Aurora.
Miro a las tres mujeres que salen de la empresa con sus cosas en mano. Han sido despedidas e identifico que son las mismas mujeres que hablaron en el elevador.
Aren cumplió su palabra: las despidió.
Ninguna de las tres me mira cuando pasan a mi lado y solo trago saliva con dureza mientras continúo mi camino hacia el interior de la empresa.
—Buenos días, señorita Bellerose —la recepcionista saluda y solo sonrío en su dirección.
—Buenos días —respondo sin detener mis pasos.
La sonrisa en mi rostro no se borra a medida sigo caminando hasta el elevador, los empleados en el piso me saludan dándome los buenos días haciendo que mi humor se alegre un poco.
¿Qué le cuesta a la gente ser siempre así?
Me detengo frente al elevador de Aren, las puertas se abren y me adentro a la caja de metal, de inmediato el elevador comienza a cerrarse para comenzar a subir hacia el piso presidencial.
Cuando las puertas se abren en el piso donde trabajo salgo del elevador y camino hasta mi puesto. Dejo mis cosas en mi escritorio, enciendo mi computadora y mientras este se enciende camino hasta la cafetera en donde comienzo a preparar todo para el café de mi jefe.
Mientras la cafetera se enciende escucho como las puertas del elevador se abren, pasos comienzan a resonar y sé de quién se trata: su loción inunda el piso y reconozco el andar de sus pasos.
—Buenos días, Bellerose —no me equivoco ya que la voz de Aren resuena a mis espaldas.
—Buenos días, Russell —saludo de la misma manera. Escucho como mi jefe entra a su oficina y una vez que ya tengo listo su café preparo la charola con su taza, tomo esta junto a mi libreta y camino hasta la oficina de Aren.
El castaño está de pie frente a la ventana de su oficina, me acerco dejando la charola en la pequeña mesa de centro aquí y tomo su taza mientras me acerco a él. Acepta esta mientras agradece.
Sus dedos rozan con los míos en el proceso y me es imposible evitar la corriente eléctrica que me recorre de arriba a abajo.
Aren le da un trago a su café mirando aún la ciudad de New York desde su ventanal.
—¿Haces algún ritual? —me atrevo a preguntar rompiendo el silencio.
El británico me mira, sus ojos avellana coinciden con los míos y alejo tenuemente la mirada llevando mis ojos hasta la vista que antes él admiraba.
—Durante todos estos años que llevo trabajando contigo, siempre, cuando vengo a dejarte tu café estás de pie aquí —señalo justo el punto en donde está parado ahora mismo—. Y miras la ciudad, cada mañana, a primera hora. Es lo primero que haces al poner un pie aquí.
Una pequeña y tenue sonrisa se pinta en sus labios, mira de nuevo al frente y no puedo evitar detenerme a su lado mirando de la misma manera en que él lo hace.
—Me gusta —habla, ambos seguimos con nuestras miradas al frente—. No es ningún ritual, solo me gusta admirar el panorama.
Me atrevo a mirarlo finalmente mientras habla.
—Ver todo desde aquí es… —parece buscar la palabra correcta para describir esto— mágico e irreal.
Mis ojos solo pueden admirar su perfil mientras el magnate sigue con la mirada al frente.
—¿Te hace sentir en la cima? —pregunto.
—Sé que estoy en la cima —responde—. Cuando me tocaba ver todo como un espectador siempre deseaba estar arriba, mirando y admirando todo desde la cima, y ahora que lo estoy solo agradezco y aprovecho eso.
Miro al frente de nuevo al igual que él.
—Te admiro mucho, Aren —las palabras salen de mi boca sin permiso pero es demasiado tarde cuando me he dado cuenta de que ya lo he dicho y no pensado.
Siento al magnate mirarme y siento como un nudo se crea en mi garganta.
—¿Sí? ¿Por qué? —pregunta.
Trago saliva con lentitud mientras tomo el valor suficiente para responder.
—Porque todo lo que tienes ha sido a costa de tu propio esfuerzo y dedicación —lo miro lentamente—. No quiero decir que esté mal que haya personas que no inicien desde cero, pero, de ti admiro que a pesar de todo luchaste por tus sueños. Creo que no hay nada mejor que las personas que luchan por sus sueños hasta que finalmente logran hacerlos realidad.
—¿Cuál es tu sueño, Aurora? —pregunta y esa simple y pequeña pregunta hace que un nudo se forme en mi estómago—. ¿Cuáles son tus sueños, deseos y anhelos?
Recuerdo a la Aurora de veintiún años que anhelaba tantas cosas.
Creo que la Aurora de veintiún años estaría decepcionada de la Aurora de veinticuatro años.
—Aún no lo sé —miento después de tragar con dureza el nudo en mi garganta que advierte que seguramente en cualquier momento me tiraré a llorar.
—¿No lo sabes? —pregunta de nuevo.
Levanto mis hombros con desinterés fingido.
—Creo que los sueños no se vuelven realidad para todos, para algunas personas solo se mantienen como eso: sueños —susurro.
—Si tus sueños se quedan estancados y no se vuelven realidad es solo por ti, Aurora —lo miro—. Nadie más que nosotros mismos somos responsables de nuestro propio destino.
El nudo en mi garganta crece más recordando que las cosas para mí no han sido fácil por personas que siguen queriendo verme en la mierda.
—No es tan fácil como parece —respondo en un susurro.
Miro al frente de nuevo, carraspeo y abro la libreta en mis manos mirando esta e intentando alejar el sentimiento de decepción hacia mí misma que inunda mi pecho.
—Tu agenda está libre hoy —hablo sin mirarlo—. Volveré a mi sitio —comienzo a caminar hacia la puerta de la oficina—. ¿Se le ofrece algo más, señor Russell?
Niega con la cabeza y asiento mientras sigo caminando.
Mi mano envuelve la perilla y antes de poder abrir la puerta y salir la voz de Aren me llama de nuevo.
—Aurora —giro a mirarlo, me mira también sin moverse aún del mismo punto en donde se encontraba—. Lamento si soné rudo o dije algo que te haya molestado.
Editado: 02.05.2024