estuviera sosteniéndola con delicadeza. Al dirigir mi mirada, me doy cuenta de que estoy en una habitación de hospital, un lugar frío y desconocido, mi padre que está a mi lado, aferrado a mi mano con ternura, llenando el ambiente con su presencia reconfortante.
—¡Cariño, estaba muy preocupado por ti! —exclama mi padre, con preocupación grabada en su rostro.
—¿Qué pasó? —mi propia voz suena seca y sin vida; apenas la reconozco.
—Estuviste inconsciente durante una semana. Te encontré herida en el porche de nuestra casa —confiesa, soltando mi mano para besarme la frente.
Cubro mi mano derecha para ocultar mi temblor.
—¿Llevo aquí una semana? —la tensión se aprieta en mi pecho, convirtiéndose en un nudo apretado.
La puerta de la habitación se abre lentamente, permitiendo la entrada de un joven que viste una bata blanca característica de los médicos. En su mano sostiene una carpeta, que parece contener documentos importantes. Su expresión es seria y concentrada, al cruzar el umbral, la luz del pasillo ilumina su figura, acentuando la imagen de un profesional.
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Editado: 13.02.2025