Falsamente tuya

Capítulo 26: KING OF MY HEART

Aurora.

Salgo de la mansión y directamente mis ojos van hasta Aren quien me mira también desde uno de los cajones de estacionamiento de la mansión, miro al hombre frente a él. Trago saliva con nerviosismo mientras me acerco a ellos.

—Mi bella esposa —alcanzo a escuchar a Aren quien le dice mi nombre al hombre frente a él—. Aurora Russell.

Una pequeña sonrisa se dibuja en mis labios y no estoy segura si ha sido por instinto natural o por las palabras que dijo el magnate antes de dejar salir mi nombre.

—Buenos días —saludo al hombre que acompaña a mi marido, extiendo mi mano y este la acepta mientras Aren se encarga de posar una de sus manos en mi cintura para acercarme a él.

—Un placer conocerla, señora Russell —asiento.

—Horacio García —habla Aren haciendo que lo mire, la cercanía entre ambos hace que uno de mis brazos roce con su pecho y el levantar el rostro para mirarlo me obliga a tenerlo a solo centímetros de mí—. Será tu profesor de manejo.

Mis ojos se abren con sorpresa al instante.

—¿Qué? —la pregunta sale en un susurro de mi boca.

—¿Creíste que era mentira que tus clases de manejo iniciarían hoy? —pregunta Aren con una ceja elevada, sus ojos se llenan de diversión y es que seguramente debo parecer una tonta que no cree lo que han dicho.

Aunque, sí, creí que no hablaba en serio.

Trago saliva con nerviosismo.

—Le aseguró que no hay nada que temer, señora Russell —habla el hombre de nombre Horacio—, soy el mejor en lo que hago y será un verdadero placer verla conducir por cuenta propia esta majestuosidad.

Señala el auto que Aren me obsequió la noche anterior.

—No saben lo qué están haciendo —suelto finalmente—. Soy un caos.

—Nada de auto sabotaje —Aren interrumpe—. No pretendes que el auto se quede en la cochera para siempre, ¿verdad?

Me mira y lo miro también, nuestros ojos se encuentran y la intensidad de su mirada es tan atrapante que no me privo de mirarlo con intensidad de la misma manera.

—Tengo a Edwin —susurro—. Él puede conducir.

Aren suelta una carcajada que pone mis piernas a temblar, su mano en mi cintura parece tensarse y esa simple acción me obliga a colocar una mano en su pecho cuando siento que nuestros cuerpos pueden rozar más de lo que debería ser permitido.

—Entonces despediré a Edwin —responde el magnate haciendo que mi boca se quede sin palabras.

—¿Qué? —pregunto—. ¿Edwin qué culpa tiene?

—Edwin no tiene un contrato de veinticuatro horas y los siete días de la semana —señala Aren sin dejar de mirarme, por un segundo se siente como si solo fuéramos él y yo aunque no puedo pasar desapercibido que está Horacio mirándonos.

—Creí que habías dicho que podía solicitar sus servicios siempre que lo quisiera —mi voz coge un pequeño tinte de desafío, mismo que hace que los ojos de Aren se oscurezcan.

—Puedo ordenarle que no lo haga —responde, su voz se ha vuelto un poco más grave de lo que suele ser.

No alejo mis ojos de los de él y él tampoco lo hace. Puedo escuchar a Horacio carraspear pero aún con eso ninguno le aleja la mirada al otro.

—Debo atender una llamada —habla el hombre—. Ahora regreso.

Puedo escuchar sus pasos alejándose y a pesar de que ya no está cerca no me alejo del tacto de Aren.

—¿A qué le temes? —pregunta él, su voz rompe el silencio creado.

—¿Por qué debería temerle a algo? —pregunto en un susurro.

—Porque solo los cobardes se estancan para no crecer y aprender —responde.

Sus palabras golpean en mi pecho, y no porque me llame cobarde sino porque sé que tiene razón.

Trago saliva con dificultad y me esfuerzo por no bajar la mirada o alejarme.

—Una persona que pone cientos de excusas y trabas no es una persona por la que valga la pena apostar —añade en un ligero tono de reclamo.

—Lo intenté una vez —respondo, puedo sentir que mi voz amenaza con romperse pero agradezco cuando eso no sucede—. Fracasé, no veo porqué intentarlo de nuevo.

—¿Entonces qué harás, Aurora?¿Quedarte siempre con las ganas de progresar solo por miedo y una decepción? —pregunta aún sin soltarme—. Fallaste una vez y de ti depende hacerlo de nuevo.

Trago saliva.

—No puedes detener tu vida por el temor que te da vivirla —sus palabras resuenan en mis oídos—. Vivir la vida con miedo es mejor a no vivirla.

—Tengo miedo al fracaso —confieso en un susurro que temo no pueda ser audible pero sé que lo es cuando su rostro se suaviza ante mí.

—Fresita —toma mi mentón elevando mi rostro—, el fracaso no forma parte de nuestro vocabulario —sus palabras son cálidas y necesarias, son palabras que logran traspasar una a una mis barreras porque tal como siempre se asegura de que mi confianza se eleve solo un poco más.

No puedo alejar mis ojos de los suyos, sus ojos marrones se aseguran de transmitir esa confianza y determinación que solo Aren Russell sabe dar.

La pequeña sonrisa que se forma en sus labios me contagia y me es imposible no sonreír con él.

—Hagamos un trato —comienza en voz apacible—. Intenta esto, y si después de una semana los autos estacionados siguen siendo un problema para ti entonces yo me aseguraré de que dejen de serlo.

Un par de carcajadas brotan de mi boca y estas no se detienen ni cuando me toma para estrellarme contra su pecho y abrazarme, por el contrario, mis carcajadas aumentan mientras envuelvo mis brazos alrededor de su torso.

—¿Cómo hará posible eso, señor Russell? —pregunto juguetona mientras mi mejilla se recarga en su pecho.

—No sé —responde—. Algo se me ocurrirá —agrega—. Tal vez acuda al presidente y pague porque todos sean obligados a no estacionar sus autos por donde tú pases —una estúpida sonrisa crece en mi boca, mi pecho se oprime y mis ojos se cierran mientras lo abrazo conmigo.

—Entonces yo podría presumir que mi esposo ha hecho algo romántico por mí.




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