22 de junio.
Aren.
Las puertas de mi elevador se abren, lo primero que mis ojos miran es a la rubia detrás de la recepción presidencial.
Aurora Bellerose está en su lugar habitual, sentada detrás de la recepción de secretaria y tecleando en su computador. No puedo evitar detallarla pues es imposible no hacerlo ya que el color negro de la ropa que lleva encima hacen que la atención vaya hasta ella, Aurora no suele usar el negro pero, hoy todo su atuendo lleva ese color.
No aleja la mirada de lo que hace, prosigue en su sitio y salgo del elevador para caminar hasta mi oficina. Puedo percibir su aroma en todo el piso, tan embriagante y dulce.
No la había visto desde que firmamos el divorcio y eso fue solo hace dos días, ayer se le dio el día libre y hoy finalmente volvió a presentarse aquí.
No regresó a la mansión pero me hizo saber con Edwin que ya no lo haría y hoy, cuando salí de casa, un camión de mudanza estaba llegando por sus cosas.
Se ha llevado ya a Copito y ahora la casa, sin ellos dos, se siente vacía.
Llego hasta la puerta de mi oficina, abro esta y me adentro cerrando la puerta detrás de mí.
Quito mi gabardina negra y la cuelgo en el perchero para después caminar hasta el ventanal de mi oficina, el día está parcialmente nublado, las nubes grises en el cielo alarman que posiblemente pueda llover.
Puedo escuchar como la puerta se abre y sus tacones resuenan, su aroma de inmediato llega a mis fosas nasales y su presencia acelera los latidos de mi corazón.
—Su café, señor Russell —su voz paraliza mi sistema, escucharla llamándome por mi apellido y de una manera tan formal me trae los recuerdos de nuestros inicios, cuando ella comenzaba a ser mi secretaria, aunque, aún en ese entonces las cosas no se sentían tan tensas como ahora.
—Gracias, señorita Bellerose —respondo sin girar a verla pero logrando capturar su reflejo en el ventanal frente a mí.
—La agenda está libre —agrega, con voz neutra—. No hay nada importante para hoy.
Trago saliva, mis ojos siguen sobre su reflejo.
—Bien —respondo—. ¿Llamadas?
—Ninguna importante, señor —responde casi al instante.
—Bien.
—Con su permiso.
Sus tacones resuenan de nuevo cuando sale de la oficina, la puerta se cierra y un suspiro pesado sale de mí.
Giro lentamente, mirando la oficina vacía, camino hasta el escritorio en donde yace la taza de café que acaba de traer, tomo esta y le doy un sorbo. La bebida caliente baja por mi garganta, su café siempre logra mejorar mi día.
Camino hasta llegar a mi silla, en donde tomo asiento, pero, en cuanto lo hago me arrepiento.
Los recuerdos del día que fue mía aquí llegan a mi cabeza, impactan sin control y sin piedad.
Maldita sea.
Todo mi ser se descompone y fragmenta con cada recuerdo, más cuando miro la fecha en el calendario.
22 de junio.
Mi cumpleaños fue hace un mes y ella fue mía por primera vez.
Me obligo a alejar los recuerdos porque sé y recuerdo que esto es lo mejor. Enciendo mi computadora y comienzo a trabajar, bebiendo su café y obligando a que mi mente se mantenga ocupada para no pensar en nosotros.
°
Las horas han pasado, no me he movido de mi lugar, sigo trabajando, adelantando varios de los proyectos y pendientes que tengo. Es hasta que un golpe en la puerta me regresa a la realidad, mis ojos van hasta la puerta de mi oficina y mi boca se abre.
—Adelante.
No alejo mis ojos de la puerta, mi cuerpo se tensa y me enderezo en mi lugar cuando ella entra, se acerca hasta mí, cada paso que da hacia mí se siente como una cámara lenta en donde lo único que puedo hacer es admirarla, admirar lo jodidamente bella que es.
La ropa negra que trae encima hace que su piel blanca brille, que su cabello rubio llame la atención y que sus ojos verdes sean una fuente de hipnosis.
Mis ojos buscan los suyos cuando se detiene frente a mí, no me mira y no me permite admirar sus ojos verdes.
Dejo de buscar su mirada cuando extiende un folder en mi dirección, levanto mi mano, dudoso y con lentitud.
Mi boca está a punto de abrirse para preguntar de qué se trata pero es ella quien se adelanta a hablar.
—Es mi renuncia, señor Russell —las palabras que suelta caen como un balde de agua fría en mi sistema, siento que el mundo pierde estabilidad y mi interior se sacude cuando los escombros de mi corazón comienzan a volverse cenizas.
Un nudo se crea en mi garganta pero aún así me muestro neutral y acepto el folder que Aurora extiende hacia mí.
A pesar de que hay cientos de cosas que decir mi boca únicamente libera la pregunta más repetitiva en mi cabeza.
—¿Realmente quieres esto? —pregunto y asiente con la cabeza para después bajar la mirada—. Bien —respondo pasando saliva con dureza.
Abro el folder, no leo nada de lo que dice y solo plasmo mi firma para entregarle el folder de nuevo. Lo acepta con lentitud.
—Un placer trabajar con usted, señor —susurra.
Sus ojos finalmente coinciden con los míos, el verde en su mirada luce apagado, el brillo que suele caracterizarle la mirada la mayoría de las veces ahora mismo no está.
—Pasa a recursos humanos —las palabras rasgan en mi garganta, queman de manera brutal—, para el debido proceso.
Noto como traga saliva con dureza.
Asiente, nuestras miradas siguen conectadas y es impresionante la manera en que ella puede darme paz y calma.
Ella es un ancla en mi vida y es también la mujer que se encarga de alegrar mis días.
—Un placer trabajar contigo, Aurora Bellerose —las palabras salen de mi boca en un pequeño susurro, siento que el aire se me acaba y siento que mi cuerpo comienza a pesar lentamente.
Lo único que seguía uniéndonos era el trabajo y ahora, no hay nada más que siga atándonos.
Editado: 02.05.2024