Aurora.
Miro la puerta de la habitación de mi padre en el hospital. Después de pasar la tarde entera con la familia de Aren finalmente había tenido la oportunidad de venir a ver a mi padre.
Aunque, realmente fue una parte de mí la que me dijo que no podía dejar pasar esto por más tiempo.
Tomo aire lentamente mientras tomo la perilla hasta que finalmente parece que tengo el valor suficiente para adentrarme, eso hago. Lo primero que veo una vez me adentro a la habitación es a mi familia reunida aquí.
Mis hermanas, mi madre y mi padre quien claramente sigue en cama.
—Hola —susurro mientras cierro la puerta detrás de mí.
—¿Te quedas con papá? —pregunta Maeve—. Iremos por algo de comer.
Asiento con la cabeza, mis hermanas salen de la habitación dejando aquí únicamente a mis padres.
Mi madre me mira pero aleja su mirada al instante mientras se concentra en lo que parece ser un suéter, mismo que teje.
Camino con cautela hasta uno de los sofás aquí en donde dejo mi bolso.
—¿Cómo te sientes, papá? —pregunto después de algunos minutos. Me acerco tenuemente a su cama.
Los ojos avellana de mi padre dejan de mirar el televisor para mirarme a mí ahora.
—Mejor —responde cortante.
La expresión en su rostro me deja saber que está molesto y sé que no es para menos.
—¿Podemos hablar? —pregunto en un susurro.
No deja de mirarme y siento que mis piernas tiemblan.
—No sé, tú dime —responde—. ¿Quieres hablar conmigo?
Su voz seca y dura hace que mi ser se contraiga, un nudo se cuela en mi garganta y mi pecho se tensa.
Siento como mis ojos se cristalizan y solo alejo la mirada hasta la ventana aquí.
—No me rechaces —la voz me sale en un hilo tartamudeante—. Todo el mundo lo está haciendo pero el único rechazo que puede terminar conmigo es el tuyo.
Giro a mirarlo lentamente, siento como las lágrimas siguen acumulándose en mis ojos porque no miento al decir que la única persona que puede quebrarme por completo es él.
Veo como traga saliva.
—¿Cuánto tiempo lo has ocultado? —pregunta.
—Es una historia larga —susurro en respuesta.
—No me pidas que regrese mi confianza en ti si sigues mintiendo, Aurora —comienza, sus palabras rompen una a una mis barreras—. Sales con tu jefe, todo New York lo sabe y al parecer somos los últimos en enterarnos.
No digo nada.
—Me mentiste cuando creí que tú y yo no guardábamos secretos —suelta—. ¿He hecho algo mal para que creas que no puedes confiar en tu padre? —pregunta, su voz se rompe y eso ocasiona que un par de lágrimas rueden por mis mejillas.
—No has hecho nada mal —respondo tartamudeante.
—¿Entonces? —pregunta.
Sorbo por mi nariz.
—Sabemos que eres lo suficientemente mayor para hacer lo que quieras con tu vida, Aurora —mi madre habla ahora—, salir con quien quieras, estar con quien quieras —agrega—. Tu padre no está molesto porque hayas encontrado una persona que te guste, estamos molestos porque para estar con él has estado mintiéndonos.
Trago saliva con fuerza y odio que el contrato prohíba decir algo de la verdad, aunque, también soy consciente de que es mejor no decir nada sobre este y esto.
—Todas esas veces donde salías por días enteros con él por trabajo, ¿eran mentira? —pregunta—. Los viajes, reuniones —eleva una ceja interrogante—. ¿Qué es verdad y qué es mentira?
Niego con lentitud.
—Aren y yo sabemos que el trabajo es trabajo —comienzo—. Los viajes, las reuniones, las salidas. Todo ha sido trabajo —miro a ambos—. Soy su secretaria y ambos sabemos separar lo profesional de lo personal.
—Ha sido una falta de respeto, Aurora —mi padre habla ahora, sé que mi madre tiene razón, está molesto porque ahora cree que le he mentido todo este tiempo—. No me gusta.
Suelto un suspiro lento.
—No me gusta que por todo este tiempo te haya mantenido como un secreto —comienza—. ¿Qué clase de hombre oculta a la mujer que dice amar? —pregunta molesto—. Mereces más que ser un secreto.
—Fue un acuerdo de ambos, papá —comienzo—. Aren y yo no sabíamos que llegaríamos tan lejos —agrego—. Además, no queríamos habladurías de la gente, queríamos que esto fuese únicamente de nosotros, ser libres y no tener que rendir cuentas a nadie. Él es uno de los magnates más importantes de New York y yo su secretaria, sabíamos que si lo nuestro se sabía todo el mundo se sentiría libre de opinar.
Tal como lo están haciendo ahora.
—Y no queríamos estar envueltos en rumores falsos —finalizo.
Mi padre me mira al igual que mi madre.
—¿Lo amas? —mi madre pregunta, la mirada verde que compartimos no se despega de mí, me analiza con una profundidad que me hace tragar saliva.
—Lo hago —respondo.
—Tus ojos dicen lo contrario —responde al instante—. Tu boca puede decir una cosa pero tu mirada grita otra.
Mi corazón se acelera y siento que quedo entre la espalda y la pared.
—Lo amo —respondo, intento que mi voz no se rompa, no titubee o no tiemble.
—No lo amas —responde de nuevo. Se pone de pie y se acerca haciendo que lo único que quede entre ambas sea la cama en donde se encuentra mi padre.
—Lo hago —aseguro de nuevo.
Sé que es una mentira porque no amo a Aren pero también sé que hay una mentira que sostener.
—No lo haces —desafía—. Ni siquiera luces como una novia feliz.
Elevo una ceja.
—¿No luzco como una novia feliz? —pregunto—. ¿Qué se supone que deba hacer?¿Lanzar flores, serpentinas y dulces cuando mi padre está en el hospital? —eleva una ceja y se cruza de brazos. Tal como siempre lo hace cuando sale de sus casillas conmigo—. Es hipócrita que me digas esto porque si fuese lo contrario, si estuviese feliz por mi relación y lo demostrara a los cuatro vientos entonces estarías llamándome egoísta por únicamente pensar en mí y hacer a un lado a mi padre.
Editado: 02.05.2024