Aurora.
Días después de navidad.
Me detengo en la escalinata del jet mientras mis ojos miran la pista de aterrizaje en la que estamos.
No logro identificar el lugar en el que hemos aterrizado, pero, lo único que sí logro captar es el ambiente frío, hay nieve y la ropa veraniega ha quedado a un lado para usar ahora ropa completamente térmica.
Miro a Aren quien extiende su mano hacia mí, no dudo en tomar esta y bajar los pocos peldaños que faltan.
—¿Dónde estamos? —pregunto pero no obtengo ni una sola respuesta de su parte, lo único que obtengo es una sonrisa.
—Es otra sorpresa —responde.
La sonrisa en mi rostro no tarda en aparecer. Aren me ha dado tanto en este viaje que ya no me sorprende el que en cualquier momento y de la nada diga que hay más y más sorpresas.
—Tus sorpresas comienzan a ser mis favoritas —hablo mientras su mano se entrelaza con la mía para ir hasta una de las camionetas que espera por nosotros.
Ambos subimos a esta.
—Mis sorpresas son las únicas que deben alegrarte, Fresita —responde. Lo miro con una ceja elevada.
—¿Solo las tuyas? —pregunto. Una sonrisa se pinta en sus labios.
—Sí —responde con aire de grandeza—. Solo las sorpresas de tu esposo.
Sus ojos coinciden con los míos y no puedo detener la sonrisa que se forma en mis labios. Sus ojos marrones me obligan a mirarlo sin alejar la vista y por un segundo siento la necesidad de inclinarme y tocar sus labios con los míos, sin embargo, me contengo de hacerlo.
—No creo que haya otras sorpresas que logren impresionarme tanto como las tuyas, Aren —hablo, ninguno le aleja la mirada al otro.
Y es que es asombrosa la manera en que parece que Aren me conoce, sabe todo lo que me gusta, todo lo que me hace feliz. No le cuesta trabajo alguno conseguir una sonrisa en mi rostro.
No sé cómo lo hace, pero, lo logra. Consigue que esto sea mucho más ameno para mí, está logrando que esto no se sienta como un contrato.
Y no sé si debería asustarme por eso, porque no sé qué sucederá conmigo cuando esto termine y deba acostumbrarme de nuevo a la vida que tenía antes de ser la señora Russell.
La sola imagen en mi cabeza hace que trague saliva con dureza.
—Yo tampoco creo que haya otras sorpresas que logren lo que yo logro contigo, Aurora —su voz me regresa a la realidad.
El aire se atasca en mis pulmones y solo sonrío con lentitud, una sonrisa se pinta en mis labios pero al mismo tiempo mi pecho se infla de dolor.
Alejo mi mirada lentamente y miro a través de la ventanilla a mi lado, a pesar de que mis ojos se mantienen en el panorama mi cabeza se encuentra en otro sitio, no sé dónde, pero solo sé que mis pensamientos logran apoderarse de mí.
Sé que no debo pensar en el futuro, sé que no debo preocuparme por eso, pero, es imposible que mis pensamientos se mantengan quietos, es imposible que mis pensamientos se silencien ya que mi cabeza lo único que hace es gritar su nombre, el nombre de Aren.
Una parte de mí grita que no lo queremos lejos, que no queremos que esto termine porque muy en el fondo de mí siento que no podré resistir cuando nuestro matrimonio termine y tenga que regresar a la vida en donde él ya no forma parte de mí.
No sé qué es lo que provoca él en mí, no sé qué es lo que mi ser siente cuando él está cerca de mí, solo logro entender que todo lo que logra en mí son cosas que nunca antes había sentido.
La noche comienza a hacerse presente, aterrizamos justo cuando estaba atardeciendo pero ahora la oscuridad comienza a pintar todo a nuestro alrededor.
Intento descifrar en dónde estamos pero mi cabeza parece no tener razón para eso.
Los minutos siguen corriendo hasta que la camioneta se detiene, salgo de mis pensamientos y miro de nuevo por la ventanilla de la camioneta.
Mis ojos se abren con sorpresa, mi interior se contrae de felicidad y lo único que me impide gritar es que la voz se me ha ido.
Mi puerta se abre y ni siquiera logré procesar el momento en que Aren bajo de la camioneta, solo soy capaz de tomar su mano enguantada cuando extiende esta hacia mí y bajo de la camioneta de la misma manera.
—Una influencer como tú no puedo no conocer París y la Torre Eiffel —su voz cala en mis oídos pero lo único que hago es mirar la Torre Eiffel frente a nosotros.
Mis ojos se llenan de lágrimas mientras una parte de mí evoca a la Aurora pequeña que moría por conocer Francia.
Miro a Aren mientras siento que las lágrimas comienzan a correrse por mis mejillas.
—Tú lo recuerdas —susurro, no me apena llorar frente a él, ya no.
Su mirada coincide con la mía, se acerca y siento como sus pulgares eliminan las lágrimas que corren por mis mejillas.
—Cuando eras pequeña soñabas con venir a Francia y cantar Le Festín de Camille mientras miras la Torre Eiffel y Ladybug pelea —habla, mi boca se abre y un par de risas salen de mí. Él recuerda lo que dije en nuestro picnic en New York—. No pude conseguir a Ladybug peleando pero la Torre Eiffel sí.
Miro la torre frente a nosotros que está iluminada, al ser de noche debe iluminarse y la imagen que tenemos es simplemente maravillosa.
Es perfecta, es mucho mejor de lo que creí que sería.
Es un sueño más que se hace realidad. Gracias a él.
Me lanzo a los brazos de Aren mientras lo abrazo con fuerza y devoción. Su aroma invade mis fosas nasales y su calor se mezcla con el mío, la calidez que me da cada vez me confirma más y más que sus brazos son un santuario para mí.
Él se siente como estar en casa.
—Gracias —susurro en un hilo, mi voz está rota y las lágrimas amenazan con aumentar.
La felicidad que me inunda el pecho no se compara a nada.
—Gracias por todo esto, Aren —sus brazos me toman con fuerza de la misma manera y aquella sensación acogedora solo aumenta.
Editado: 02.05.2024