Aurora.
Años después.
Miro a nuestro alrededor, el enorme campo lleno de tulipanes me llena el alma entera, hay miles y miles de tulipanes llenando todas las hectáreas que nos rodean.
Aren compró un campo entero con cientos de hectáreas, hectáreas que ahora mismo están cubiertas con tulipanes de todos los colores.
La felicidad que me llena el pecho no se compara con nada, todo lo que siento en estos precisos momentos es indescriptible, el mirar a mi familia, el recordar todo lo que pasó para estar en donde estamos hoy, el recordar a la Aurora del pasado, aquella Aurora que sufrió y cayó en más de una ocasión hace que mis ojos se llenen de lágrimas, no de tristeza sino por felicidad y agradecimiento porque sin su fortaleza, sin su determinación y aguante entonces hoy yo no estaría aquí, siendo la mejor versión de mí misma, siendo una Aurora feliz, plena y fuerte. Sin ella entonces hoy yo no sería feliz.
Sin duda alguna hay tantas cosas que agradecerle a la Aurora del pasado, aquella Aurora que pese a las adversidades seguía de pie, aquella Aurora que tuvo que refugiarse en sí misma para no perderse, aquella Aurora que pese al miedo y al temor siguió luchando por sí misma.
Gracias a esa Aurora es que ahora yo soy feliz.
Mis ojos van hasta Aren quien está a la distancia, mirando los miles de tulipanes que tenemos enfrente, mismos que se mueven ligeramente con la brisa del viento. Mi marido viste un pantalón blanco, una camisa rosa de manga corta y unos zapatos blancos también. Su cabello castaño está ligeramente revuelvo, su piel canela reluce con los rayos del sol y sus ojos avellana brillan con intensidad. Un elegante y costoso reloj de oro reluce en una de sus muñecas pero mis ojos se detienen en el anillo de matrimonio que luce en su dedo anular.
Me acerco con lentitud a él quien sonríe en cuanto me nota a su lado.
Dejo la enorme canasta con fresas a nuestros pies, mira esta y su sonrisa crece aún más.
—¿Qué tal la cosecha? —pregunta, tomando mi cintura y acercándome a él.
Sonrío, completamente plena y feliz.
—Nuestras fresas cada vez se ven más apetitosas y grandes —presumo—. Las mejores del mundo, si me lo preguntas.
Aren, en un afán de consentirme, aprovecho la otra mitad de todo este gigantesco terreno para plantar fresas así que detrás de nosotros tenemos un enorme huerto con miles y miles de fresas.
Las risas de nuestros hijos a la distancia resuenan, haciendo que los dos llevemos la mirada hasta ambos quienes corren entre los sembradíos de tulipanes. La sonrisa en mi rostro crece mirando a mis dos pequeños así como el pecho se me llena de amor cuando siento como Aren besa repetidamente mi sien, tomándome con firmeza por la cintura.
—¡No me atrapas, Eizen! —la pequeña y melosa voz de nuestra hija llega hasta nuestros oídos, puedo sentir como Aren ríe y mi sonrisa crece aún más de lo que es posible.
La pequeña niña castaña que corre entre los tulipanes comienza a reír con fuerza cuando su hermano mayor aumenta su velocidad para intentar atraparla.
—¡Papi! —nuestra hija corre hacia nosotros, abriendo los brazos y riendo cuando Aren la atrapa para cargarla—. ¡No me atrapaste, Eizen!
Le saca la lengua a su hermano mayor quien solo sonríe, acercándose también, Eizen de inmediato corre hasta abrazarme por la cintura, sus pequeños brazos envuelven mi cintura y no me privo de revolver su cabello rubio.
—Hiciste trampa —responde Eizen sin soltarme y levantando la cara para mirar a su hermana menor en los brazos de Aren—. Corriste a refugiarte en papá.
La niña castaña ríe, abrazando con fuerza a Aren quien deja besos en su cabeza.
Eizen tiene ahora ocho años, mientras que nuestra pequeña tiene apenas cuatro años. Ambos se llevan con cuatro años de diferencia.
Sigo revolviendo el cabello rubio de mi hijo mayor, me inclino hasta quedar sobre mis rodillas y tomo su pequeño rostro, sus ojos verde jade, como los míos, coinciden con los míos.
—Papá y yo siempre seremos un refugio para ustedes —hablo, mirando fijamente a mi hijo—. Siempre y pase lo que pase, mi amor.
Eizen sonríe, deja un beso en mi frente que me hace abrazarlo con tanta fuerza, intentando transmitirle todo el amor que siento por él para que jamás dude de recurrir a mamá.
—Papá —Eizen levanta la mirada para mirar al magnate quien de inmediato lleva la atención hasta nuestro pequeño descendiente—. ¿Podemos volar mi papalote? —pregunta, señalando a la distancia un papalote que yace sobre la mesa de jardín que tenemos aquí—. Mis padrinos me lo regalaron y dijeron que cuando viniéramos podríamos volarlo porque aquí hay más espacio.
Eizen mira a nuestro alrededor.
—Y hoy hace mucho aire —sonríe, mirando a Aren quien también sonríe.
—Volemos ese papalote —asegura Aren. Mira a la pequeña en brazos—. ¿Quieres ir con nosotros, cariño? —pregunta, la castaña niega de inmediato y extiende sus brazos en mi dirección, la tomo de inmediato mientras Eizen corre por su papalote para después regresar como el mismo flash y comenzar a alejarse junto a Aren quien deja un beso en mis labios. Eizen y él comienzan a hablar, sus voces se escuchan cada vez más alejadas conforme comienzan a adentrarse más y más entre los tulipanes.
Los miro a la distancia hasta que la pequeña que tengo en mis brazos toma mis mejillas y roza su nariz con la mía.
—¿Podemos pintar? —pregunta con una adorable sonrisa que me recuerda a mi marido.
—Por supuesto que sí, cariño —dejo un beso en su mejilla y comienzo a caminar con ella en mis brazos mientras nos acercamos a la mesa blanca aquí, siento a mi hija en la banca de la mesa para después tomar asiento frente a ella.
Miro la mesa llena de pinturas, pinceles y lienzos, tomo un lienzo blanco y se lo entrego a la pequeña quien lo acepta feliz.
Editado: 02.05.2024